Mal de muchos… consuelo de…

Jaime Vintimilla

El nefando episodio de corrupción que tenemos la desdicha de sufrir las consecuencias, no es más que la muestra fehaciente de una historia continua, que de forma por demás parca, nos ha enseñado que este flagelo es una suerte de política pública que ha carcomido al país a vista y paciencia de la ciudadanía que impávida ha debido aprender a sortearla y combatirla en medio de las olas de una desinstitucionalización permanente.

Las reacciones y actitudes políticas frente a esta desagradable realidad se han dividido en grupos que defienden posiciones aparentemente irreconciliables. Por una parte, se encuentran los panegiristas de Alianza PAIS que rechazan cualquier capítulo de borrascosa corrupción y amparados en su década de supuesta democracia, no solo que la niegan sino que critican y rechazan cualquier pronunciamiento y lo califican como derecha recalcitrante o partidocracia, sin reconocer que los partidos políticos fueron triturados por su ominoso estilo de hacer política.

En un segundo grupo aparecen aquellos ciudadanos que aparentemente desean combatir esta conducta ilícita, pues más allá de sus creencias consideran que la ética es la senda que debe seguir un servicio público transparente.

Infortunadamente se advierte que en estos grupos, en unos más que en otros, no existe una conciencia clara de la responsabilidad política, pues los primeros forjaron un gobierno caracterizado por la sumisión popular, la devoción al líder y el gasto desmedido de recursos en tanto que los segundos cuentan con antiguos opositores, que formaron parte de la década del oficialismo perverso o que intervinieron en otros regímenes donde ciertas actuaciones pecaron por deslices lesivos para el país.

Por último, el grupo de Alianza PAIS carga con la pesada cruz de haber usado el nombre del pueblo para manipular la historia, dividir a la población y generar una dependencia del Estado que casi aniquila la creatividad y el emprendimiento privados.

Resulta lamentable, pero a la corrupción no podemos aplicarle el viejo adagio que dice mal de muchos, consuelo de tontos. Hacerlo así demostraría que se ha aniquilado el civismo y el sentido del Estado y de la política.

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