El pueblo soberano

Félix Paladines

Hace poco más de 200 años comenzó a circular en nuestra América y tempranamente en Quito, una expresión nueva, cuyo sentido revolucionario sigue resonando con fuerza en nuestros días: El Pueblo Soberano. “Hasta ese momento, soberano no había sido sino el rey de España”, nos recuerda Germán Arciniegas en América mágica. Comenzó a germinar lo que parecía un sueño desmesurado, irrealizable; un sueño de libertad que atentaba contra todo sentido común, contra “una verdad arrastrada por 300 años”, la verdad de los colonizadores. Las batallas se suceden, “el pequeño ejército loco” del Bolívar de la Campaña Admirable, asimila las primeras derrotas y crece, crece como un torrente popular, crece incontenible hasta culminar victorioso en Ayacucho: Bolívar señaló el camino…

Producida la independencia política, se inaugura el largo período de la República Oligárquica (con excepción del lapso del liberalismo montonero de Alfaro y el intento modernizante de la Revolución Juliana e Isidro Ayora): se alternan en el poder, cada vez más voraces, la aristocracia terrateniente de la Sierra y la oligarquía agroexportadora y mercantil de la Costa (lo de “el pueblo soberano” se convierte en un sueño, en un hermoso objetivo a ser conquistado). Con el advenimiento del nuevo siglo y luego de casi 30 años de crisis y terremotos políticos del más variado género, asume el poder Rafael Correa Delgado, el año 2007, e inicia un período de diez años (no es nuestra intención defender ni juzgar, en esta oportunidad, los éxitos y fracasos del gobierno de la Revolución Ciudadana que ahora se critican de la manera más dura y hasta desleal. Lo que queremos es simplemente referirnos a lo que está a la vista, a lo que se hizo, posiblemente, con un alto sentido cívico y conciencia de patria): el Ecuador recuperó su soberanía y dignidad internacional, dejó de ser simplemente una banana república de tercera y se convirtió en un país respetado y hasta admirado internacionalmente. Se recuperan los recursos naturales antes en poder de las transnacionales, y se invierte en inmensos y necesarios proyectos productivos de interés social: modernos puertos marítimos y fluviales, aeropuertos, inmensas hidroeléctricas, el sistema vial más avanzado y completo de América Latina, mientras que antes el dinero –con o sin buenos precios del petróleo- solamente se destinaba para los salvatajes bancarios y el pago de la deuda externa; se invierte en universidades y el plan de becas más ambicioso del continente; en amplios y bien equipados colegios y escuelas distribuidos a lo largo y ancho de todo el territorio nacional; en una infraestructura de salud que es ponderada fuera del país y a la que tienen acceso todos los sectores de la población. En fin, con todos los grandes errores que indudablemente se pudieron haber cometido, se hizo mucho y en muy corto tiempo: parecía como que ahora sí el poder estaba depositado en manos de su soberano.

Lo que ahora está pasando en las esferas del poder, vuelve a cargar el ambiente de incertidumbres y dudas sobre el inmediato futuro de nuestro pueblo. En pleno proceso electoral: ¡qué al pueblo no se lo busque solo como potencial voto sino como legítimo depositario del poder! (O)