Viejas tretas tramposas

En los últimos meses, a raíz de las revueltas de grupos izquierdistas, cuyas causas no analizo, se cometieron en varias partes del mundo toda clase de desmanes: incendios, destrucción de bienes públicos y privados, ataques a personas, asesinatos… La policía de los respectivos países reprimió los actos de violencia con violencia.

Frente a esta triste realidad varios políticos encuadrados en las tendencias neomarxistas, aunque ellos no reconozcan el término, han pedido en todos los tonos que los miembros de las fuerzas del orden controlen las manifestaciones desarmados, pues así se conseguiría la inmediata tranquilidad y el regreso pacífico de los manifestantes a sus hogares.

Personas leídas y escribidas, pero que transitan por los caminos de lo políticamente correcto, han opinado que esta es una iniciativa novedosa y digna de ser puesta en práctica, como se ha hecho ya en algún país cercano. Tienen la certeza de que todo se calmará y se acabarán los desórdenes, aparentemente originados de manera espontánea.

Detrás de esta percepción hay un error grave, producto del desconocimiento de la historia de las tácticas izquierdistas a lo largo de los años. Valga un ejemplo por mil: hace cerca de cincuenta años, en Italia, las Brigadas Rojas cubrieron de sangre las calles de las ciudades; el partido socialista, aliado desde el final de la guerra con los comunistas, pidió reiteradamente el desarme de la policía, con la tesis de que entonces la violencia cesaría de manera natural. Pues bien, años más tarde, cuando los jefes históricos de las Brigadas Rojas fueron detenidos y juzgados, declararon que si el estado no hubiese actuado con toda la fuerza ellos, los terroristas, habrían gozado de una “nueva vitalidad”.

Lo que sucede hoy, y en el Ecuador volverá a pasar por la presencia de dirigentes convencidos de las bondades del marxismo, no es mera casualidad, es producto de un plan concebido en los escritorios de los estrategas que quieren el triunfo de la revolución; ya no hablan del proletariado como grupo explotado sino de otras “minorías”, desde las mujeres en adelante, pero el fin a conseguir por la violencia es el mismo: una dictadura perpetua.