¿Legado de continuismo?

POR: Mariana Guzmán Villena

La renovación de situaciones, circunstancias en nuestras vidas, casi siempre vienen coreadas de un halo de esperanza, como el que las cosas malas serán desechas justamente por su calificativo, por el daño infligido individual o colectivamente, que lo negativo dará paso a un costado por haber sido menospreciado en el calendario de una nueva etapa donde están impresas expectativas alentadoras, de un cambio radical, profundo, simplemente franquear de lo nefasto a lo bueno.

Estas expresiones no las hago como autoría personal exclusiva, pero tampoco como una conceptualización dogmática, no, sino como la opinión de una ciudadana que le importa su patria, que se hace eco no de especulaciones sino de una realidad que va tornándose cada vez más palpable, que rechaza las absurdeces que cometen quienes nos gobiernan, que mira absorta la desidia de tanta gente que poco o nada les interesa nuestros fracasos como país, en vez de luchar y coadyuvar por que las cosas tomen un giro totalmente diferente al que estuvimos sometidos en la década pasada, entiéndase pasada, no ganada.

Cuando triunfó en las elecciones presidenciales últimas nuestro actual presidente de Ecuador, sin que la suscrita comparta su ideología, menos la forma autoritaria e inconstitucional del anterior y sus aláteres, y escuchando sus iniciales intervenciones de una transformación en la manera de gobernar, de un cambio de personajes adictos al poder, que ningún legado ni lección buena nos dejaron, nos ilusionamos de que el continuismo no se iba a enraizar en nuestro futuro, que la renovación iba a ser verdadera, pero pasan los días y vemos que las mismas caras cansonas de antes continúan figurando, que no hay un cambio drástico de políticas, especialmente económicas En fin, casi todo sigue igual, por ejemplo: ¿hasta cuándo nos rige la famosa Ley de Comunicación?, una mordaza que por hoy está sujetando al que la usó tanto tiempo.