La corrupción no es de izquierda ni de derecha

POR: Fausto Jaramillo Y.

Corría el año de 1992 y un suceso en la vida de Brasil sacudía la comprensión de la política de América Latina. El presidente Fernando Collor de Melo debía abandonar su cargo porque el juicio del pueblo, en las calles, y luego el juicio político en la Cámaras de Diputados y Senadores, lo encontraron culpable de varios actos de corrupción.

Seguramente este joven presidente no debe haber sido el primero en la región en cometer esta clase de actos, pero sí era el primer caso de un presidente destituido por el pueblo y por la propia clase dirigente de ese país, acusado de esquilmar los recursos del pueblo en beneficio propio y de su gente. Collor de Melo era el representante de la derecha en ese país.

Hace poco, ya en este siglo, en el mismo Brasil, la presidente Dilma Rousseff, también fue destituida por maquillar las cifras del presupuesto del Estado. Luego otro escándalo, el presidente más querido del gigante de Sudamérica, Luiz Inácio Lula da Silva era condenado por la justicia de su país, al encontrarle culpable de actos de corrupción. Lula y Dilma fueron representantes de la izquierda en dicho país.

En los últimos tiempos en toda América Latina, desde México a la Patagonia, la corrupción ha sido develada como una práctica común a muchos gobiernos y a muchos gobernantes sin distingo de ideologías políticas.

Sergio Moro es un funcionario de la justicia brasilera, en una ocasión, dijo: “La corrupción no es monopolio de la izquierda ni de la derecha”. Y tenía razón.

Las ideologías, ya sean que puedan ser calificadas como de izquierda o de derecha son las que marcan una ruta, señalan un camino a seguir, pero no son un impedimento para que sus adeptos puedan cometer actos de corrupción.

La violación de los derechos humanos, la violencia y persecución a los adversarios a un régimen o a un líder, nada tienen que ver con las ideologías.

Las ideologías, el ciudadano las adopta cuando está en edad y en capacidad de entender y decidir su postura política, mientras que la corrupción ya está presente en los primeros años de vida del individuo, en sus traumas, en sus ambiciones.

Pero no creamos que solo líderes ideológicos hayan sido los corruptos. Los ejemplos nos muestran que los llamados populistas, es decir, aquellos que no se identifican con ninguna ideología y solo, en el discurso, se autocalifican como servidores populares, han sido los más corruptos, pues sus actos de gobiernos apenas pueden ser juzgados por sus humores cambiantes y sus afanes de aplausos.

Dictadores, sátrapas, caudillos, cualquier sea su designación, los populistas, al igual que los aparente izquierdistas o derechistas, son la mayor plaga de corrupción que ha destrozado la credibilidad y la economía de sus ciudadanos.

POR: Fausto Jaramillo Y.

Corría el año de 1992 y un suceso en la vida de Brasil sacudía la comprensión de la política de América Latina. El presidente Fernando Collor de Melo debía abandonar su cargo porque el juicio del pueblo, en las calles, y luego el juicio político en la Cámaras de Diputados y Senadores, lo encontraron culpable de varios actos de corrupción.

Seguramente este joven presidente no debe haber sido el primero en la región en cometer esta clase de actos, pero sí era el primer caso de un presidente destituido por el pueblo y por la propia clase dirigente de ese país, acusado de esquilmar los recursos del pueblo en beneficio propio y de su gente. Collor de Melo era el representante de la derecha en ese país.

Hace poco, ya en este siglo, en el mismo Brasil, la presidente Dilma Rousseff, también fue destituida por maquillar las cifras del presupuesto del Estado. Luego otro escándalo, el presidente más querido del gigante de Sudamérica, Luiz Inácio Lula da Silva era condenado por la justicia de su país, al encontrarle culpable de actos de corrupción. Lula y Dilma fueron representantes de la izquierda en dicho país.

En los últimos tiempos en toda América Latina, desde México a la Patagonia, la corrupción ha sido develada como una práctica común a muchos gobiernos y a muchos gobernantes sin distingo de ideologías políticas.

Sergio Moro es un funcionario de la justicia brasilera, en una ocasión, dijo: “La corrupción no es monopolio de la izquierda ni de la derecha”. Y tenía razón.

Las ideologías, ya sean que puedan ser calificadas como de izquierda o de derecha son las que marcan una ruta, señalan un camino a seguir, pero no son un impedimento para que sus adeptos puedan cometer actos de corrupción.

La violación de los derechos humanos, la violencia y persecución a los adversarios a un régimen o a un líder, nada tienen que ver con las ideologías.

Las ideologías, el ciudadano las adopta cuando está en edad y en capacidad de entender y decidir su postura política, mientras que la corrupción ya está presente en los primeros años de vida del individuo, en sus traumas, en sus ambiciones.

Pero no creamos que solo líderes ideológicos hayan sido los corruptos. Los ejemplos nos muestran que los llamados populistas, es decir, aquellos que no se identifican con ninguna ideología y solo, en el discurso, se autocalifican como servidores populares, han sido los más corruptos, pues sus actos de gobiernos apenas pueden ser juzgados por sus humores cambiantes y sus afanes de aplausos.

Dictadores, sátrapas, caudillos, cualquier sea su designación, los populistas, al igual que los aparente izquierdistas o derechistas, son la mayor plaga de corrupción que ha destrozado la credibilidad y la economía de sus ciudadanos.

POR: Fausto Jaramillo Y.

Corría el año de 1992 y un suceso en la vida de Brasil sacudía la comprensión de la política de América Latina. El presidente Fernando Collor de Melo debía abandonar su cargo porque el juicio del pueblo, en las calles, y luego el juicio político en la Cámaras de Diputados y Senadores, lo encontraron culpable de varios actos de corrupción.

Seguramente este joven presidente no debe haber sido el primero en la región en cometer esta clase de actos, pero sí era el primer caso de un presidente destituido por el pueblo y por la propia clase dirigente de ese país, acusado de esquilmar los recursos del pueblo en beneficio propio y de su gente. Collor de Melo era el representante de la derecha en ese país.

Hace poco, ya en este siglo, en el mismo Brasil, la presidente Dilma Rousseff, también fue destituida por maquillar las cifras del presupuesto del Estado. Luego otro escándalo, el presidente más querido del gigante de Sudamérica, Luiz Inácio Lula da Silva era condenado por la justicia de su país, al encontrarle culpable de actos de corrupción. Lula y Dilma fueron representantes de la izquierda en dicho país.

En los últimos tiempos en toda América Latina, desde México a la Patagonia, la corrupción ha sido develada como una práctica común a muchos gobiernos y a muchos gobernantes sin distingo de ideologías políticas.

Sergio Moro es un funcionario de la justicia brasilera, en una ocasión, dijo: “La corrupción no es monopolio de la izquierda ni de la derecha”. Y tenía razón.

Las ideologías, ya sean que puedan ser calificadas como de izquierda o de derecha son las que marcan una ruta, señalan un camino a seguir, pero no son un impedimento para que sus adeptos puedan cometer actos de corrupción.

La violación de los derechos humanos, la violencia y persecución a los adversarios a un régimen o a un líder, nada tienen que ver con las ideologías.

Las ideologías, el ciudadano las adopta cuando está en edad y en capacidad de entender y decidir su postura política, mientras que la corrupción ya está presente en los primeros años de vida del individuo, en sus traumas, en sus ambiciones.

Pero no creamos que solo líderes ideológicos hayan sido los corruptos. Los ejemplos nos muestran que los llamados populistas, es decir, aquellos que no se identifican con ninguna ideología y solo, en el discurso, se autocalifican como servidores populares, han sido los más corruptos, pues sus actos de gobiernos apenas pueden ser juzgados por sus humores cambiantes y sus afanes de aplausos.

Dictadores, sátrapas, caudillos, cualquier sea su designación, los populistas, al igual que los aparente izquierdistas o derechistas, son la mayor plaga de corrupción que ha destrozado la credibilidad y la economía de sus ciudadanos.

POR: Fausto Jaramillo Y.

Corría el año de 1992 y un suceso en la vida de Brasil sacudía la comprensión de la política de América Latina. El presidente Fernando Collor de Melo debía abandonar su cargo porque el juicio del pueblo, en las calles, y luego el juicio político en la Cámaras de Diputados y Senadores, lo encontraron culpable de varios actos de corrupción.

Seguramente este joven presidente no debe haber sido el primero en la región en cometer esta clase de actos, pero sí era el primer caso de un presidente destituido por el pueblo y por la propia clase dirigente de ese país, acusado de esquilmar los recursos del pueblo en beneficio propio y de su gente. Collor de Melo era el representante de la derecha en ese país.

Hace poco, ya en este siglo, en el mismo Brasil, la presidente Dilma Rousseff, también fue destituida por maquillar las cifras del presupuesto del Estado. Luego otro escándalo, el presidente más querido del gigante de Sudamérica, Luiz Inácio Lula da Silva era condenado por la justicia de su país, al encontrarle culpable de actos de corrupción. Lula y Dilma fueron representantes de la izquierda en dicho país.

En los últimos tiempos en toda América Latina, desde México a la Patagonia, la corrupción ha sido develada como una práctica común a muchos gobiernos y a muchos gobernantes sin distingo de ideologías políticas.

Sergio Moro es un funcionario de la justicia brasilera, en una ocasión, dijo: “La corrupción no es monopolio de la izquierda ni de la derecha”. Y tenía razón.

Las ideologías, ya sean que puedan ser calificadas como de izquierda o de derecha son las que marcan una ruta, señalan un camino a seguir, pero no son un impedimento para que sus adeptos puedan cometer actos de corrupción.

La violación de los derechos humanos, la violencia y persecución a los adversarios a un régimen o a un líder, nada tienen que ver con las ideologías.

Las ideologías, el ciudadano las adopta cuando está en edad y en capacidad de entender y decidir su postura política, mientras que la corrupción ya está presente en los primeros años de vida del individuo, en sus traumas, en sus ambiciones.

Pero no creamos que solo líderes ideológicos hayan sido los corruptos. Los ejemplos nos muestran que los llamados populistas, es decir, aquellos que no se identifican con ninguna ideología y solo, en el discurso, se autocalifican como servidores populares, han sido los más corruptos, pues sus actos de gobiernos apenas pueden ser juzgados por sus humores cambiantes y sus afanes de aplausos.

Dictadores, sátrapas, caudillos, cualquier sea su designación, los populistas, al igual que los aparente izquierdistas o derechistas, son la mayor plaga de corrupción que ha destrozado la credibilidad y la economía de sus ciudadanos.