13-A

El Paro Nacional inaugura simbólicamente el post-correísmo y frena la irracionalidad y desquiciamiento del poder único y centralizado. Un comienzo del proceso político más complejo y tedioso de los anales que intenta reemplazar el caudillismo de Estado junto al manoseo institucional por cualquier otra forma de gobernanza. La gelatinosa opinión pública coincide en dos parámetros del cambio: eliminar la reelección presidencial vitalicia oculta en las enmiendas a la Constitución y la anulación definitiva de esa figura monárquica construida sobre la prepotencia, el abuso y la arrogancia.


Una primera lectura del descontento popular y la protesta social delata que no hay propaganda que lo desaparezca. Por el contrario, un Régimen asustado pierde el control, se vuelve cínico, e incendia las calles cada que inventa un falso libreto. No es sensato, victimizarse, desacreditar, desconocer, minimizar, dividir y atacar para crear un escenario de ficción, mientras a la gente le sobran motivos para protestar. No es prudente desconocer los sobreprecios de obras ni la corrupción campante. No es racional esconder la eliminación del 40% del subsidio del Estado al IESS, el derroche en Yachay, la explotación sin control de Ecuacorrientes o tapar las compras masivas en las fronteras con Colombia y Perú después de la aplicación de salvaguardias. Ni es coherente rodearse de funcionarios a cambio de prebendas y choferes causantes de crímenes en las vías, mientras se desconocen los intereses de jubilados, médicos, abogados, maestros y campesinos.


Lo segundo es la rectificación ipso facto del pliego exigido desde el 13-A: la verdadera reforma agraria, la derogación de la Ley de Aguas, la concreción de consultas populares y referéndums, el fin de la explotación minera y petrolera en nuevos territorios, la recuperación del libre ingreso y la autonomía universitaria, la prensa libre e independiente sin mordazas y la devolución del poder encargado hace ocho años, y sin trampas, al pueblo.


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