Los venezolanos están dejando de consumir carne, pero no por la escasez o los precios, sino por el pobre poder adquisitivo de los trabajadores, donde el suelo no les alcanza y les obliga a buscar nuevas dietas.
La desilusión se dibuja en el rostro de la obrera María Ponte cuando sale de una carnicería en la favela caraqueña de Petare, la más grande y problemática de Venezuela. Entró allí con la esperanza de que algún fenómeno hubiera echado los precios al suelo, lo que le habría permitido comer carne por primera vez en este 2021.
Pero al salir del comercio, donde la carne abarrota las neveras, la mujer solo carga con varios kilos de piel de pollo, con los que fabricará su propio aceite para freír huevos y arepas, un bollo a base de harina de maíz que goza de elevada popularidad en Venezuela.
«Yo tengo más de tres meses que no me como un pedacito de carne», dice Ponte a Efe. «Fue un bistec que nos comimos el hijo mío y yo. Y somos dos personas nada más en casa», agrega.
En otro punto de Petare, la pensionista Encarnación Almarza corre mejor suerte y compra varios kilos de carne.
Pero después aclara a Efe que no son para su casa, sino que la usará para preparar los pasteles rellenos que vende cada día para redondear sus ingresos.
Es decir, guisará y venderá la carne, pero no la probará, si bien señala que come todos los días, aunque sean alimentos más accesibles, algo que no pueden decir todos los habitantes de este barrio pobre, en el que los problemas del país sudamericano encuentran vitrina.
Un bien de lujo
Casos como el de Ponte y Almarza se repiten cada vez más en Venezuela, un país que atraviesa por la peor crisis de su historia moderna.
Y es que los venezolanos están dejando de consumir carne, pero no por la escasez o los altos precios, sino por el pobre poder adquisitivo de los trabajadores, como apunta a Efe el presidente de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga), Armando Chacín.
«La carne de Venezuela es la más económica de Latinoamérica y de muchos países del mundo», dice Chacín en una entrevista telefónica con Efe. «Pero hay un tema de escaso poder adquisitivo que ha hecho bajar el consumo proteínico de los venezolanos», añade.
En Venezuela, el salario mínimo es de 1’800.000 bolívares, que equivale a poco menos de 1 dólar, de acuerdo con la tasa de cambio oficial del Banco Central.
Cerca de 7 millones de personas entre empleados públicos y pensionistas perciben estos ingresos, aunque el Gobierno del socialista Nicolás Maduro asegura que este grupo también ingresa más dinero a través de diversos planes de ayuda social.
En todo caso, pensionistas y empleados públicos consultados por Efe aseguran que sus ingresos no superan, en el mejor de los casos, los 10 dólares por mes, mientras que el kilo de carne se consigue entre 4 y 6 dólares, un precio que se podría considerar barato en otros países, pero no en Venezuela.
Esta realidad, explica Chacín, provocó que el consumo de carne se desplomara en Venezuela y pasara de más de 65 kilos per cápita en 1999 -el año en que subió al poder el fallecido presidente Hugo Chávez (1999-2013)- a solo 3 en 2020.
«En Fedenaga entendemos que hoy en día no hay capacidad para consumir la matanza que estamos produciendo en el país, pese a que es baja», prosigue Chacín.
El directivo señala que la producción ganadera de Venezuela apenas cubre el 40% de los requerimientos de acuerdo al tamaño de la población, estimada en unos 30 millones de personas.
Sin embargo, más que escasear, la carne sobra en los supermercados venezolanos.
«El gran drama del ciudadano venezolano es que tiene la carne más barata de Latinoamérica, pero no se la puede comer. No tiene el poder para comprarla», dice Chacín.