Capítulos 36 a 39 – II Parte

DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Ahora todo es burla tras burla, en ese cruel juego de reírse siempre del dolor ajeno. Allá va el entretenimiento al que ha llegado la fatídica corte de los Duques, con el atrevido teatrillo de la condesa Trifaldi, por otro nombre la dueña Dolorida y Trifaldín el de la Barba Blanca, su escudero. Toda evasión de la realidad es a un mismo tiempo descubrimiento y comunicación, que parte de la soledad en la que el hombre se encuentra y atravesando reveladores dinteles selecciona elementos de aquélla, los cuales se plasman en un determinado sentido como proyección irreprimible de un secreto, sufre como nadie don Quijote envuelto en el vano enigma de la pantomima que ante sus ojos le presentan. El quijotesco –no olvide el lector este adjetivo- espíritu se alabea en la medida en que su realidad interior busca un culminante aspecto social aseverado, y en cuya proyección el alma halla los misteriosos terrores sublimados de la melancolía. No olvidemos que, don Quijote sale de su soledad a comunicar el secreto. De no ser así; la salida queda truncada, toda vez que la acción enmarcada por la personalidad y la rectificación social imprime al hombre, timbrado carácter de fracaso. La percepción de la realidad podía hacerse bien por vía racional; bien por vía sensorial, y si aquélla buscaba los elementos puramente ideales, ésta se postulaba por aquellos otros en que se aspira a la intransferible sensibilidad del individuo. En el fracaso aparece la máxima medida del hombre…Lo que en el fracaso queda es algo que ya nada ni nadie puede arrebatar, ya así nos lo manifestaba la pensadora española María Zambrano y ante los ojos del lector, ambos, don Quijote y Sancho se nos muestran, no solo en el límite de sus contenidas fuerzas, sino en el desmoronamiento último que presagia la obra. Cuando esto ocurre, Cervantes halla en la ironía burlesca de la situación, la íntima soledad de sus personajes, plasmada no sin desabrida presencia en el enfrentamiento de la formas de la imaginación con las formas de la realidad; y así el silencio es vehículo mediador de la resignada pesadumbre de la caída, para ello presenta un muy variado carácter en la polifonía de los enunciados, ya que para los cuales reserva la desaprobación de los literales significados, y abierto deja el ancho de campo de las más confusas ambigüedades de su humor. “—En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud”, dirá como evidencia de consumada manifestación de la pena.

Ángel Martínez de Lara