Silencio

¡Shh! No haga mucho ruido, Carondelet está guardando silencio…

Cuando un consejero ‘ad honorem’ fue puesto en tela de duda en el denominado caso Danubio, el presidente calló; no dijo nada. Parece que no importaba que las aduanas estuvieran (presuntamente) siendo utilizadas para los negocios personales de unos cuantos. Cuando otro de esos consejeros, que ahora ya cobra, llamaba en tono prepotente a Raúl González para que renunciara a su aspiración de ser Superintendente de Bancos, pasó lo mismo; calló. Debemos entender que era poca cosa, como en la cúspide del correísmo, que el Ejecutivo interfiriera en otras funciones del Estado. Al fin y al cabo, de eso se ha tratado nuestra historia republicana, ¿no?

Pero, ¿qué es ser un “ad honorem”? A primera vista, podríamos llegar a pensar que se trata de una persona que por su recorrido académico y profesional puede aconsejar al presidente en las vicisitudes del poder. Sin embargo, sus comentarios no quedan en meras recomendaciones al oído, sino más bien tienen plena capacidad de decisión y coordinación política, pero también, según parece, en la gestión de recursos públicos. No cobran, no necesitan hacerlo; con ese menú abierto de privilegios y facultades, no les hace falta.

El presidente ya decidió y no parece que tenga intenciones de alejar de su equipo asesor a quienes hoy el ojo público observa con sospecha. Ha preferido andar de puntillas, esperando que el próximo escándalo asome y que la prensa olvide de a poco, volver a preguntarle sobre su círculo más íntimo. Mientras unos pensamos que la función pública es un privilegio para poder servir, otros buscan disfrazar de gratuito sus consejos. Al final del día, terminaremos pagando (y bien pagado) la farra que empieza a prenderse en el gobierno. Veremos.

@ItaloSotomayor
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