Nuestra eterna llakta, esa que se extiende bajo las estribaciones de los Andes, cuna de astros y fuentes inagotables de sabiduría, no olvida su historia, ni aquella que aún permanece oculta, la que busca alzarse como una voz colectiva. Esa tierra, tratada alguna vez como un simple fragmento de cuarzo, como un diamante, sigue siendo lo que es: un lugar de riqueza y fortaleza. Una tierra llena de Yaguarzongos, Pucararás, Zarzas y Lojanos; una tierra que fue devastada, aniquilada, para ser compartida por mercenarios de diversa índole. Esta tierra, que fue nombrada con arrogancia como Loja, esta Cushita, rebosante de magia y vida, celebra hoy su fundación. Sin embargo, no requiere ser recordada por esa masacre camuflada y olvidada.
No solo hoy, sino todos los días, la tierra se reconstituye, renace y se levanta con cada acto de sus habitantes, con cada muestra de amor, un amor que no solo es hacia ella, sino hacia todos los que la habitamos. Celebra su vida, su nacimiento, en cada forma posible, desde cada rincón, desde cada orilla, desde cada dolor. Se reinventa y se alza como los inmensos Andes de cultura, en cada acto, en cada paso. Mi tierra, nuestra tierra, la tierra de todos, no celebra únicamente su fundación el 8 de diciembre, sino que reclama, recuerda y se revitaliza a través de sus habitantes, aquellos que luchan cada día por romper las cadenas de una historia que nos condena.
Por eso, hoy afirmo que Loja, Cuxibamba, la Ciudad Arcoíris, no necesita solo de su fundación, sino también de su defunción, para que los que vivimos aquí demostremos que nuestra verdadera fundación se realiza cada día. Los que hacen que esta ciudad camine y funcione son sus habitantes, desde los rincones rurales hasta los urbanos, haciendo de esta tierra un lugar sublime para el mundo. Esta ciudad es la fábrica de arte y cultura de nuestro país. Aunque geográficamente nos encontremos al sur de la patria, no nos consideramos ni luz ni carita, sino un ejemplo vivo de cómo reconstruirse, de cómo ser una reingeniería de vida.
Por eso, no quisiera decir «feliz fundación», porque eso implicaría postrarnos ante un yugo que no proviene de otros lugares ni es de cartón, sino el yugo interno que arrastramos. Ese virus que nos impide unirnos, ese espíritu maligno que nos incita a competir entre nosotros mismos, el de la desunión, el del odio, la envidia y la jerarquía que nos abolió. Pensar en la fundación nos hace creer que no tuvimos civilización, cuando siempre la tuvimos. Alzo mi voz para recordarles que la verdadera fundación es el acto cotidiano, ese que no celebra pasados ni genocidios, sino que se materializa en acciones que no rinden tributo a nadie más que al esfuerzo de cada uno de nosotros. Esta fundación depende de nuestra colectividad, de nuestra unión, de nuestro amor hacia nosotros mismos, hacia nuestras raíces profundas, hacia una historia de renovación y reinvención que se repite día tras día.
Y así paisanos, en cada paso que damos, en cada mirada al horizonte, se teje el futuro de nuestra tierra. Esto, no es una celebración de la memoria muerta, sino de la vida que sigue latiendo, que sigue escribiendo su propia historia. Loja, Cuxibamba, ciudad de luz subterránea, donde los sueños se mezclan con la tierra, donde las montañas guardan secretos de antiguas voces y nuevos latidos. Aquí, donde cada día renace la esperanza, donde la fundación no es un hecho del pasado, sino una construcción diaria de amor, de cultura, lucha y libertad.
Hoy, y siempre, elevamos nuestras manos, no para pedir permiso, sino para reclamar el espacio que nos pertenece: el presente y el futuro.
Nuestra fundación no es un día, no es una fecha, es el pulso que nos mueve, el grito que se alza, la palabra que nunca calla.
Loja, nuestra casa, nuestra raíz, siempre viva, siempre renovada.
La fundación es siempre hoy, es de todos los días, la fundación somos todos.
Por Byron Carrión