El sensual vuelo de una gaviota

POR: Germánico Solis

Quito no está junto a la anchura del mar, pero hay espíritus zarcos que notan el atributo salino, y vuelan añiles, leves, terriblemente poéticos. Son almas paridas por el arte que albergándose en las casitas del Tejar Alto, miran opinantes las cúpulas de las iglesias, el enlucido de la centenaria arquitectura hace rato llamada patrimonial. Tan cerca la Virgen del Panecillo, las asonadas del pueblo derrocando presidentes, la pirotecnia de la ciudad enfiestada, explotando en incontables lucecitas.

Y hay más para los ojos poetizados. Los centelleos de los cerros enamorados, los cantos blancos del Cayambe y el Cotopaxi, los ronquidos del Guagua Pichincha. No está lejano el brinco del descuidero que hace suyos los pasajes de La Loma Grande, el óleo en la paleta de un pintor y el ensamble de las guitarras.

Y hay más en la memoria de la maestra de ballet Adriana Montúfar. La gente que puebla las laderas, el grito de los Cristos moribundos en los conventos, los buses de madera Tejar – El Inca, los duendes de los laberintos. Persiste en la niñez de Adriana la escuelita del barrio; el canto, las composiciones y el guitarreo del abuelo Luis Alfonso, la persuasión de su padre Luis Montúfar, pintor que se asía a que ella sea artista, y sobre todo, las enseñanzas de su madre María Boada, restauradora de arte y ordenanza de la niña que desde los ocho años ensayó la danza.

Adriana entiende a Beethoven, Chopin y a los sentidos pasillos ecuatorianos. Son fecundos los estudios en el Colegio Fernández Madrid y los del Instituto Superior de Danza. Se embelesa con los maestros laicos y con las guías de María Luisa Gonzales, Paco Salvador, Mauricio Revelo, Susana Reyes. Tras nueve años de estudios se graduó como Maestra de Ballet.

Amplía su formación en la Compañía Nacional de Danza. La UTE le titula de Ing. en Administración de Turismo. El tiempo complica la vida de Adriana. Aprendió del Ballet Ecuatoriano de Cámara. Ensayó bailes de salón y sufrió asaltos. Los estudios le llevaron a Cuba y Argentina. Tempranamente es invitada a dar clases en el Instituto de Danza.

El casamiento le aleja de Quito para radicarse en Ibarra, con pocas relaciones y escasa familia. Guarda el deseo de fundar una escuela de arte, para dar clases en “La Casa que Baila” de Paco Salvador. Se independiza y ensaya por cuenta propia las enseñanzas, para luego, asentarse en la Casa de la Cultura de Imbabura. Allí instruye a la niñez que asiente que la danza es disciplina, orden y formación.

Son 10 años de existencia de Corpus Ballet en la ‘Ciudad Blanca’. La maestra prepara para mayo una exhibición de los logros. El Teatro Gran Colombia será el escenario donde pruebe que el ballet no solo es posturas, vestidos, zapatillas y luces. La danza neoclásica, moderna o experimental es una forma de vida. Adriana Montúfar ejecutará coreografías con la poesía de María Dolores Echeverría, que rehace la agitada vida de la artista que a diario lucha para formar públicos que disfruten de la danza y cultura.