Sacudir el marasmo

Con este mismo texto escribí en un medio local, el 27 de septiembre de 1994, es decir hace casi un cuarto de siglo, lo siguiente en su parte fundamental:

“La frase “ciudad a la que siempre se vuelve”, con el tiempo puede irse tornando un mero y simple enunciado, porque en su aspecto físico no es ya más lo que tan romántico calificativo supone. Incluso hasta en su perfil anímico, psicológico, espiritual y ético. Lo blanco supone o entraña limpieza, pureza, orden, especie de valores muy venidos a menos, situación de la que al final todos somos depredadores importantes.

Cierto es que permanentemente se advierte negligencia, descuido e irresponsabilidad en autoridades y especialmente en funcionarios casi siempre no nativos del esta ciudad, pero creo que el ciudadano común, el ibarreño auténtico y el importado, se han dado por convertirse en simples espectadores del drama citadino y aun en cómodos e indiferentes observadores de los acontecimientos públicos que a diario se suceden.

Mantener limpia la ciudad es tarea universal de todos, incluyendo al organismo municipal, desde luego, el mismo que de todas maneras obtiene recursos económicos para financiar la llamada recolección de basura, así como otras cargas tributarias”.

Ibarra recobrará con derecho su calificativo de blanca y limpia solamente cuando se produzca un concertaje entre autoridades y ciudadanos. Los primeros cumpliendo con pasión y mística con sus obligaciones y haciendo caso a las demandas ciudadanas que no a sus cercanos colaboradores; los segundos, saliendo del mundo de la subcultura de la indolencia en la que hemos caído en forma inmisericorde. Las autoridades, haciendo cumplir con energía las ordenanzas pertinentes en limpieza y ornato, y en defensa patrimonial que para aquello las elegimos. Los ciudadanos, inculcando en nuestro hijos y familia un sentido de amor a nuestra ciudad, a lo propio; de respeto a sus calles, plazas y a sus pocos pero bellos monumentos.

Todo lo anterior está escrito en piedra, pero en piedra caliza porque se borra en la crónica desmemoria de autoridades y moradores. Triste abulia.