La cultura nacional

Cuando regresamos a la democracia, tenía cinco años. Era el inicio de los años ochenta del siglo pasado y en la televisión irrumpió la imagen de una botella silbato, como ícono de la Subsecretaría de Cultura, del Ministerio de Educación. En ese entonces, otra imagen potente se posicionaba en lo cultural: el sol de la Tolita, insignia del Banco Central del Ecuador.

Ambas representaciones de nuestras culturas precolombinas y preincaicas se convertían en referentes de apoyo y desarrollo a la investigación cultural y a la creación artística: así, con la vuelta a la democracia, la política pública era regresar a mirar lo ancestral, lo que nos constituía como nación.

Frente a este proyecto de establecer una real política pública estuvieron dos personajes que han marcado la vida cultural y educativa del país: Ernesto Albán Gómez y Juan Valdano Morejón; ambos, desde el Ministerio de Educación, trazaron, junto con los directivos del Banco Central del Ecuador, los proyectos culturales más sólidos después de la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Han pasado 40 años y seguimos en esa germinación. Ha habido cambios importantes, sí; pero siempre ha estado el interés partidista y el cálculo electoral, así como la ‘viveza’ del intelectual o artista de turno en el cargo para no hacer mucho por la cultura pero demasiado para sí.

Crear políticas culturales acordes con la realidad y los tiempos es necesario desde la construcción de gestión, investigación e industria en torno a la cultura, las artes, el patrimonio y los archivos. Hoy más que nunca necesitamos de instituciones culturales que respondan a los requerimientos del mercado, de la industria, de usuarios, intelectuales, críticos, aficionados, lectores y creadores.