Rafael Troya Jaramillo: El mayor paisajista andino

Autor: Revista Semanal | RS 57

SE LLAMABA RAFAEL. Recibió las primeras letras en su ciudad natal, pero, como era la costumbre en ese entonces, sus padres: Vicente y Alegría, decidieron enviarlo a la capital para que vista una sotana sacerdotal. Nació el 25 de octubre de 1845 y al llegar a la capital, escogió ingresar a la Compañía de Jesús, donde estudió dos años hasta 1865, compartiendo compañerismo y amistad con Federico González Suárez y Abelardo Moncayo Jijón. Pero, una cosa es lo que deciden los padres, y otra, la fuerza con la que una vocación arrastra a los hombres y salió de los claustros.

Rafael, que es el nombre de este joven ibarreño, llevaba en la sangre el ansia de pintar, tal como aquel arquitecto y pintor italiano llamado Raffaello que vivió en el Renacimiento cuya obra sería admirada e imitada durante siglos y que llevaría a ser considerado como uno de los grandes maestros de la pintura y dibujo artístico, junto con Miguel Ángel y Leonardo da Vinci.
Nuestro compatriota, en aquellos años de su juventud, no tenía las habilidades y conocimientos del italiano, pero si sentía esa fuerza interior que quema a los artistas, y por ello ingresó al taller de pintura de su primo Luis Cadena, para aprender de Joaquín Pinto la técnica de la iluminación, la composición y el equilibrio armónico de los colores.

LUEGO FUE RAFAEL TROYA
Y, vaya que sí aprendió. Su nombre ya era conocido allá por 1.870 cuando dos aventureros alemanes con ínfulas de científicos y émulos de su compatriota Alexander von Humboldt, tocaron su puerta. Querían contratarlo para que los acompañaran en sus correrías por la serranía ecuatoriana, pintando la flora y fauna de esos parajes. Wilhelm Reiss y Alfons Stubel, que así se llamaban los alemanes, botánico el primero y vulcanólogo el segundo añadieron, en su expedición, su nombre al de ellos en calidad de pintor a Rafael Troya. Ya podía firmar sus cuadros con su nombre completo.
Su tarea, en un principio consistía en copiar los bosquejos a color de Stubel, pero luego los preparó cromáticamente según el dictado directo de la naturaleza, comprendiendo la belleza del paisaje con perspectiva y color. Llegó a completar más de sesenta obras de los paisajes andinos, desde los alrededores de Pasto hasta el Chimborazo y la entrada al oriente por Baños.

EL MAESTRO DEL PAISAJISMO
Estas hermosas composiciones muestran el perfil topográfico libre de toda nubosidad o planta que interrumpiere la correcta y científica visibilidad, razón por la cual fueron expuestos en el palacio presidencial.
Cuenta una leyenda que Troya había pintado dos colecciones de estas obras: una para entregarlas a los alemanes que lo habían contratado y otra para ponerla en manos de su madre. Reiss y Stubel se enteraron de la segunda colección y se presentaron ante la madre del artista y ofreciéndole una fuerte suma de dinero lograron que la señora se desprendiera de aquella colección y les entregara. Los viajeros no querían que ninguna de aquellas obras quedara en el Ecuador.
El propio presidente del país, el Dr. Gabriel García Moreno quedó tan encantado con las obras de Troya que buscó retenerlos en el país, pero los sabios alemanes pudieron sacarlos subrepticiamente entre un nutrido cargamento de rocas, plantas, fotografías de tipos étnicos, notas y demás.
Los alemanes, ya en su país, montaron en el Museo Grazzi de la ciudad de Leipzig una exposición de las obras de Troya, y paralelamente sirvieron para graficar un catálogo de la exposición editado en alemán bajo el título de “Skizzen aus Ecuador”. Varios ejemplares de dicho catálogo arribaron al país, y uno de ellos llegó a las manos del pintor Joaquín Pinto, maestro de Troya,

SUS AÑOS EN PASTO
Al parecer su matrimonio tuvo dificultades y en 1874 abandonó a su esposa y familia quiteña, viajando a Colombia, a la ciudad de Pasto, donde se radicó por quince años y donde, gracias a su arte, numerosos hacendados – sobre todo de Popayán – le encargaron retratos, paisajes y temas religiosos. Quienes le conocieron aseguran que fue el retratista oficial de la familia Valencia de esa ciudad.

Su carácter bohemio se juntó con el del político Rafael Reyes y con el del poeta Rafael Pombo, formando un trío de fiesta y jolgorio. Su problema fue jamás fue metalizado y acostumbraba a regalar la mayor parte de sus obras o las vendía a precios ínfimos.

YA EN EL ECUADOR
De vuelta al Ecuador instaló un taller en Ibarra. En 1898 pintó dos hermosos lienzos sin título que representan a Cupido y Psique que reposan en el Museo Municipal de Quito copiados posiblemente de modelos franceses muy de moda por entonces. Su estilo no había variado mayormente quedando su nombre en la lista de pintores románticos tardíos. Guardó siempre cierta afición por el paisajismo, especialmente el andino incorporando alguno como la laguna de San Pablo, así como varios paisajes de Baños gracias a sus visitas a su hijo Antonio Troya Correa que vivía en Ambato.

“Su versatilidad le permitía incorporar algunos temas costumbristas como aquel del coronel Teodoro Gómez de la Torre conquistando a la joven india de servicio con un billete de cinco sucres que le pasa pícaramente por debajo del brazo, o la vista de Ibarra destrozada por el terremoto de 1868 mostrando detalles como el conocido ladrón de joyas hace de las suyas, en medio de la tragedia”.

En 1909 pintó el río Pastaza, obra que se exhibe actualmente en el Museo del Cuartel, en Ibarra. El año de 1917 Luis Madera le organizó en Ibarra un homenaje en su honor pues se encontraba muy pobre, y se le había agriado el carácter. Entonces se reunieron setenta y cuatro obras suyas que fueron expuestas con gran éxito.

Murió de setenta y cuatro años, en 1920, quien fuera el mayor paisajista andino que ha producido la pintura ecuatoriana.