Los caminos de la rosa

Mario Cobo Barona

El Renacimiento no es tan so el renad que vuelve a la antigdad clica griega y latina. Es sin duda uno de los hitos culminantes de la historia, pues, redescubre al hombre ordenado razonadamente una explicaci sobre la existencia y reconociendo su individualidad que no es otra cosa que el poder por smismo sin el concurso de fuerzas exenas. El mundo es del hombre y como tal, descubre paisajes, encuentra las utilidades iniles y las apoteosis del caos, se responde como individuo, se especializa en sues en busca de la pimas del amor y la juventud.

Con la imprenta, esa inefable muina que permite los conocimientos de la sabia antigdad y hace posible encontrarse y conocerse, elegir y aprovechar aquello que se consideraba deslindes ilegimos, disfrutar respetuosamente de los saberes rutinarios o espectaculares del alquimista, equivocarse y cortar los senderos habituales en el tubo de ensayo o la robusta ingle de una mujer: entramos en el nacimiento orbital de una nueva cultura en la que, desde la escuela del arte se estudia la anatom humana.
Leonardo de Vinci, sin duda, uno de los mayores sabios del sintiempo, investigador inventor, botico, geogo, geetra y artista, a la par que pintaba «la Gioconda», despintaba las levedades de los cuerpos vivos. Considerado el prototipo del humanismo, se interespor los cambios de los seres orgicos y sus transformaciones.

El entendiperfectamente la macabridad de las incertezas, las regresiones y recreaciones del pasado, lo que somos desde antes de antes, la mirada de la mirada que regresa como la sombra de la sombra. Desde el horror del horror recurrente en un mundo azotado por plagas y epidemias de todo tipo, intuyuna teraptica que prescrib y aportaba los remedios para paliar esas grandes calamidades, una cirug para amputar los males ficos y psicolicos de esas pandemias perniciosas que parec iban a terminar con la especie humana.

Todos los ds hay que cuestionarse a uno mismo, marcharse a uno mismo para poder enfrentar las adversidades. Se dise la vida, siempre la vida, pero la enfermedad joroba y nos pone frente a la nada, al filo de la extinci. El mico, tratando de que sus pacientes olviden la muerte, muchas veces parte desde la intuici del dolor interrogando los valores intrsecos, esa poes que se convierte en la catarsis, en la purificaci, y que es realmente una ciencia maravillosa: un espejo interior donde se ve a la humanidad grandiosa y hermosa, un espejo que ama a la humanidad y la encuentra feliz a en las altas tribulaciones. Es la terapia que nos permite transar seriamente con el destino.

Paracelso, eminente hurgador de lo esotico, iconoclasta, lingsta, agntico, escritor y panteta, hablaba de Dios como «el sumo Boticario» que regen la naturaleza los remedios especicos para cada enfermedad, dejdole al alquimista la tarea de conocer y aislar. Curador de heterogeos males, parte para sus anisis de la intuici directa del mundo sensible; para , cada uno de sus congeres es un microcosmos integrador de todos los procesos, ritmos y fuerzas de la naturaleza y por ende, la prtica mica tiene que sustentarse en cuatroplintos inviolables: filosof, astronom, virtud y alquimia.

Jorge Luis Borges, el escritor ciego que ve la vida mucho m que los que tienen ojos, y que sab que el famoso mico era un signo de los tiempos, escribiun extraordinario ensayo titulado «La rosa de Paracelso». Quinmutable y maravillosa lecci: salir desde el dolor por los caminos del amor, emerger desde la aniquilaci hasta encontrar en el camino de la rosa el milagro visible -grita la paradoja- de la resurrecci permanente de la belleza.

No existen metas, so la espina es el punto de partida para saber encontrar el supremo camino de las eternidades. La rosa es tan so una extensi del espitu de la rosa, pero es necesario tener fe en que las cenizas son las gesis de toda resurrecci. En el arte de la primavera y su rosa encontramos una dialtica personal, y por ello, le dedicamos toda nuestra vida. En las recetas del facultativo y en las mezclas del boticario hay una rosa de fe sin la cual no ser posible la redenci del dolor y la humanidad perecer.

Rigor inapelable
La quica cientica y humantica era una cuesti de rigor inapelable. En los microscopios, adem de escudrir las estructuras tisulares, se encontraron los stomas de los enfermos cuyo espitu se ahorcaba entre las emociones y las sensaciones, las pasiones y los desamores. M, el mico de cabecera, miembro indispensable de la familia, se convirtien consejero y consustancialmente responsable de sus jilos y tribulaciones. Mientras investigaba, diagnosticaba y trataba, el amigo doctor, defin vicariamente la autenticidad de las oscuras y enigmicas lesiones que degeneraban en crisis y sobrecargas emocionales, a las cuales se deb enfrentar asociando la plegaria y la pima.

Se dieron grandes saltos desde entonces, cuando se les proveyde hospitales a los menesterosos de toda ruta y exilio, se les procuratenci contra las pestes tempestinas y hasta entonces irredentas como la viruela.Pero colateralmente se hicieron estudios fisiolico para enfrentar el mapa tan heterogeo y misterioso de los ganos, y empezaron a aparecer furtivamente los especialistas en esas materias hasta entonces extras y prohibidas, dictadas y compiladas por Ssigmund Freud, ese potestador irreverente de los recditos escondites de la vida, creador del revolucionario movimiento que denominpsicoanisis y que hoy tiene una vigencia imponderable. Freud distinguien la actividad anica un fondo inconsciente y atico que se rige por el principio del placer -tan repudiado en el siglo XVIII y tan aceptado en la actualidad-.

Los tabs de la sensualidad y sexualidad se rompieron para siempre, y lentamente, el represor inconsciente y el yo que define la personalidad, han seguido ganando en aceptaci, no so para el tratamiento de la mente sino para las terapias en contra de las inhibiciones amacionales. La rosa vaginal emergipetaluciente como un «milagro visible» (jadea la paradoja) por encima de un sotobosque enmalezado de ignorancia, mojigater y oscurantismo.

Gana terreno
La investigaci gana ridamente terreno, la ciencia mica ha logrado enormes progresos para mejorar y aumentar la calidad y la cantidad de la vida. Los cambios son tan ridos y espectaculares que no nos hemos dado cuenta de muchos de ellos. La
ciencia acalla las alaridas, se consiguen espectaculares conquistas en materia de legislaci, educaci y conocimiento de los grandes y heterogeos problemas de salud y enfermedad.

En los dos timos siglos se han paliado y erradicado muchos males que parecn irredentos. M, la naturaleza se estcobrando el precio de la estupidez humana. Con la depredaci de bosques, el maltrato del agua y la rotura del cielo, -entre otras barbaridades- la humanidad estal borde de una cattrofe que los omnibulados por la soberbia y la ambici no quieren entender ni redimir. Por si esto fuera poco, han aparecido nuevas pandemias que est asolando sobre todo a los pueblos que viven en las diporas de la sabiedad y en el ostracismo de la luz, perseguidos por la solitud que da el hambre y la tristeza.

Sabemos el mapa del genoma humano pero hemos extraviado la fraternidad y la solidaridad. El ccer y el sida, talvez sean una terrible campanada que nos convoca a meditar sobre la inutilidad del progreso, mientras -ciegamente- nos estamos condenando a devorarnos a nosotros mismos. Es la rosa destica de la esterilidad que cada a florece con las timas golondrinas de la esperanza.

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