Es evidente

POR: Víctor Hugo Portocarrero

Envuelta la palabra rompe en laberintos de múltiples puertas y una salida; cada espacio y corredor invadido de un perfume que lleva gránulos de opio. Impregnando el alma, asesina la esperanza en un sueño que estremece el despertar, dibujan desencantos; intransigentes niegan el amanecer.

El narcótico ha dormido primero sus sentidos, paraliza la razón y proyecta rostros encantadores que al final, al borde de lo que la ilusión consigue, solo esconde al ente, réplica de lo siniestro, que siempre tuvo el poder de hipnotizar.

Se ve la tierra endurecida, rodeada de covachas enmohecidas, han extraído la sabia y han dejado a cambio el estiércol del roedor; se ven excavaciones que tenían la idea de guardar raíces de una nueva vida, pero se quedaron sin terminar, y sin poder germinar.

Dicen que la escena es cíclica, una especie deambula cada cierto tiempo en exactitud coordinada, siempre llega primero su palabra cargada del opio que induce al sueño. Periodo a periodo, turnándose en ocasiones, cuidan que la mascarada no termine; en tanto, vuelven a usurpar la sabia, y contaminan el espacio para que no queramos abrirnos a la realidad.

La mentira utiliza el uniforme de la autoridad, tienen regimientos en cada territorio, resguardan a la camarilla que divididas en bandas manejan los distintos negocios públicos, tienen como cortafuegos a un grupo de exitosos pudientes, acompañados quizá de impúdicos soquetes llenos de imbecilidad, tomados por el opio.

Saben que su veneno no nos afecta a todos. Los muros del laberinto caen y la salida se ensancha; en alguna parte, el clavel ha vuelto a germinar. De las manos fuertes, de la piel curtida, con el polvo levantado por el viento que corta el aire y lleva la tonada que acompaña a nueva voz, “rompe la mentira y el pueblo se levanta”.