Ibarra, cada 28 de abril, recuerda cómo sus habitantes volvieron a fundar la ciudad, tras un terremoto que la dejó devastada. Aquí presentamos una reseña de cómo fueron los días previos a esta jornada, hace 153 años.
En abril de 1872, después de casi cuatro años de haber tomado a La Esperanza como su refugio, los habitantes de Ibarra comenzaron a regresar a las ruinas que habían dejado atrás luego del terremoto de 1868.
La semana previa al regreso para prácticamente refundar la ciudad fue de movimiento constante, de decisiones logísticas, pero también de emociones contenidas y de símbolos que marcarían el renacimiento de Ibarra, como consta en los archivos históricos de la capital imbabureña.
En La Esperanza, ubicada en la parte alta, en las faldas del volcán Imbabura, se asentaron quienes sobrevivieron al desastre, encontrando un lugar para reiniciar sus vidas de forma provisional. La parroquia se convirtió en capital temporal y en hogar para quienes lo habían perdido todo. Pero ese abril, en 1872, el tiempo del retorno había llegado.
El sábado 20 de abril, un grupo de peones interrumpió sus tareas en la construcción del Palacio de Gobierno en Ibarra para trasladar desde La Esperanza muebles y materiales escolares. Las escuelas fueron de las primeras instituciones en ocupar nuevamente la ciudad, según los datos históricos municipales.
Ese mismo día, comenzaron los trabajos para fabricar ladrillos, necesarios para adecuar las zonas donde funcionarían las aulas. La ciudad aún no había sido oficialmente reabierta, pero ya se respiraba una intención clara: volver a ocuparla, paso a paso.
Mientras tanto, la gente se preparaba. Las familias comenzaban a empacar, sin saber si el traslado sería definitivo o si La Esperanza seguiría siendo el lugar más seguro. Se cargaban utensilios, víveres, animales domésticos. El ambiente era de expectativa. Había quienes aún dudaban, pero también quienes no querían esperar un día más para reencontrarse con su tierra.
El lunes 22 fue, sin duda, el punto de inflexión. Ese día, según los relatos conservados en los archivos municipales, la mayoría de la población emprendió el descenso hacia Ibarra. Desde temprano, los caminos que conectaban con Caranqui se llenaron de caravanas, con mulas que cargaban bultos y personas avanzando a su próximo destino, cargadas de nostalgia e ilusión.
A partir de ese momento, el trajín entre La Esperanza e Ibarra fue incesante. Día tras día, más familias se trasladaban, se instalaban como podían, se repartían los espacios. La ciudad estaba lejos de estar lista, pero ya no era un sitio deshabitado y en ruinas. Al mismo tiempo, desde Quito, llegaba el respaldo nacional. El martes 23, el ministro del Interior, Francisco Javier León, enviaba un oficio al gobernador de Imbabura, Juan España, reconociendo y aprobando el traslado de las oficinas públicas a la ciudad reconstruida. Era un paso simbólico y administrativo, que hacía que Ibarra recupere su condición de capital de la provincia.
El resto de la semana se vivió entre tareas de instalación y preparación. Las calles, aún desordenadas, empezaban a alinearse. Los espacios públicos eran habilitados poco a poco. Se hacía lo posible por limpiar, ordenar, construir lo básico. La Esperanza, mientras tanto, comenzaba a vaciarse. Su función como capital provisional había terminado.
El sábado 27 de abril se oficializó lo que ya era un hecho. El gobernador España firmó un oficio dirigido a las autoridades locales, anunciando que al día siguiente se celebraría una misa y una ceremonia de bendición.
Y así llegó el domingo 28 de abril de 1872. Las campanas de la capilla de La Merced repicaron temprano, convocando a los habitantes a la celebración. Allí se concentró una multitud compuesta por sobrevivientes del terremoto y autoridades locales.
Se celebró la misa, para luego dar paso a una procesión que recorrió las calles hasta llegar a la plaza principal, donde hoy se encuentra el parque Pedro Moncayo. Entre letanías y cantos, se bendijeron los espacios y se pronunciaron los discursos que marcaron oficialmente la refundación de Ibarra.
La nueva Ibarra no fue solo una reconstrucción material, sino también una reorganización urbana pensada para el futuro. Precisamente, el primer mapa formal de la ciudad, elaborado en 1906, mostró un trazado ordenado, en cuadrícula, con plazas estratégicamente ubicadas para servir como puntos de encuentro o refugio en caso de nuevos desastres.