Nueva visión sobre la ruta de la seda

Autor: Embajador Roberto Betancourt Ruales | RS 59

En retrospectiva, el hecho histórico de que el Imperio Otomano boicoteara el comercio con Occidente al cerrar el acceso de los mercaderes europeos a la red de rutas comerciales denominada Ruta de la Seda, derivó en el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo de las Américas.

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El bloqueo impulsó a Europa a lanzarse a los océanos para buscar rutas alternas y seguir comerciando por vía marítima. Así se inició la Era de los Descubrimientos. La Ruta había sido establecida en época de la dinastía Han de China en el año 130 a.C.

Ahora la nueva iniciativa china “One Belt One Road” (OBOR) tiene en cuenta, entre otros elementos, la hipótesis de la existencia de una amenaza de bloqueo más o menos similar. China busca estar preparada para enfrentar, en el futuro, una posible amenaza estadounidense y de otros Estados a su cada vez más poderosa economía. La hipótesis plantea que un bloqueo marítimo dificultaría fuertemente el flujo comercial importador y exportador chino y eso, por cierto, produciría un colapso energético que impediría seguir creciendo a la economía china. Sin embargo, bloquear a esa gran potencia produciría una crisis mundial de enormes dimensiones e insospechadas consecuencias. Basta ver los efectos que hoy producen las sanciones impuestas a Rusia por la guerra con Ucrania, tanto en la economía del país agresor cuanto en el resto del mundo.

Actualmente, la mitad de todas las mercancías del mundo que se transportan por vía marítima pasan por el Mar del Sur de China, por el estrecho de Malaca. Ese estrecho une el Mar de China con el Mar de Burma en su ruta hacia el Golfo de Bengala. Históricamente, ha sido uno de los pasos marítimos más transitados e importantes del mundo desde el punto de vista estratégico militar y comercial. Es el lugar por donde transitan gran parte de las importaciones y exportaciones de China y de otras potencias del Asia. Se calcula que por allí atraviesa aproximadamente un 60% del comercio mundial y cerca del 50% del petróleo, del gas y del carbón que utiliza el mundo. Igualmente, se ha registrado que el 80% de las importaciones de petróleo y el 30% de las de gas que China trae desde el Medio Oriente y África pasan por esa vía. Del normal funcionamiento del estrecho, dependen China y otras economías asiáticas tales como India, Japón, Corea del Sur e Indonesia. Como el corredor marítimo es estratégico para China, este país ha puesto en práctica ciertas medidas preventivas de defensa, seguridad nacional y de política exterior. Específicamente, son medidas de disuasión estratégica, bases militares en atolones y acuerdos energéticos con países vecinos localizados en la cuenca del Océano Índico para diversificar sus fuentes de abastecimiento.



Tales medidas están contenidas en la nueva Doctrina militar china, lanzada como advertencia a Washington de que no se someterá a las imposiciones de los EE. UU. En el Sudeste Asiático conviven varios bloques militares capaces de generar conflictos en el Mar de China Meridional y en el Mar de China Oriental, sobre todo por sus reivindicaciones territoriales e intereses geopolíticos sobre archipiélagos y distintos recursos naturales. Por ejemplo, Brunei, Filipina, China, Malasia, Taiwán y Vietnam, mantienen reclamos en la zona. China, tiene interés sobre el archipiélago Spratly y construye islas artificiales.

Un escenario de conflicto como ese que cuenta, además, con el enorme protagonismo estadounidense en esa zona, dada la gran presencia y capacidad de su armada, así como por las antiguas alianzas que ha construido con países como Japón, India, Corea del Sur y Taiwán, lleva a pensar que hay alta probabilidad de que se genere una crisis y se concrete un eventual cierre del acceso al estrecho de Malaca. Sin embargo, un bloqueo naval de esas características, en la importante vía marítima internacional, acarrearía enormes problemas políticos, militares y económicos también para otras potencias asiáticas. La acción de los EE. UU arrastraría consigo una nueva crisis global.

China es un país que se ha transformado y busca remodelar el orden internacional con una visión distinta de los valores universales predominantes en los últimos 80 años. Para hacerlo ya posee un creciente poder económico, diplomático, militar y tecnológico. Es una potencia con alcance e influencia mundial y con un nivel de ambición extraordinario. Es ya la segunda economía más grande del mundo, con un ejército muy moderno y de primer nivel y está creando un área de influencia en el Indo-Pacífico.

El escalamiento de las tensiones entre Estados Unidos y China es un elemento crucial que debe tenerse en consideración, debido a la irrenunciable posición de China de reunificar completamente Taiwán como parte de su territorio.

Ello profundiza el temor de que Taiwán sea tomada militarmente por China. China hace sobrevuelos, violando el espacio aéreo de Taiwán y acumula barcos de guerra en el estrecho que separa Taiwán de la China Continental. Esa tensión se incrementó a raíz de la provocación de la senadora Nancy Pelosi, quien visitó Taipéi siendo Presidente de la Cámara de Representantes de los EE. UU, el 2 de agosto de 2022.

Desde mayo de 2022, el presidente J. Biden viene anunciando estar dispuesto a responder militarmente en caso de un ataque chino a Taiwán, su principal aliado. Mientras la séptima flota estadounidense permanece en el estrecho de Taiwán, los EE.UU han fortalecido varias alianzas como el “Quadrilateral Security Dialogue” (QUAD), foro estratégico entre Australia, EEUU, Japón e India, para contrarrestar la proyección de China. Respaldan también, la unión de otros países que reclaman por la presencia de gigantescas flotas pesqueras chinas.

El QUAD, junto al AUKUS (pacto de seguridad entre Australia, Reino Unido y EE.UU) y la asociación económica regional o Acuerdo Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad (IPEF), completan la estrategia estadounidense para contener a China en las próximas décadas en esa región.

Por otro costado, los EE.UU y Taiwán mantienen negociaciones para un acuerdo sobre el “Comercio del Siglo XXI”. China, que considera a Taiwán como parte de su territorio, critica las conversaciones y exige a Washington abstenerse de negociar acuerdos con Taiwán que tengan connotaciones soberanas y carácter oficial.

La administración Biden negocia, además, el denominado Marco Económico Indo-Pacífico (IPEF), que incluye a trece países, pero que excluye a Taiwán.

El objetivo es el de reducir la dependencia económica de esos países de China. Queda un largo camino que recorrer para alcanzar cualquier tipo de estabilidad en la zona.

Los EE. UU y sus tradicionales aliados deben tener en cuenta el hecho de que, en el caso de un conflicto sobre Taiwán, China consideraría todas las opciones convencionales y nucleares.

Frente a ello, es urgente que los EE. UU mejoren sus esfuerzos encaminados a desalentar a China a transitar por ese camino.

Visto lo anterior, es claro que la respuesta china a estas “amenazas” no se orienta únicamente a resurgir la antigua Ruta de la Seda. La nueva Ruta anunciada en 2013, por el presidente Xi Jinping, responde a la política de expansión de China no solo comercial, sino económica, tecnológica, financiera y de cooperación por todo el mundo.La nueva Ruta de la Seda pretende crear una inmensa red de conectividad con corredores económicos marítimos, terrestres y aéreos entre China y el resto del mundo, incluyendo, por cierto, América Latina.

La creciente rivalidad entre las dos potencias no se resolverá con acuerdos comerciales ya que Washington tiene arraigada la convicción de que debe mantener su hegemonía, mientras que en Beijín hay la voluntad de consolidarse como la primera potencia mundial. Lo que evita que esta rivalidad explote en un conflicto nuclear, que implicaría su mutua destrucción, es la enorme integración que existe entre ambas economías con gigantescos intereses que conservar.