Dineros públicos

Rosalìa Arteaga Serrano

Los dineros públicos son sagrados, entrañan el nivel de sacrificio del pueblo que tributa, que paga impuestos, que ahorra y piensa que esas contribuciones al Estado deben revertirse en educación y salud, en obra pública y en seguridad para deambular tranquilos por las calles y realizar sus actividades sin tener que estar sometidos al constante peligro de asaltos y violaciones.

Sin embargo, durante años y años, acentuados en la década pasada, sentimos que el único afán de los denominados servidores públicos, sea que hayan sido elegidos o designados por una autoridad, es buscar las maneras de adueñarse de esos fondos públicos que deberían defender y administrar.

Los ejemplos son tan numerosos que es imposible enumerarlos, los escándalos son tan grandes que los nuevos tapan los viejos y hasta el pueblo, medio adormilado, medio encandilado, se acostumbra a pensar que las autoridades son todas ladronas, que se llevan sus dineros con absoluta impunidad y a lo que aspiran es a colocar a sus hijos a beneficiarse de las ubres del Estado, como forma de asegurarse la vida.

¿Qué pasa con la ética, con los valores con que se llenan la boca quienes acceden al favor popular y desempeñan cargos? ¿Por qué tantos jóvenes que en un comienzo aparecen ilusionados con el servicio público, con ganas de hacer cosas por el bien común, pero asoman como millonarios de la noche a la mañana?

¿Qué hacemos tan mal que no podemos vacunar a nuestros jóvenes en contra de la corrupción? se necesitan ajustes en las leyes, órganos de justicia más eficientes, aplicación de la Ley sin buscar la evasión. Es necesario que los padres de familia, abuelos y maestros insistamos en la necesidad de respetar los dineros de los otros, incluidos los fondos públicos, y que brindemos ejemplos de honestidad.

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