Grandiosa tarde de toros en Latacunga

ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)
ARTE. Imponente natural de Morante de la Puebla. (Foto: Andrea Grijalva)

Una extraordinaria corrida de toros se vivió ayer en Latacunga cuyo resultado artístico se reflejó en la imagen de los tres toreros a hombros al cabo de una tarde pletórica de toreo del bueno, merced al notable comportamiento del lote de toros de Huagrahuasi y Triana y la labor de los diestros que se prodigaron en la arena. Episodios sobresalientes del inolvidable festejo fueron el arte de Morante de la Puebla, el poder de Andrés Roca Rey y la brillante alternativa del ecuatoriano José Andrés Marcillo.

Los momentos de mayor emoción se vivieron durante la lidia del cuarto de la tarde, con el hierro de Triana, con el que Morante de la Puebla construyó una autentica obra de arte, convirtiendo a la arena en el estudio particular del artista. Es que el torero de la Puebla plasmó su tauromaquia más cara en repetidas series de rítmicos muletazos de bello trazo y despaciosa ejecución. Si el toreo con la diestra caló hondo en el graderío, la tela manejada con la izquierda reventó al tendido que se volcó con el genio andaluz. Los remates por alto y las trincherillas consumaron una obra perfeccionada con una estocada en lo alto que aseguró las dos orejas que paseo Morante con el rostro iluminado tras dejar su alma en el ruedo. Con su complicado primero ya avisó su disposición, en especial al tolerar de capote.

Con la plaza aún en trance, el peruano Andrés Roca Rey formó un alboroto con el corrido en quinto lugar, otro buen toro de Triana. Con el capote lanceó a la verónica con la planta quieta; ya con la tela roja, el temple marcó el camino de las embestidas iniciales para, posteriormente, someter a la res con la rotundidad de su toreo en varias secuencias de mano baja en especial por la derecha, labor que continuo con pases circulares e invertidos, repetidos sin solución de continuidad. Con igual seguridad manejó la espada para cortar las dos orejas que se sumaron a la recogida en su primero.

José Andrés Marcillo vivió una alternativa perfecta de manos del gran Morante en presencia del gallo peruano. Si anduvo bien en el astado del doctorado, en el sexto, también de Triana, logró sumarse a la apoteosis tras indultar a un gran toro al que aprovechó con el pundonor de su capote y el gusto con que manejó la muleta, en una faena con pases de todas las marcas que tuvieron el mérito del temple y de la colocación. Los adornos finales y el clamor popular permitieron el perdón de la vida del bravo astado y cumplir el sueño del joven Marcillo.

Una extraordinaria corrida de toros se vivió ayer en Latacunga cuyo resultado artístico se reflejó en la imagen de los tres toreros a hombros al cabo de una tarde pletórica de toreo del bueno, merced al notable comportamiento del lote de toros de Huagrahuasi y Triana y la labor de los diestros que se prodigaron en la arena. Episodios sobresalientes del inolvidable festejo fueron el arte de Morante de la Puebla, el poder de Andrés Roca Rey y la brillante alternativa del ecuatoriano José Andrés Marcillo.

Los momentos de mayor emoción se vivieron durante la lidia del cuarto de la tarde, con el hierro de Triana, con el que Morante de la Puebla construyó una autentica obra de arte, convirtiendo a la arena en el estudio particular del artista. Es que el torero de la Puebla plasmó su tauromaquia más cara en repetidas series de rítmicos muletazos de bello trazo y despaciosa ejecución. Si el toreo con la diestra caló hondo en el graderío, la tela manejada con la izquierda reventó al tendido que se volcó con el genio andaluz. Los remates por alto y las trincherillas consumaron una obra perfeccionada con una estocada en lo alto que aseguró las dos orejas que paseo Morante con el rostro iluminado tras dejar su alma en el ruedo. Con su complicado primero ya avisó su disposición, en especial al tolerar de capote.

Con la plaza aún en trance, el peruano Andrés Roca Rey formó un alboroto con el corrido en quinto lugar, otro buen toro de Triana. Con el capote lanceó a la verónica con la planta quieta; ya con la tela roja, el temple marcó el camino de las embestidas iniciales para, posteriormente, someter a la res con la rotundidad de su toreo en varias secuencias de mano baja en especial por la derecha, labor que continuo con pases circulares e invertidos, repetidos sin solución de continuidad. Con igual seguridad manejó la espada para cortar las dos orejas que se sumaron a la recogida en su primero.

José Andrés Marcillo vivió una alternativa perfecta de manos del gran Morante en presencia del gallo peruano. Si anduvo bien en el astado del doctorado, en el sexto, también de Triana, logró sumarse a la apoteosis tras indultar a un gran toro al que aprovechó con el pundonor de su capote y el gusto con que manejó la muleta, en una faena con pases de todas las marcas que tuvieron el mérito del temple y de la colocación. Los adornos finales y el clamor popular permitieron el perdón de la vida del bravo astado y cumplir el sueño del joven Marcillo.

Una extraordinaria corrida de toros se vivió ayer en Latacunga cuyo resultado artístico se reflejó en la imagen de los tres toreros a hombros al cabo de una tarde pletórica de toreo del bueno, merced al notable comportamiento del lote de toros de Huagrahuasi y Triana y la labor de los diestros que se prodigaron en la arena. Episodios sobresalientes del inolvidable festejo fueron el arte de Morante de la Puebla, el poder de Andrés Roca Rey y la brillante alternativa del ecuatoriano José Andrés Marcillo.

Los momentos de mayor emoción se vivieron durante la lidia del cuarto de la tarde, con el hierro de Triana, con el que Morante de la Puebla construyó una autentica obra de arte, convirtiendo a la arena en el estudio particular del artista. Es que el torero de la Puebla plasmó su tauromaquia más cara en repetidas series de rítmicos muletazos de bello trazo y despaciosa ejecución. Si el toreo con la diestra caló hondo en el graderío, la tela manejada con la izquierda reventó al tendido que se volcó con el genio andaluz. Los remates por alto y las trincherillas consumaron una obra perfeccionada con una estocada en lo alto que aseguró las dos orejas que paseo Morante con el rostro iluminado tras dejar su alma en el ruedo. Con su complicado primero ya avisó su disposición, en especial al tolerar de capote.

Con la plaza aún en trance, el peruano Andrés Roca Rey formó un alboroto con el corrido en quinto lugar, otro buen toro de Triana. Con el capote lanceó a la verónica con la planta quieta; ya con la tela roja, el temple marcó el camino de las embestidas iniciales para, posteriormente, someter a la res con la rotundidad de su toreo en varias secuencias de mano baja en especial por la derecha, labor que continuo con pases circulares e invertidos, repetidos sin solución de continuidad. Con igual seguridad manejó la espada para cortar las dos orejas que se sumaron a la recogida en su primero.

José Andrés Marcillo vivió una alternativa perfecta de manos del gran Morante en presencia del gallo peruano. Si anduvo bien en el astado del doctorado, en el sexto, también de Triana, logró sumarse a la apoteosis tras indultar a un gran toro al que aprovechó con el pundonor de su capote y el gusto con que manejó la muleta, en una faena con pases de todas las marcas que tuvieron el mérito del temple y de la colocación. Los adornos finales y el clamor popular permitieron el perdón de la vida del bravo astado y cumplir el sueño del joven Marcillo.

Una extraordinaria corrida de toros se vivió ayer en Latacunga cuyo resultado artístico se reflejó en la imagen de los tres toreros a hombros al cabo de una tarde pletórica de toreo del bueno, merced al notable comportamiento del lote de toros de Huagrahuasi y Triana y la labor de los diestros que se prodigaron en la arena. Episodios sobresalientes del inolvidable festejo fueron el arte de Morante de la Puebla, el poder de Andrés Roca Rey y la brillante alternativa del ecuatoriano José Andrés Marcillo.

Los momentos de mayor emoción se vivieron durante la lidia del cuarto de la tarde, con el hierro de Triana, con el que Morante de la Puebla construyó una autentica obra de arte, convirtiendo a la arena en el estudio particular del artista. Es que el torero de la Puebla plasmó su tauromaquia más cara en repetidas series de rítmicos muletazos de bello trazo y despaciosa ejecución. Si el toreo con la diestra caló hondo en el graderío, la tela manejada con la izquierda reventó al tendido que se volcó con el genio andaluz. Los remates por alto y las trincherillas consumaron una obra perfeccionada con una estocada en lo alto que aseguró las dos orejas que paseo Morante con el rostro iluminado tras dejar su alma en el ruedo. Con su complicado primero ya avisó su disposición, en especial al tolerar de capote.

Con la plaza aún en trance, el peruano Andrés Roca Rey formó un alboroto con el corrido en quinto lugar, otro buen toro de Triana. Con el capote lanceó a la verónica con la planta quieta; ya con la tela roja, el temple marcó el camino de las embestidas iniciales para, posteriormente, someter a la res con la rotundidad de su toreo en varias secuencias de mano baja en especial por la derecha, labor que continuo con pases circulares e invertidos, repetidos sin solución de continuidad. Con igual seguridad manejó la espada para cortar las dos orejas que se sumaron a la recogida en su primero.

José Andrés Marcillo vivió una alternativa perfecta de manos del gran Morante en presencia del gallo peruano. Si anduvo bien en el astado del doctorado, en el sexto, también de Triana, logró sumarse a la apoteosis tras indultar a un gran toro al que aprovechó con el pundonor de su capote y el gusto con que manejó la muleta, en una faena con pases de todas las marcas que tuvieron el mérito del temple y de la colocación. Los adornos finales y el clamor popular permitieron el perdón de la vida del bravo astado y cumplir el sueño del joven Marcillo.