Ayudemos a la ciudadela Zamora

José Benigno Carrión M.

Ocurre, mis buenos amigos, que la Ciudadela Zamora se ha convertido en un centro de reunión de jóvenes durante todos los días de la semana, por las noches, con una puntualidad digna de mejor causa. Nada de malo tuviera, siempre y cuando aquellos encuentros fueran con fines de intercambio de criterios, ideas, opiniones o una sana diversión, pero estamos muy lejos de aquello. Los vecinos y moradores se dan cuenta de que su objetivo es muy diferente, es decir, dedicarse a libaciones, y luego “fumar,” precisamente no la pipa de la paz, charlando, a grandes voces, empleando un léxico de alcantarilla y algo que sorprende que sus compañeras de jarana no se quedan a la zaga haciendo gala de vulgares y groseros adjetivos, todo a gritos destemplados. Cuando las cosas salen de tono no falta alguna que otra atormentada moradora del lugar haga uso del teléfono y llame a la policía para que ponga freno a ese desborde de incultura y grosería. Aquellos que están bebiendo y fumando cuando escuchan la sirena del patrullero tratan de esconder el cuerpo del delito ocultándolo en la parte inferior de sus vehículos que no pocos llevan. No es posible que por permitir ciertas libertades a la juventud, quieran hacer lo que les da la regalada gana.

Es verdad que los agentes del orden cumplen su deber recorriendo aquellas calles permanentemente para poner las cosas en su puesto conforme a claras disposiciones legales. Pero los contraventores con una persistencia, digna de una mejor causa, vuelven a las suyas.

Es hora de poner coto a tanto desafuero que lastima la moral y el bien ganado prestigio de nuestra ciudad, culta y recatada por antonomasia. Ojalá, se nos brinde la atención merecida a nuestro justo pedido, cumpliendo las leyes y ordenanzas municipales. (O)

[email protected]

José Benigno Carrión M.

Ocurre, mis buenos amigos, que la Ciudadela Zamora se ha convertido en un centro de reunión de jóvenes durante todos los días de la semana, por las noches, con una puntualidad digna de mejor causa. Nada de malo tuviera, siempre y cuando aquellos encuentros fueran con fines de intercambio de criterios, ideas, opiniones o una sana diversión, pero estamos muy lejos de aquello. Los vecinos y moradores se dan cuenta de que su objetivo es muy diferente, es decir, dedicarse a libaciones, y luego “fumar,” precisamente no la pipa de la paz, charlando, a grandes voces, empleando un léxico de alcantarilla y algo que sorprende que sus compañeras de jarana no se quedan a la zaga haciendo gala de vulgares y groseros adjetivos, todo a gritos destemplados. Cuando las cosas salen de tono no falta alguna que otra atormentada moradora del lugar haga uso del teléfono y llame a la policía para que ponga freno a ese desborde de incultura y grosería. Aquellos que están bebiendo y fumando cuando escuchan la sirena del patrullero tratan de esconder el cuerpo del delito ocultándolo en la parte inferior de sus vehículos que no pocos llevan. No es posible que por permitir ciertas libertades a la juventud, quieran hacer lo que les da la regalada gana.

Es verdad que los agentes del orden cumplen su deber recorriendo aquellas calles permanentemente para poner las cosas en su puesto conforme a claras disposiciones legales. Pero los contraventores con una persistencia, digna de una mejor causa, vuelven a las suyas.

Es hora de poner coto a tanto desafuero que lastima la moral y el bien ganado prestigio de nuestra ciudad, culta y recatada por antonomasia. Ojalá, se nos brinde la atención merecida a nuestro justo pedido, cumpliendo las leyes y ordenanzas municipales. (O)

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Ocurre, mis buenos amigos, que la Ciudadela Zamora se ha convertido en un centro de reunión de jóvenes durante todos los días de la semana, por las noches, con una puntualidad digna de mejor causa. Nada de malo tuviera, siempre y cuando aquellos encuentros fueran con fines de intercambio de criterios, ideas, opiniones o una sana diversión, pero estamos muy lejos de aquello. Los vecinos y moradores se dan cuenta de que su objetivo es muy diferente, es decir, dedicarse a libaciones, y luego “fumar,” precisamente no la pipa de la paz, charlando, a grandes voces, empleando un léxico de alcantarilla y algo que sorprende que sus compañeras de jarana no se quedan a la zaga haciendo gala de vulgares y groseros adjetivos, todo a gritos destemplados. Cuando las cosas salen de tono no falta alguna que otra atormentada moradora del lugar haga uso del teléfono y llame a la policía para que ponga freno a ese desborde de incultura y grosería. Aquellos que están bebiendo y fumando cuando escuchan la sirena del patrullero tratan de esconder el cuerpo del delito ocultándolo en la parte inferior de sus vehículos que no pocos llevan. No es posible que por permitir ciertas libertades a la juventud, quieran hacer lo que les da la regalada gana.

Es verdad que los agentes del orden cumplen su deber recorriendo aquellas calles permanentemente para poner las cosas en su puesto conforme a claras disposiciones legales. Pero los contraventores con una persistencia, digna de una mejor causa, vuelven a las suyas.

Es hora de poner coto a tanto desafuero que lastima la moral y el bien ganado prestigio de nuestra ciudad, culta y recatada por antonomasia. Ojalá, se nos brinde la atención merecida a nuestro justo pedido, cumpliendo las leyes y ordenanzas municipales. (O)

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José Benigno Carrión M.

Ocurre, mis buenos amigos, que la Ciudadela Zamora se ha convertido en un centro de reunión de jóvenes durante todos los días de la semana, por las noches, con una puntualidad digna de mejor causa. Nada de malo tuviera, siempre y cuando aquellos encuentros fueran con fines de intercambio de criterios, ideas, opiniones o una sana diversión, pero estamos muy lejos de aquello. Los vecinos y moradores se dan cuenta de que su objetivo es muy diferente, es decir, dedicarse a libaciones, y luego “fumar,” precisamente no la pipa de la paz, charlando, a grandes voces, empleando un léxico de alcantarilla y algo que sorprende que sus compañeras de jarana no se quedan a la zaga haciendo gala de vulgares y groseros adjetivos, todo a gritos destemplados. Cuando las cosas salen de tono no falta alguna que otra atormentada moradora del lugar haga uso del teléfono y llame a la policía para que ponga freno a ese desborde de incultura y grosería. Aquellos que están bebiendo y fumando cuando escuchan la sirena del patrullero tratan de esconder el cuerpo del delito ocultándolo en la parte inferior de sus vehículos que no pocos llevan. No es posible que por permitir ciertas libertades a la juventud, quieran hacer lo que les da la regalada gana.

Es verdad que los agentes del orden cumplen su deber recorriendo aquellas calles permanentemente para poner las cosas en su puesto conforme a claras disposiciones legales. Pero los contraventores con una persistencia, digna de una mejor causa, vuelven a las suyas.

Es hora de poner coto a tanto desafuero que lastima la moral y el bien ganado prestigio de nuestra ciudad, culta y recatada por antonomasia. Ojalá, se nos brinde la atención merecida a nuestro justo pedido, cumpliendo las leyes y ordenanzas municipales. (O)

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