Desde hace milenios, desde siempre, el ser humano ha tenido curiosidad por saber si existe o no, una vida más allá de la muerte. En su intento por descifrar ese misterio ha ido creando imágenes de paraísos, de cielos y de infiernos en donde los que ya pasado el umbral de la muerte encuentran su residencia.
Desde hace milenios, desde siempre, el ser humano ha tenido curiosidad por saber si existe o no, una vida más allá de la muerte. En su intento por descifrar ese misterio ha ido creando imágenes de paraísos, de cielos y de infiernos en donde los que ya pasado el umbral de la muerte encuentran su residencia. Ese mismo afán ha dado pie para que los sacerdotes de innúmeras iglesias, desde hace miles de años, hay forjado una ideología que les permita a sus shamanes, gurúes, brujos y sacerdotes, elevarse por sobre los mortales y dirigir su vida.
LA LLEGADA DE LA CRUZ
La historia de la América mestiza surgió con la llegada de los españoles a esta tierra trayendo consigo una cosmovisión distinta y diferente a la que tenían los pueblos originarios de esta tierra.
Con ellos vino a América la iglesia Católica, una iglesia ya institucionalizada, jerarquizada, con ideas y organización europea. No llegó para apreciar la cosmovisión de los pueblos conquistados, sino para imponer sobre ellos su visión y sus ritos. La cruz de Cristo y los evangelios fueron utilizados como instrumentos de dominación para desterrar, y cuando no fuera posible, al menos, someter a esta nueva visión a los indígenas y sus creencias, para facilitar el integrarlos al sistema político y económico que vino desde más allá de los mares.
Los religiosos que predicaban el evangelio querían, como es lógico suponer que los aborígenes se bautizaran en la nueva fe y formaran parte de la Iglesia Católica. Entre los objetivos propuestos por frailes y sacerdotes católicos estaba la de lograr un sincretismo entre las ideas primigenias de los pueblos conquistados, y las costumbres con las que vivían los europeos que llegaron a estas tierras. No olvidemos que los primeros colonizadores, antes de emprender su viaje a América ya vivían las costumbres y ritos dispuestos en los evangelios y diseñados en las bulas papales; ni siquiera el idioma usado en, aquellos días, por la Iglesia era el de los pueblos de la península ibérica, sino el arcaico latín que duraría varios siglos. En suma lo que se buscaba era una adaptación de ritos y costumbres de la cosmovisión americana a los dictados provenientes de Europa. Pero los intentos no lograron apagar la cultura americana y, si bien, algún segmento poblacional de los pueblos indígenas adhirió a las de los conquistadores, hubo otro segmento, muy importante que fingió su adhesión y así logró sobrevivir.
MESTIZAJE BIOLÓGICO, MESTIZAJE CULTURAL
El mestizaje biológico fue también un mestizaje cultural. Muchas ideas, palabras, costumbres y visiones americanas se fundieron en las europeas provocando el nacimiento de un nuevo mundo. Sin embargo, en lo concerniente a la muerte, la Iglesia Católica impuso su visión. La muerte era el fin de la vida y, la del más, allá dependería de lo que el difunto hubiera hecho en esta. Si había sido un creyente fiel a la doctrina católica estarían destinado a morar eternamente en el paraíso o cielo, alabando al Dios y recibiendo sus bendiciones; pero si no hubiera vivido de acorde al Evangelio, estaría condenado a castigos inconmensurables, horrendos por toda la eternidad, pagando sus decisiones en el fuego del infierno.
En suma, la creencia era de que la muerte no era el fin de la existencia, sino que había un “más allá” condicionado por las acciones en el presente.
Claro que los parientes del difunto que quedaban llorando su muerte podían intentar el redimir al castigado, con oraciones, pero también con dádivas generosas a la Iglesia para que esta institución abogara ante Dios por la salvación del alma del condenado.
No había contacto entre los dos mundos fuera del puente de la iglesia Católica; apenas si quedaba la posibilidad de que los deudos, o, al menos, uno de ellos, en forma individual implorara la ayuda del difunto para alguna necesidad.
Entonces, al conmemorar el día de difuntos, no había otros ritos que los rezos, cánticos y plegarias del sacerdote católico que acompañaba a familiares a las visitas de sus tumbas.
Visita a la tumba, quizás asearla, pintarla y esperar la llegada del sacerdote; y cuando este terminaba sus oraciones, la familia podía regresar a sus actividades diarias.
CASI NADA A CAMBIADO
Poco a cambiado de este comportamiento. Quizás podamos mencionar que ahora, las oraciones se dicen en castellano o en portugués, es decir, el latín ha perdido su presencia en estos ritos. Los cementerios de las ciudades, donde están enterrados la mayoría de hombres, mujeres y niños mestizos, el día de difuntos están casi llenos de los parientes y amigos de quienes moran eternamente en esos campos. Es un tránsito permanente y fluido de visitantes que acuden a mostrar que aún recuerdan la presencia del difunto en la vida de cada uno de ellos.
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