Todo bajo control

Si podríamos mirar la cantidad de señales con motivo del internet, telefonía y más servicios que entran y salen de los diferentes dispositivos electrónicos que utilizamos para estar en el ciberespacio, no tendríamos paso, porque estaríamos envueltos en una masa de alambres con total incapacidad de movernos.

Somos como espíritus que se desplazan entre las paredes, que viven entre los millones de señales de internet, sin sentir ni advertir nada, pero atravesados por frecuencias y ondas satelitales, eléctricas y electrónicas que nos tienen fraccionados en pedazos según el sitio donde nos encontremos.

En estos tiempos, la vinculación con la tecnología es totalmente obligatoria. La comunicación con otros congéneres, con familiares y amigos dentro y fuera del país, la instrucción escolar, el teletrabajo, la información instantánea, inmediata e ilimitada están en cualquier momento y lugar, en las pantallas de los móviles o de cualquier computador.

Google es la capacitadora, la dueña de la verdad a la que las más de las veces accedemos sin ningún antecedente y por lo tanto nos informamos de buenas a primeras y fuera de contexto, desde la normal ignorancia que nos asiste en muchas ramas de saber. Así, sin conocimientos de medicina, por ejemplo, consultamos sobre el nombre de algún medicamento, advertimos para qué sirve y también leemos sobre los efectos secundarios que, en actitud hipocondríaca, se apoderan de nosotros. Nos automedicamos sin ton ni son, anunciamos y compramos increíbles soluciones para todo mal y descubrimos también confines del mundo insospechadamente existentes.

La ola de violencia que produce “tic toc”, las bromas, los yotubers favoritos, los llamados ‘influencers’, que han logrado miles de seguidores y millones de likes a sus publicaciones, la ‘distracción’ sin freno que nos puede entregar un celular, solamente encuentra límite cuando la batería se agota, si nos permitiríamos esa ‘tragedia’.

Vivimos dos mundos: el físicamente verdadero y la realidad virtual que, posiblemente, para una buena generalidad de seres humanos es más importante que el primero. En las redes sociales somos famosos, exhibimos nuestros logros; en “Instagram” no hay fotografía mala,  las vidas son perfectas, no conocen el sufrimiento, están triunfantemente gloriosas sobre el bien y el mal.

Los mayores logros se publican por internet. Él conoce sobre nuestros gustos, marca tendencias en la vida de las personas y nosotros caminamos a su antojo con la seguridad de que hemos conquistado el mundo cuando recibimos el reconocimiento de otros cibernautas que se maravillan de nuestras vidas perfectas, de nuestras fotografías con Photoshop.

Definitivamente, el ciberespacio es espectacular. Ayuda y construye posibilidades valiosas en la vida de la gente, siempre y cuando sepamos mantener el control sobre él; sin embargo, el problema justamente es ese: la pérdida de la cordura, que se paga con adicción.