Teorías conspirativas

El cambio se inició… A las 13 horas y 30 minutos del 29 de mayo de 1919, es decir, un año después de finalizada la primera guerra mundial, unas modestas 16 placas fotográficas expuestas en la isla del Príncipe, frente al África occidental, en una cámara de cajón, cuyo lente estaba dirigida hacia un eclipse solar, vendrían a confirmar, luego de su revelado, la veracidad de una nueva teoría, estudiada y expuesta por un alemán llamado Albert Einstein, que por aquel entonces, trabajaba en una oficina postal en Suiza, mientras estudiaba en la universidad de Berna.

Tras meses de estudio de dichas placas, la Real Sociedad de Astronomía, cuya sede estaba en Londres, anunció que Einstein tenía razón y que, bajo ciertas circunstancias, el tiempo y el espacio aminoraban o se contraían, es decir que no eran valores absolutos como hasta ese momento se creía, sino que eran relativos. Esto provocó un vuelco a la ciencia, obligándola a ingresar a una nueva forma de ver y entender el mundo. El título del trabajo de Einstein era “Teoría General de la Relatividad”. Una vez más, como tantas veces en el pasado, la ciencia modificaría la comprensión del universo y de la forma de entender la vida en este planeta; pero esta vez, lo hacía sobre la desolación dejada por la barbarie de la guerra. La relatividad, cual riada incontrolable, se regó por todo cuanto el hombre podía imaginar: ideas, conceptos, valores, dejaron de ser considerados como verdades absolutas y se ubicaron en la incertidumbre de la relatividad.

LA INVASIÓN DE LA RELATIVIDAD

En los dioses y las religiones

Las verdades proclamadas por los dioses y las iglesias perdieron su encanto y su poder. Había que rever sus postulados, sus mandamientos, y hasta la fe demandada a sus fieles. ¿Cómo entender que los dioses que hablan o hablaban a su pueblo a través de sus profetas y sacerdotes, hubiesen permitido la destrucción del mundo y de una forma de entender la vida? ¿Acaso sus proclamas no estaban más ligados a su afán de poder que a las verdades reveladas? ¿Hasta dónde podía extenderse el ejercicio de su poder?
Los dioses todopoderosos e impertérritos que habitaban los cielos y que movían a los humanos a preguntarse ¿por qué vine a este mundo? ¿cuál es mi misión? devinieron en rostros generosos y amables que apenas sí sonreían para posar para las imágenes; y los espíritus del averno perdieron su poder para entregarlo a los propios humanos su capacidad de destrucción.

En la ciencia y en la tecnología

La ciencia, que hasta ese momento era un campo de certezas sufrió los embates de la duda. Todo debió revisarse y cuestionarse. Los científicos debieron aceptar que todos los axiomas y los principios en los que se basaban sus trabajos no eran sino verdades temporales hasta que se descubrieran otras que respondieran mejor sus dudas. Incluso, Karl Popper, uno de los gigantes del pensamiento del siglo XX, nos decía que la verdad es aquella que lograr resistir el embate de las críticas, hasta que aparezca otra que las resista de mejor manera.

Fueron pocos, muy pocos, los científicos que siguieron en la ruta de desentrañar los misterios del universo; los más emprendieron el camino de la tecnología rentable, que les proporcionó fama, riqueza y poder.

Los pocos que se adentraron en el gran universo del espacio e intentaron, gracias a los grandes recursos de los gobiernos, a desentrañar las señales que venían desde el infinito; mientras otro grupo minoritario ingresó a los misterios del átomo, esa partícula a la que creyeron que era indivisible y que ya no habría otra más pequeña, con el pasar del tiempo sufrieron una gran sorpresa, pues, aparecieron más de cien partículas más pequeñas que el átomo, muchas de las cuales apenas son conocidas por sus efectos. aunque su

masa y su comportamiento permanecen en el campo de las especulaciones. Baste recordar que hace pocos años, la prensa anunció con júbilo el descubrimiento del Bosón de Higgs, al tiempo que proclamaban que seguirían buscando otras partículas más pequeñas o diminutas.

Por su parte, la tecnología proclamaba su poder, pues, aparentemente facilitaba la vida de los humanos, los acercaba, los entretenía y los educaba; sin embargo, al finalizar el siglo sabemos que esa tecnología nos esclavizaba, nos tornaba más cómodos, quitándonos el encanto del esfuerzo y del trabajo.

En la salud

Ahora la salud no depende de la ciencia sino de los ritos chamánicos, la brujería, y las “limpias” que todo lo curan, incluso enfermedades contagiosas por virus y bacterias; las vacunas contra estas enfermedades, entre ellas el coronavirus que ahora nos invade, son cuestionadas por los difusores de las teorías conspirativas que proclaman a los cuatro vientos que se trata de manipulaciones de las grandes corporaciones para inocular en la humanidad un chip tan potente que pueda controlar hasta los mínimos pensamientos que transiten por el cerebro humano

La filosofía no se libró

En la filosofía, los autores que ingresan con su pensamiento a desentrañar los grandes misterios de la existencia humana se perdieron en los vericuetos del sofisma. La verdad, cada día es más relativa.

En las artes

En el arte pictórico, que hasta ese instante había sido el depositario de la belleza y armonía, luego se desintegró en infinidad de ismos, cada cual pretendiendo ser el representante del pensamiento del momento, como si el momento no fuera otra cosa que el escenario de una manifestación artística y no el arte en sí. No puede entonces sorprendernos que pinturas de los envases o logotipos de Coca Cola, como los que pintó Andy Warhol se exhibieran en lujosas galerías como obras de arte.

La propia fotografía que, aparentemente, era el fiel reflejo de, al menos, una parte de la realidad, con las tecnologías modernas, puede ser manipulada y acomodada al discurso que se quiera difundir. En la música, la humanidad relegó a las obras de compositores clásicos que sobresalían por su armonía sonora, y diera paso a otras, como las actuales donde una pornografía silabeada es premiada en certámenes comerciales internacionales. Pintura, escultura, fotografía y música relativizadas.

En la política

En otro campo, en la política, encontraremos que desde que el relativismo arrasó el pensamiento, las ideologías perdieron fuerza hasta llegar a adorar la retórica de líderes populistas y carismáticos que, escondidos tras membretes de izquierda o derecha, no dejan de ser vulgares asaltantes del erario en unos casos, o ególatras que ansían el poder por el poder en otros.

La política dejó de ser un laboratorio de ideas para convertirse en la “imagen” relativa que crea la ilusión de que define todo y esconde todo.

Si los dioses y sus mandamientos marchaban en retirada, ¿cómo podían, la economía y la política basarse en principios de la honestidad, de la honradez, del bien común y del respeto y la solidaridad, cuando estos valores también fueron vistos como relativos? La doble moral tomó la posta y desde entonces, lo que yo y los míos pensamos y hacemos es lo correcto, mientras lo que los otros piensan y actúan es lo equivocado, aunque fuesen lo mismo.

En la historia

En fin, la historia se cuenta dependiendo de quien lo haga. Nada es verdad, nada es mentira y las interrogantes pueblan la imaginación y la vida de los seres humanos de los siglos XX y XXI, y, las masas, sin esfuerzo, exigen las respuestas inmediatas, porque la velocidad es otra de las constantes.

Al no tenerlas en sus mentes, las gentes, aceptan cualquier explicación que les proporcione esa modorra reemplazante de la paz que brinda el conocimiento. Era y es más fácil aceptar cualquier teoría, por descabellada que fuera, a no tener ninguna. El terreno para la difusión de las teorías de la conspiración que no ofrecen ninguna prueba, ninguna certeza, apenas insinuaciones descomunales se halla abonado. El facilismo intelectual prima en la cotidianidad humana, antes que el meditar y analizar las causas y consecuencias que emanan de cualquier evento humano.

Podemos creer en cualquier cosa

Así, entonces, arribamos a la estupidez de creer cualquier cosa, como por ejemplo de que, si un narco delincuente forma parte de la familia de aquel o de aquella persona, entonces toda esa familia forma parte de la gavilla delincuencial; eso nos quita de encima el esfuerzo de investigar y de comprender que cada uno es responsable de sus propios actos. Si el abuelo de una autoridad, por aquellos azares de la vida estuvo en el momento equivocado, en el lugar equivocado, y el fotógrafo capturó con su lente, el instante en que un político corrupto visitaba el pueblo del abuelo y posaba con los representantes de la sociedad del pueblo, entonces, su nieto también es corrupto por la gracia de los genes; con ello echamos la culpa a los genes antes que al libre albedrío de cada ser humano. Si un policía asesina a una mujer inocente, entonces, quien cree en las teorías conspirativas, concluirá con que todos los policías son asesinos de mujeres y podrá descansar su mente en la certeza de que ha descubierto el agua tibia y ninguna evidencia en contrario podrá convencerlo de su error.

Si un sacerdote se convierte en un vil y maldito pedófilo, no faltará un “conspirativo” que eleve su voz a los cielos para acusar a los dioses de cómplices, cuando no autores, de tan execrable delito y dirá suelto de huesos que el bien y el mal no existen porque todos los profetas y predicadores han pecado y han contaminado los principios y valores que conforman todas y cada una de las Iglesias, y con ello justificará todos sus actos por más pecaminosos y aberrantes que sean.

Todos somos culpables

En fin, todo se ha relativizado, ya no hay seguridad ni confianza en nada ni en nadie. Todos somos culpables de algo. Si hay un problema, cualquiera que éste sea, entonces circulan en el imaginario popular los alienígenas o los “illuminati”, o quizás, las sociedades secretas que controlan todas las variables para dominar el mundo, y por lo tanto no queda nada más que gritar, en la comodidad de nuestros hogares donde reposan nuestras redes sociales, nuestros reclamos, mientras en la cotidianidad nos sometemos a sus designios. Si aparece una sombra, entonces las teorías de la conspiración la transforman en un monstruo proveniente del pasado o del porvenir que ha llegado a este mundo a atacar a la humanidad.

Este ambiente dominado por la relatividad pudo haber sido el escenario adecuado para que la especie humana levante el vuelo hacia la aventura del pensamiento; sin embargo, la gran masa de la humanidad no se aventuró en pos de la verdad y el conocimiento y, más bien, optó por el camino fácil de la indiferencia, cuando no al miedo a lo desconocido, hasta desembocar en la especulación y el chisme.

El siglo XX fue la gran oportunidad (¿desperdiciada?) para que la humanidad, en su conjunto, busque las respuestas a las antiguas y nuevas interrogantes, para plantear nuevas inquietudes y, sobre todo, para construir una realidad diferente a la que había sido la constante en el pasado; pero como el esfuerzo no era ni es aceptable, era y es mejor echar la culpa al “otro” y con ello descansar.

Revista Semanal #34