Así somos

“Mirando el Cotopaxi en ofertorio unánime, con brazos sosteniendo al cielo, conmovido exclama en alma y cuerpo, espíritu y en rito: ¡LLACTATA CUNANI! Os encomiendo esta patria”. Así narra Gonzalo Humberto Mata en su Memorial del Alma Oída el ancestral encargo que nos hicieran a los latacungueños.


Somos moscas de plata, hijos de Tagkunga, de parroquia volcánica, con sangre de lava, temperamento de piedra pómez, con sabor a chugchucara, hallulla y queso de hoja. Inquietos como un buen loero, de mujeres guapas como la Mama Negra, hombres valientes como el Capitán, abuelos místicos como los huacos. Así es el latacungueño, imponente como el Cotopaxi.


Le rezamos a la virgen de la Merced para que nos cuide del coloso. Los pies se mueven solos al primer acorde de Tierra Latacungeña, criados con machica, chocolate caliente, agua San Felipe y helado de paila.

El latacungueño es hospitalario, amigo del turista, orgulloso de su ciudad. De niño jugó en La Laguna, de joven cada tarde le hacia guardia al monumento de Vicente León como si alguien lo quisiera robar. Los que se fueron, volverán. Los que se quedaron nos esperan siempre. El latacungueño vive enamorado de esta tierra que nos tiene cautivos de sus atardeceres.


El latacungueño es trabajador, dedicado, no pone excusa. Deja que sus miedos se los lleve el Cutuchi. Emprende y confía en su gente. El latacungueño ha caminado por las calles empedradas, se ha enamorado a la luz de los faroles, ha dado un beso mirando la ciudad desde el Calvario.

El latacungueño es romántico, cálido como un poncho, elegante como un sombrero. Somos del campo, de la ciudad, de los andes. Indígenas bravos, citadinos modernos, ciudadanos universales. El latacungueño es mashca de corazón.


Hoy más que nunca, debemos estar unidos, ser valientes y decididos. Nuestra tierra nos necesita. Esta tierra que nos han encargado, esta tierra que es nuestra, de nuestros abuelos, de sus padres, y de mis hijos.