Anomia y progreso

Los países que progresan ponen foco en el emprendedorismo, la libertad para trabajar y producir. Los gobiernos proporcionan a la población facilidades para que trabaje y gestionan la economía sin reemplazar al sector privado. El estado facilita la producción de la riqueza, y no obstruye para obstruir, vigilar y castigar.

¿Será posible que nuestras elites lo entiendan?

La realidad se ve distinta desde el mundo de la anomia y desde de la cultura. La anomia, a la que me he referido varias veces en esta columna, es uno de los problemas que más impide nuestro desarrollo.

A propósito de la pandemia la falta de respeto a las normas y el culto a la viveza criolla floreció y se volvió burda en Latinoamérica.

Colecciono para mis cursos disparates producidos por políticos. Algunas campañas electorales de estos días me han entregado piezas de antología. Nunca vi tonterías tan enormes como las que se produjeron en estas semanas en Ecuador, Perú y México.

Un candidato presidencial ecuatoriano ofrece poner una base militar de su país en Taiwan para obligar a China para que le indemnice por haber propagado el Covid-19.

Parecería que el aislamiento secó el cerebro de algunos.

Hace pocos años algunos argentinos se entusiasmaron luchando en contra de los fondos buitres porque el juez Griesa iba a ser un protagonista de la campaña presidencial norteamericana. Nunca nadie supo de su existencia. Los revolucionarios creían que al no pagar, ponían en riesgo a la economía del imperio, pero la suma total de la deuda era menor a lo que perdió Google en una mañana de crisis. Las metas apocalípticas y los liderazgos mesiánicos esconden con frecuencia biografías atormentadas.

Como dice José Levi, es mejor desconfiar de los mesías y buscar líderes que simplemente pretendan que la gente tenga más sueños y menos insomnios.

*Profesor de George Washington University, EE.UU.

Columna reproducida con autorización de Editorial Perfil, Buenos Aires.