Muestra

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Goya en la Colección Frick

Escribía José Ortega y Gasset en 1950 que “vivir a Goya es haberse encontrado con él, porque su encuentro es siempre eficaz, penetrante, inquietador”. En estos días y hasta el 14 de mayo próximo, una cita semejante es especialmente posible en Nueva York. Una muestra intitulada “Goya’s Last Works” (Las Ultimas Obras de Goya) presentada por la Colección Frick y organizada por Jonathan Brown, Carroll y Milton Petrie.

La sede de la Colección se levanta en el tramo de la Quinta Avenida conocido como La Milla de los Museos. Exquisitamente concebido, el edificio posee una gracia clásica. Desplegadas alrededor de un jardín interior centrado en una fuente, sus galerías combinan pequeñas habitaciones con salones que recuerdan ciertos segmentos del Louvre. Ese carácter especial se debe a que, originalmente, el edificio fue la residencia privada del magnate del acero cuya colección y fortuna fundaron el Museo.

Tesoros

El acervo de la Colección es de modesta envergadura si se lo compara con aquel, masivo, del vecino Museo Metropolitano. Sin embargo, las obras que lo componen son de una relevancia tal y están presentadas de un modo tan accesible que su relativa parvedad se transforma en virtud superlativa. La posibilidad de observar de cerca dos cuadros de Vermeer, por ejemplo, vale bien por si sola frecuentes visitas. Cerca, El Greco, con su Jesús Expulsa a los Mercaderes del Templo, es igualmente esencial.

La exposición dedicada a Goya está alojada en dos salas subterráneas, a las que se accede por una escalinata en espiral. Provenientes de colecciones europeas y estadounidenses, las obras maestras incluidas comprenden pinturas, litografías, dibujos y miniaturas en marfil. Delante de las mismas, se puede olvidar tiempo y espacio. La epónima Lechera de Burdeos resplandece en su etérea belleza. Próximo a ella, Leandro Fernández de Moratín parece divertirse observando a la concurrencia. Viéndolo es imposible no prometerse releer “El sí de las niñas”.

En el muro opuesto, Tiburcio Pérez y Cuervo, joven arquitecto, derrocha entusiasmo en sus labores. Contrasta su energía con el desfallecer de Goya en el cuadro adyacente, en el que el pintor aparece con su médico, Eugenio García Arrieta. El galeno le salvaría la vida en una de sus últimas enfermedades. Goya aparece pálido y exhausto, aferrándose a sus mantas, apoyado en la voluntariosa figura de un Arrieta pleno de determinación.

Otras obras

Cerca tres retratos documentan los vaivenes del destino. En el primero, Autorretrato con Tricornio, Goya se dibuja en la cúspide de su brío. Sus ojos, clavados en el espectador, transmiten un ánimo victorioso. El segundo, Autorretrato después de una Enfermedad, el mismo hombre aparece pero el genio ha variado, la mirada tornándose, introspectiva, hacia campo ignotos. El tercer retrato es el de su hijo, Javier Goya, a los 44 años, cuyo rostro refleja en detalle su libertinaje, una de las tragedias de la vida del pintor.

Esas cuitas incluirían, desde luego, la necesidad de escapar a Francia luego de la restauración monárquica. Al exilio, al desfallecimiento físico y a la sordera, Goya opondría en sus años finales la voluntad artística más férrea, y una incomparable visión de las virtudes y fragilidades humanas. En tal sentido, “Las Ultimas Obras de Goya”, constituye sin duda una exposición oportuna. Nunca como en estos tiempos bélicos e inhumanos, el preclaro genio del gran español ha sido más evidente.