Todos somos culpables

Carlos Freile

Hoy, Sábado Santo para los católicos, reflexiono sobre Cristo muerto, sepultado y envuelto en la tradicional mortaja judía. En términos de fe, murió por nuestros pecados, para salvarnos y abrirnos las puertas del Paraíso, en palabras más precisas, para unirnos con la Trinidad en el encuentro feliz de su amor eterno, si así nosotros lo aceptamos. La negación de esa propuesta salvadora de Cristo es el pecado. En este aspecto, todos somos culpables de su muerte, en mayor o menor grado: Ya no es posible hablar de un “pueblo deicida” como acostumbraban los ignorantes hasta hace no muchos años. Todos somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz, aunque lo neguemos o tratemos de mirar a otro lado.


Según el catecismo católico, los pecados pueden ser de palabra, obra u omisión. Quien miente con plena conciencia; calumnia y destruye honras; promete a sabiendas de que no cumplirá lo prometido; jura en falso; comete pecado de palabra y es culpable de que Cristo esté en el sepulcro, muerto. Quien roba, en negocios particulares o en contratos públicos (y no devuelve lo robado); persigue a sus rivales más débiles, sobre todo si se hallan en la indefensión; dicta sentencias contra inocentes por sumisión al poder; adultera datos, cifras o resultados; obliga a sus subordinados a actuar contra la propia conciencia; comete pecado de obra y es culpable de que Cristo esté en el sepulcro, muerto. Quien debe castigar al ladrón y lo ampara; debe investigar los posibles, a veces casi evidentes, delitos cometidos por allegados y los disimula; mantiene en su puesto a subordinados corruptos, sabedor de sus infamias y los protege; comete pecado de omisión y es culpable de que Cristo esté en el sepulcro, muerto.


Todos somos culpables. Algún día, más temprano que tarde, rendiremos cuentas. Por eso en los cuadros antiguos del Juicio Final aparecían reyes, papas, obispos, nobles, junto a la gente común. Pero Cristo está en el sepulcro para salvarnos a todos: si nos arrepentimos, pedimos perdón, nos enmendamos (y, los católicos, nos confesamos).


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