La guerra de Trump con China ya encarece todo: así golpea a empresas y bolsillos estadounidenses

HECHO. Una carga con productos importados de China ingresa a la terminal de Conway en Freedom, Pensilvania, el jueves 10 de abril de 2025. (AP Foto/Gene J. Puskar)

Estados Unidos y China tejieron un hilo invisible que unía fábricas en Guangzhou con escaparates en Nueva York. Ese hilo comienza a deshacerse. Durante más de 20 años, los consumidores de EE.UU. vivieron en un oasis de productos baratos gracias a la producción en China. Sin embargo, la  guerra económica y arancelaria de Trump «es una transformación que puede destruir a cientos de pequeñas y medianas empresas”.

Rick Woldenberg lo tenía todo calculado. En su oficina de Chicago, entre rompecabezas de colores y robots educativos, diseñó un plan de contingencia: si Donald Trump imponía un arancel del 20%, él resistiría. Si lo doblaba al 40%, también. Pero nadie, ni siquiera Rick, imaginó que ese “peor escenario” se quedaría corto. Muy corto.

“De pronto, pasamos de pagar 2,3 millones en aranceles a enfrentar una factura de 100 millones. Y no es una exageración: parece el fin de los tiempos”, dice el empresario, que dirige Learning Resources, una compañía familiar con más de 40 años fabricando juguetes en China.

Un mundo sin precios bajos

La historia de Rick es la historia de miles de empresarios que ahora observan, perplejos, cómo su modelo de negocio tambalea. Desde que Estados Unidos endureció su política comercial, la guerra arancelaria se ha convertido en una realidad: los aranceles sobre productos chinos ya alcanzan el 145%, mientras China responde con tarifas del 125% a los bienes estadounidenses.

El costo no es solo económico. Es cultural. Es político. Es estructural. Es el fin de una era en la que un consumidor podía conseguir una muñeca Bratz por $15 o un coche de juguete Little Tikes por $65. Hoy, esos mismos juguetes podrían duplicar su precio.

“Estamos hablando de una transformación radical del comercio global”, afirma David French, vicepresidente de la Fundación Nacional de Minoristas. “Esto no es una medida temporal, es un rediseño completo del sistema”.

Una adicción que cuesta caro

Durante cuatro décadas, China fue la fábrica del mundo. Y Estados Unidos, su cliente más fiel. Desde que el gigante asiático ingresó a la Organización Mundial del Comercio en 2001, el modelo se afianzó: las firmas estadounidenses externalizaron su producción a miles de fábricas chinas, impulsadas por una mezcla irresistible de bajos costos, eficiencia y volumen.

Según datos del banco de inversión Macquarie, China produce el 97% de los carritos de bebé, el 96% de los paraguas y el 93% de los libros para colorear que se venden en EE. UU.. Más que un proveedor, se convirtió en una extensión del ecosistema productivo estadounidense.

Pero esa relación simbiótica se resquebraja. Y el impacto es enorme. En 2024, Estados Unidos importó desde China más de $438.947 millones, mientras exportó apenas $143.500 millones, según cifras de la Oficina del Representante de Comercio de EE.UU. (USTR). La diferencia —ese “déficit” que Trump ha convertido en su bandera de guerra— es el núcleo de una batalla económica que amenaza con reconfigurar el comercio mundial.

Un castillo de arena con pies de plástico

Isaac Larian, fundador de MGA Entertainment, fabrica las exitosas muñecas L.O.L. y Bratz. Su producción aún depende en un 65% de fábricas chinas, aunque intenta reducir ese porcentaje. Pero el problema, dice, no es solo encontrar nuevos socios, es encontrar alguien que quiera fabricar en EE.UU. con la misma capacidad, volumen y precisión.

“Los aranceles han hecho que nuestras muñecas puedan costar el doble. Y lo peor es la incertidumbre. Un día son del 125%, al otro día del 145%. Ningún negocio puede operar así”, lamenta Larian.

La historia se repite con The Edge Desk, una startup que desarrolla sillas ergonómicas de alta gama. Su fundador, Marc Rosenberg, invirtió millones para comenzar a producir en China. Hoy, busca exportar a Alemania e Italia para evitar la “bomba arancelaria” estadounidense. Fabricar en EE.UU. implicaría costos 30% más altos. “Y no hay suficiente mano de obra especializada”, añade.

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Un castigo que hiere a todos

La paradoja es que muchos de los productos chinos no pueden fabricarse en otro lugar a corto plazo. Los moldes, las herramientas, los diseños… todo está en China. Learning Resources tiene más de 10.000 moldes que pesan unas 2,27 millones de kilos, distribuidos en fábricas chinas. No se pueden simplemente empacar y llevar.

“No hay un centro de fabricación esperando por nosotros”, dice Woldenberg. “Y si las fábricas en China quiebran por los aranceles, podríamos perder incluso nuestras herramientas”.

Una incertidumbre global

Detrás de esta estrategia arancelaria hay una intención clara: forzar a las empresas a regresar a EE.UU., aumentar la producción nacional y “castigar” a quienes no juegan bajo las reglas de Washington. Pero, como señalan economistas del Centro de China de la Facultad de Derecho de Yale, los efectos podrían ser contraproducentes: menor crecimiento, más inflación y una cadena de suministros fracturada.

El Laboratorio de Presupuesto de la Universidad de Yale estima que los aranceles podrían reducir el crecimiento de EE.UU. en 1,1 puntos porcentuales en 2025. Y según la encuesta de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan, la inflación esperada subió al 4,4%.

En ese contexto, empresarios como Woldenberg resumen el sentimiento de miles de firmas atrapadas en medio del fuego cruzado: “Con un chasquido de dedos, se acabó. No es que puedas cerrar una maleta y llevarte tu fábrica a otro lado. Esto no es solo una guerra económica. Es una transformación que puede destruir a cientos de pequeñas y medianas empresas”. (Agencia AP/JS)