El desprecio a Ibarra

Mariana Guzmán Villena

Ciudadano no solo es haber nacido en cierto lugar territorial y vanagloriarnos por vida de este acontecimiento, sin embargo que hay excepciones en que por poco denigran ser originario de tal o cual país, ciudad, etc., pues la fanfarronería o el ansia de glamour está conllevando a despreciar lo que por ancestro nos pertenece; ser capitalino o de una ciudad más grande y obviamente con una cultura mayor es preferible a afirmar que se nació en un pueblito sin mayor trascendencia. Craso error, pues la persona que verdaderamente ama a su natal territorio contribuye con su trabajo honesto y sobre todo con voluntad en su progreso, sin esperar que solo las autoridades sean competentes para ejecutar obras en pro del adelanto de su pueblo; somos los ciudadanos quienes debemos concienciarnos que nuestras actitudes son factores determinantes en este desarrollo y no porque nadie nos exija, sino por querencia a una tierra donde nacimos y donde la historia de nuestro antepasados y sus obras puede ser más fecunda que cualquier otra.

Sucede que exigimos derechos, pero soslayamos las obligaciones que debemos cumplir no porque es un mandato legal, decreto u ordenanza, sino por sentido común. Si queremos lucirnos por nuestra cultura y educación, demostrémoslo, reflexionemos que la cordura es más aconsejable que la apatía, actualmente es como que la indiferencia va empoderándose y haciéndose costumbre. Somos testigos de cómo se arroja la basura indolentemente en las veredas o calles; como las malas costumbres se imponen al respeto, se escupe o expectora sin el mínimo disimulo, por poco en la cara de los transeúntes. Los buses de transporte público se parquean donde les apetece, no pasa nada con entorpecer el tráfico, se colocan con sus humeantes vehículos sin importarles la contaminación que penetra en hogares ajenos. Que decir sobre los grafitis, que ya lo he comentado, viviendas o residencias recién pintadas amanecen con distorsionados dibujos o leyendas, que solo cabe su autoría en la cabeza irreflexiva de sus escritores. Largo es enumerar los atentados permanentes a nuestra ciudad, lo más grave que no se vislumbra una solución que consolide nuestra cultura, identidad y vivencia ibarreña.