Inocentadas

Desde el 28 de diciembre hasta el 6 de enero sobresalen el buen humor y los disfrazados, sobre todo las burlas, espontáneas, sin mala intención la mayoría, que se producen para dar rienda suelta a una corriente de alegría con la que se pretende que los sufrimientos y más factores adversos queden en cenizas, una vez que el año viejo es quemado, el 31 de diciembre, y se recibe al nuevo en ambiente repleto de los mejores augurios y jolgorio.


Copla de vieja data presenta de cuerpo entero el espíritu de la inocentada; no falta quien lo aplica a lo que sucede en el tiempo contemporáneo, por acción nada candorosa de sujetos avispados, charlatanes o engañabobos: “Inocente palomita/que de dejaste engañar; /tú sabías que en estos días/en nadie se puede confiar”.


En épocas coloniales, las mascaradas eran ansiosamente esperadas, para imitar a personajes que en otras circunstancias era imposible hacer, debido a limitaciones éticas y legales. La careta, en la actualidad, no tiene la generalizada presencia de antaño, ya que poco a poco va desapareciendo en las celebraciones populares, debido al aparecimiento de nuevas costumbres; eso sí, perdura, en serio y en firme, cada vez con mayor presencia, en el escenario donde actúan los politiqueros que jamás se la quitan.


Especialmente en temporadas electorales proliferan estos sujetos que ofrecen abundantemente el oro y el moro, que se desenvuelven en personificaciones carnavalescas y eternas inocentadas para el electorado que persiste en sus errores, acostumbrado a las falsas promesas, al agravio para el contrincante, al circo antes que al pan; es el reino del saltimbanqui, del bufón y del embustero que sigue conquistando incautos con verborrea inacabable, desbordante de elementalidad y cinismo.


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