Espejo: el primer salubrista

En 1875 hubo una epidemia de sarampión en Quito. La ciudad, con 20 mil habitantes tuvo 3 mil fallecidos. La ciudad se organizó y asignó un médico por barrio. La Presidencia de la Audiencia ordenó repartir medicina, ropa y alimentos a los pobres. Se reunieron los médicos por pedido del Cabildo Civil y Eclesiástico y se anunció que se había recibido un libro, “Método seguro de preservar a los pueblos de las viruelas”, del cirujano español Francisco Gil, enviado a las colonias americanas, porque la enfermedad estaba causando muchos estragos.

Se encomendó a Eugenio Espejo elaborar un estudio “para que opine sobre el aislamiento de los enfermos, para prevenir el contagio y propagación de la viruela”, que se podía aplicar en el caso del sarampión. Espejo hizo un detallado informe que provocó contrariedades y resentimientos. La queja de los médicos era que los limitaba “a prescribir ojos de cangrejo y sangrías” (algo así como vitaminas). Denunció que los conventos eran focos infecciosos y a los hacendados por ocultar alimentos.

Espejo se mantuvo en su verdad y aunque el Cabildo rechazó su informe, puso en circulación el texto manuscrito. Uno de los más disgustados fue el presidente de la Audiencia, José Villalengua, porque Espejo no le dedicó el texto. El ensayo, conocido luego como “Reflexiones sobre la Viruela” fue un gran aporte a la literatura científica de entonces.

El libro no se limitó a las viruelas. Hizo un diagnóstico sobre las condiciones higiénicas y sanitarias de Quito. Criticó a los “curanderos” -como llamó a sus colegas- del hospital de la Misericordia (luego San Juan de Dios), regentado por los betlemitas (la orden del mentor de su padre, Fray José del Rosario), y los responsabilizó por el atraso de la medicina en la Audiencia.

El asunto más importante de las Reflexiones no pasó por la censura. Eran elucubraciones sobre la causa de las epidemias. Sin ayuda de microscopios, Espejo atribuyó el contagio a unos “corpúsculos” que había en el aire. Para evitarlo debía haber limpieza en la ciudad y aislar a los individuos enfermos.

Algunas de sus meditaciones se aplican para esta pandemia del coronavirus: la enfermedad se adquiere por contacto, objetos infectados o el medio donde está la persona. Se contagia por contacto físico con un portador. Se combate cuidando la higiene y el aseo personal. No proviene de la “Ira de Dios”. Su pronta detección permitirá erradicarla sin dejar efectos adversos en el individuo. Si Espejo viviera, sería el primer salubrista para afrontar esta crisis.

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