Rosa Matilde y Ángel, los primeros plastificadores de documentos de Ibarra

TRABAJO. La pareja ha dedicado toda su vida a cuidar los documentos de las personas.
TRABAJO. La pareja ha dedicado toda su vida a cuidar los documentos de las personas.

Redacción IBARRA

En el zaguán de las instalaciones de la antigua Gobernación de Imbabura, se encuentran Rosa Matilde Villacís y Ángel Robalino, siempre sonrientes, atendiendo con ímpetu y mucha energía. De lunes a viernes, o los fines de semana, cuando hay algún evento, están presentes, listos para plastificar algún documento importante.

Ambos son personas mayores. Lo delata sus cabellos níveos y las líneas en su rostro, marcadas por la experiencia de los años acumulados.

Rosa Villacís tiene 80 años y Ángel Robalino 76. Ambos son oriundos de Tungurahua. Viajeros que llegaron a Ibarra, la ciudad a la que siempre se vuelve, para quedarse.

“Él llegó primero, por el año 64. Yo vine cinco años después, por 1971. Siempre hemos hecho la ‘emplasticada’. Luego comenzamos a vender los timbres, las estampillas, el sellado, porque era el SRI arriba (señala el segundo piso). Rentas se llamaba en esos años”, dice Rosa Matilde.

Pioneros

Ángel Robalino nació en Píllaro y se crió en Ambato. Alegre, cuenta que un amigo de su ciudad lo trajo hasta Ibarra. “Yo ya tenía este trabajo allá. Y me quedé aquí porque no había nadie que ‘emplasticara’. Fuimos los primeros. Cuando llegamos, no había nadie”.

Rosa Villacís, por su parte, indica que pidieron permiso a todos los jefes de la Gobernación de Imbabura para tener su local afuera de la puerta, y se lo dieron.

“Pedimos un puestito para ver si nos dejaban trabajar y el señor César Granda, del SRI, dijo que entremos nomás. Al inicio estábamos afuera, pero como llovía, nos dijo entren. Aquí nos quedamos y hemos podido ‘emplasticar’ documentos hasta a los gobernadores”, detalla.

La pareja recuerda que en el antiguo edificio de la Gobernación antes quedaban las oficinas tributarias, y les iba bien. Además, en el sector existían más oficinas que sostenían el negocio. “Vendíamos estampillas, porque era aquí el correo. Era teléfono. Todas las oficinas eran aquí”, dice Villacís.

Los años cambian

En su vasta experiencia, también han vendido caramelos, canguil en las fiestas de la ciudad. Pero aquí la plastificación nunca la han dejado. Toda su vida les ha acompañado.

“Antes ‘emplasticábamos’ con la prensa, con alcohol o plancha. Le poníamos los plásticos, la prensa de alcohol y la plancha. El precio era más bajo. En sucres”, recuerda Robalino.

La máquina para plastificar, agrega, apareció en tiempos del Presidente Roldós. Y suelta, rápidamente, que en Otavalo compró la primera. “Ahora ya hay máquina de todo tipo. Hoy en toda librería lo hacen. Ahí bajó el negocio”.

Pese a ello, han logrado construir una casa con una cooperativa. Y, si se cierra el edificio del centro de la ciudad por reparación, esperan hablar con el gobernador para ver si los reubica. (PTEG)