No todo tiene un nombre

Juan Aranda Gámiz

Gozamos de una lengua compartida “el castellano” que es rico en contenidos y mensajes, propositivo al describir lo que escucha y siente y dinámico al incorporar modismos y giros, dialectos y armonías lingüísticas.

Sin embargo, aún tenemos “vacíos léxicos” al comprobar que hay objetos, situaciones, contextos, estructuras o condiciones que no tienen su palabra, con lo que hay que echar mano de la “perífrasis” (entiéndase expresión que se construye con varias palabras para evitar el uso de sólo una, porque no la haya o con motivos literarios).

Y cuando se trata de los sentimientos es importante dar respuesta a las lágrimas que se derraman o los suspiros que se lanzan, ya que ello nos hablaría del sentido que realmente tiene vivir en un mundo mucho más sensible.

He reflexionado al respecto y no sé qué palabra utilizar para “el abuelo que pierde un nieto” o “el nieto que pierde a un abuelo”, “para el dolor por una pérdida trágica” o “para quien ha perdido una mascota”, “para quien lo ha perdido todo en una catástrofe” o “para quien es maltratado, olvidado, no-reconocido o sentenciado -por error o mala intención- y luego liberado”.

Sabemos lo que significan las palabras “huérfano-a” (cuando se pierde a un progenitor), “viudo-a” (cuando se pierde al esposo-a), “huérfilo” (cuando se pierde a un-a hijo-a, aunque sea una palabra propuesta y aún no reconocida por la Real Academia de la lengua).

Hay que ponerle nombre a los momentos que nos definen en la vida, porque la vida ya se encarga, por sí sola, de definir los momentos vividos. La descripción puede ser tan natural porque la compasión acompañe al relato o tan sutil porque la comprensión esté presente al señalarla, pero también puede ser cruel por la carga emotiva que nos libere o la furia que nos embargue.

Es por esto que necesitamos hacer un diccionario con más “verdades universales”, esas palabras que definan las mismas circunstancias para todos, sin sentido peyorativo y que se incorporen en el alfabeto del alma que será, al fin y al cabo, quien se encargue de añadir la valoración que se crea más oportuna al aplicársela a alguien en concreto. (O)