“Un Presidente no puede caerse en provincia”. Velasco Ibarra antes de su caída

Autor: Dr. Vicente Burneo Burneo | RS 55

Los golpes de Estado se fraguaban desde adentro y, como siempre, el peso del Comando Conjunto fue la clave para ubicar al dictador ‘bombita’ Lara, en el poder. Vicente Burneo cuenta cómo vivió las últimas horas del quinto y último velasquismo, y cómo, desde un submarino, salió caminando en Guayaquil, mientras embarcaron al “gran ausente” en un avión hacia Panamá.


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Era una temporada de carnaval, cuando me llamaron de la Presidencia a decir que el Presidente pedía que vaya a Ambato, a la Feria de las Frutas y las Flores.

Llegamos a la ciudad y, al día siguiente, llamó el Presidente a la casa de Toya Samaniego, una prima segunda mía con quien había tenido una infancia muy agradable, quien me dijo que el presidente quería hablar conmigo. Curiosamente, me llevó al dormitorio y me dijo: “Doctor Burneo, tengo que comunicarle un secreto de estado.” Yo, claro, estaba callado. “Han venido los tres edecanes. Me manifiestan que los generales me han quitado la confianza y que les entregue el poder, pero esto no puede decir a nadie.” Después de un rato dijo que tendríamos algunos actos y, “yo ya no voy hablar, usted me representa. Porque un Presidente no puede caerse en provincia, puede causar estragos y yo no quiero causar daños al Ecuador.”

Entre tanto, demoraba tremendamente el anuncio de los edecanes de ir a una plaza pública en donde había una presentación folclórica; no había forma de salir hasta, pero al final llegamos.
Al llegar, el público se mandó una pifiada terrible porque el Presidente había tardado tres horas sentado en la casa esperando a que los militares le digan que ya era hora. Entonces, el Presidente se levantó del asiento, saludó con un sombrero de paja y tomó asiento. Al ver que no hablaba, el público reaccionó al revés; recibió el aplauso más fabuloso del mundo. Cogió de nuevo el sombrero de paja, se saltó tres personajes que estaban delante mío y me regaló el sombrero.

El siguiente acto era en el club de agricultores de Ambato. Luego de algunos discursos, le tocaba hablar al Presidente, pero me hizo la seña y yo di el discurso. ¿La razón? Él no podía hablar porque se le podía ir la lengua y acusar a los militares; podía crear un caos terrible. Porque, la verdad es que él subió al poder por un golpe militar en el que le dijeron “suba usted”. Entonces, me tocó dar el discurso, desde luego, de las cosas que había hecho en el ministerio para los agricultores. Regresamos en un automóvil negro que tenía un compartimento atrás en el que se cerraba el vidrio para separar al edecán y al chofer. Estando solos, me dijo que le interesó mi discurso, y que “un orador puede quedarse feliz si logra que

el público le recepte una idea”. El público que usted tenía, dijo Velasco, consistía en algunos campesinos que seguramente no habían tomado desayuno y habrán estado esperando que se termine pronto; el otro grupo, continuó, son los agricultores que están esperando los premios de ganado y no tienen mayor interés en nuestras intervenciones y, el tercer grupo, finalizó, son los funcionarios y empleados públicos que lo único que quieren es que el acto de termine. “Procure usted en sus discursos dar una sola idea y repítala cuantas veces sea necesario para que eso quede fijo.” Ya caído, el presidente José María Velasco Ibarra se dio tiempo tiempo de dar una clase de oratoria.

Terminados los actos públicos, fuimos a un acto de unas damas pero no fue necesario hablar; salimos y se acabó. Pronto después, fuimos a parar en el Oriente y cuando llegamos a la primera población en un avión pequeño encontramos que había un movimiento medio raro entre los militares. Habían recibido la orden de caída pero el presidente les ordenó cuadrarse y, aunque nerviosos, los militares se cuadraron y le dieron el avión para seguir al acto en el Tena, tras lo cual regresamos a Quito. Aunque yo estaba esperando el golpe, finalmente pude dormir algo, cuando llamaron otra vez desde la Presidencia. Fui al palacio y el presidente me dijo, “vamos a Guayaquil”.

Te voy a contar una historia que nadie sabe…

Empieza con una llamada sorpresiva del doctor Velasco, un día domingo, en la que me dijo que vaya a Palacio. Llegando a las tres de la tarde, encontré también al ‘niño Edgar’, Edgar Terán Terán, con una botella de whisky. Nos brindó un whisky, cosa rara en él, se lo tomó y procedió a llamar al ministro de Defensa, Luis Robles Plaza; lo esperamos hasta las seis. Cuando llegó, en el acto, en lugar de saludar al Presidente se le arrodilló pidiendo perdón. Había estado recorriendo con los militares y había recibido una encuesta en el caso de que renuncie el doctor Velasco –o salga por cualquier motivo– sobre a quién le encargarían el poder.

Había tres posibilidades. Que se haga cargo el alto mando militar, que se haga cargo el ministro de Defensa, Luis Robles Plaza, o por último, que asumiera el poder el general Guillermo Rodríguez Lara. Ante los dos testigos, Édgar y yo, Velasco no dijo más y se despidió.

Pasaron unos días y el Presidente canceló a Luis Robles y nombró nuevo ministro. Nos contó días más tarde que los tres generales comandantes de rama no fueron a saludarle, pasaron los días y llegó el día de carnaval. Yo estaba en la casa a las tres de la tarde, con ropa totalmente fresca para evitar cualquier bombazo o mojada, cuando llegó el carro de la Presidencia para llevarme. Habían llegado algunos ministros, incluyendo el nuevo ministro de Defensa, el ministro de Gobierno Nicolás Valdano Raffo, unas tres o cuatro personas más y gente de servicio, cuando el doctor Velasco recibió una llamada de Guayaquil.

“Doctor Burneo, nos vamos a Guayaquil”, dijo el Presidente. En el carro se subió también el ministro de Gobierno y alguna persona más, estábamos llenos.
En el aeropuerto no estaba el edecán de marina, si no solo el de aviación que era el piloto y el que iba hacer la maniobras de cierre de avión, estaba otro edecán y yo; nadie más y nadie dentro del avión para el servicio.

En medio del vuelo nos quedamos sin aire porque el edecán no pudo cerrar la puerta de la aeronave, por lo que el piloto tuvo que cerrarla solo. Entre tanto, el doctor Velasco comentó, “qué lindo sería terminar así, en el aire, y desaparecer;” como ya sintiendo que este era su fin.

Al llegar a Guayaquil, el piloto decidió no llegar a la aviación militar, porque ahí nos podían detener, así que llegamos al terminal civil.

Como ningún avión llegaba a esa hora, no había nadie. Había un carrito de plaza esperando y nos subimos ahí. Caminaríamos unas dos o tres cuadras, hasta que el chofer reconoció al doctor Velasco, diciéndole que “hace 20 años” también lo había traído al aeropuerto.

El doctor Velasco, que había recibido algunas llamadas de Guayaquil, me informó que iríamos al canal 10 para hacer una entrevista. Al llegar al canal, nos sorprendimos de ver la presencia de los marinos, que no quisieron dejarlo entrar. Yo no sabía qué pasaba y dije: “¡Atención! Es el señor Presidente, ¡cuádrense!” Y, qué cosa tan rara; dejaron la actitud, se cuadraron y nos dejaron entrar.

Frente al micrófono, el Presidente habló un cuarto de hora, pero entró el director del canal y le dijo, “señor Presidente, nos han cortado la antena de transmisión del canal, no hay trasmisión”. Saliendo del canal, nos encontramos con Walter Valdano, hermano del ministro de Gobierno, a quien habían llamado desde Quito para que nos acompañe; nos ofreció el carro para llevarnos a la casa presidencial de Guayaquil.

Allí llegaron unos seis oficiales y pidieron hablar en privado con el doctor Velasco. Después de un rato me llamaron, y escuché que le decían que se prepare para viajar al exterior. Entonces me contó que el viaje habría sido porque un militar, al que le decía el ‘Guachaco’ le había dicho que ahí iba a fortalecerse y que todos estaban con él. Esa era la trampa para que llegase a Guayaquil, cogiera el avión y se vaya afuera.

Poco después nos fuimos al aeropuerto con el doctor Velasco. Pasaría una media hora cuando un par de oficiales me cogieron de los brazos y me ordenaron acompañarlos. Me sacaron del aeropuerto y me llevaron al puerto en carro; cosa rara, que en vez de barco alto había en la plataforma, un submarino.

Mientras tanto, había llegado al aeropuerto un amigo mutuo, exministro de Finanzas de Velasco, quién preguntó “qué es del doctor Burneo”. Le informaron que me habían apresado; se habría mostrado indignado él, cuestionando “por qué proceden de esa manera con un caballero”.

Él voló en avión a Panamá y a mí me metieron en el submarino, sin saber por qué; y mas no en cualquier parte, sino en un cuarto junto al ruido y al calor de los motores. Dejé toda la ropa afuera y sudaba, chorreaba; me quedé en calzoncillo. Horas después, de casualidad llegó un oficial zarumeño que me había conocido, y reclamó por tener “al doctor Burneo ahí”. Solo entonces, me llevaron a proa y me ofrecieron una cerveza. Desde que yo salí a las tres de la tarde, casi sin almuerzo, eran las ocho de la noche y no había probado bocado sino esa cerveza. Allí nos tuvieron hasta la madrugada, cuando llegó Jaime Aspiazu Seminario, exministro de Finanzas, que había estado visitando a Velasco en el aeropuerto, también preso.
Me despacharon a las 8:30, sin saber yo dónde estaba ni por qué, no había llevado cartera ni cédula, sin forma alguna de hablar con nadie. De milagro un carro se paró a lado mío, era el director de banano. Me llevó a su casa, me ofreció un baño y desayuno, mientras la señora me planchaba la camisa para quitar el sudor, quedó una cosa comodísima. Me volví a vestir, desayuné y él salió al aeropuerto para conseguir un pasaje a Quito.
Esa fue la última caída de Velasco.

Carta inédita enviada por el Presidente Velasco Ibarra a su amigo Vicente Burneo Burneo.

Transcripción:
Buenos Aires 27 de abril de 1972
Señor Doctor Don
Vicente Burneo
Quito.
Muy distinguido y recordado amigo:
La falta de seguridad de que las cartas lleguen hasta usted me ha privado del placer y el deber de escribirle y manifestarle mi gratitud y consideración. Nunca olvido que tuvo usted el valor y la gentileza de acompañarme aquella noche desde Quito a Guayaquil, presenciar todas las escenas de mi prisión y destierro y separarse de cuando los esbirros le intimaron prisión. Fue usted un gran caballero en el momento de la derrota como fue un gran ministro en el momento de la gestión administrativa.

Debo a usted gratitud por toda clase de motivos. Notable orador y magnífico hombre de acción, sacudió usted de modo eficaz y benéfico para la agricultura y la industria , para los empresarios y las familias pobres del régimen de inercia y desorientación que usted encontró. La ley de precarismo, las Leyes de Fomento , el envío de banano a Rusia y tantas otras actividades desplegadas por usted en bien del capital, de los trabajadores, de las el socialismo efectivo y fomento a la producción. Usted, Arroyo, Teran pusieron freno a la autonomía despótica del Banco Central. Mil gracias por todo.

Sé que usted se defendió admirablemente contra el coronelito Proaño Alfonso Arroyo no se ha podido defender por que lo tienen preso e incomunicado. Se que se acusa al gobierno de gestiones poco patrióticas en el asunto del empréstito. Pero usted recuerda que nuestro gobierno rechazó toda cláusula deprimente. Si habido alguna , será obra del famoso traidor y dictador Rodríguez Lara. Rogué por cable que se hiciera alguna aclaración.

Como sé que Calderon pide mi extradición puse hoy un cable diciendo que, si hay acusación oficial estoy dispuesto a ir a Quito a defenderme. Así lo haré si el gobierno formule alguna acusación oficial.
Ruego saludar mucho a su tan hermosa y muy inteligente señora.Dígale que no olvido nunca el magnífico debate en el asunto de Fidel Castro.

Mi señora presenta a usted toda su amistad y me encarga un expreso saludos y recuerdo para su esposa.

De usted muy cordial y amigo
f.- J . M.Velasco Ibarra

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