Odio, rencor, venganza, ira apenas reprimida se expresan en redes sociales, no sólo por parte de los troles contratados, sino por fervientes correístas. Inclusive personas muy inteligentes demuestran su desprecio y rabia contra periodistas, fiscales, jueces, políticos y todos cuantos, de alguna manera, se han relacionado con el ‘Caso Sobornos’ que concluyó con la condena de ocho años de cárcel para Correa y sus adláteres.
Hay admiradores y defensores de Correa que merecen respeto y consideración. Están convencidos que fue un gobierno progresista y hasta de izquierda y creen, honestamente, que hubo una revolución ciudadana. Se debe destacar su antiimperialismo en defensa de la dignidad nacional. Los más carecen de una ideología definida, pero ejercen un valor humano fundamental: la gratitud.
Son miles, quizás, los estómagos agradecidos, los que recibieron beneficios económicos, distinciones y hasta nombramientos inmerecidos para ejercer altos cargos. Fue una década de reconocida gratitud de los mediocres elevados a famas y de corruptos insaciables.
En sectores políticos, económicos, sociales y culturales existe un extenso memorial de agravios: metió la mano en la justicia para encarcelar y perseguir a sus ‘enemigos’, insultó y destruyó vidas, alrededor de un millón de jóvenes no ingresaron a la universidad.
Inició la cuasi quiebra del IESS y destruyó el fondo de pensiones.
Acabó con la UNE, la FEUE, organizaciones sociales y por poco acaba con el FUT, con organizaciones indígenas, de mujeres y sociales. Persiguió a estudiantes e indígenas, pero hizo obra pública, alguna inútil, pero todas con sobreprecio. Dispuso de más de 330 mil millones de dólares. Dejó una deuda superior a los 60 mil millones de dólares. Una muestra de verdades incompletas.