Y sigue con la “nueva normalidad”

La moderna normalidad es el concepto de moda. Tal vez, porque esto de ponerles nombre a las cosas, especialmente cuando hay cierta tensión e inseguridad, es una manera de encasillarlas y dominarlas, de sentir que tenemos el control sobre lo que no podemos dominar, como cuando descubríamos complejos rituales para oprimir a las fuerzas de la naturaleza o a los mismos dioses.

Referirnos al futuro cercano como la nueva normalidad produce también una suerte de tranquilidad, porque es a la vez una forma de hacerlo ajeno, esas dos palabritas vienen a solucionar el ejercicio de hacerse cargo de las brutales revelaciones sociales, económicas y culturales que se han manifestado de manera intensa y no necesariamente deseadas en este momento.

Cuando se habla de nueva normalidad, hay una corriente que la proyecta, de forma pragmática, como los cambios de hábitos frente a los aprendizajes generados por las carencias del encierro, manifestados en nuevos usos de la tecnología, la valoración del ahorro y una reingeniería del comercio y las relaciones.

Deseo equivocarme, pero la mirada de una normalidad que implicaría un cambio de paradigma para la humanidad, asumiendo una conciencia sistemática porque se nos revelaron la desigualdad, las brechas sociales y de sostenibilidad, es solo un discurso o un noble deseo sin ninguna posibilidad próxima de sostenerse.

Como se dice entre creativos, la inspiración te tiene que encontrar trabajando. Hay que estar dispuestos internamente para cambiar un paradigma, no basta con las heridas, pérdidas lamentables y el miedo. Eso es como el objetivo del que pegó una borrachera y ante la resaca dice; no tomo más, propósito que se desvanece en cuanto los síntomas desaparecen.

Es muy difícil que se genere un cambio sino estamos hablando de ese cambio, si no nos hacemos las preguntas para eso. Y si se diera, ¿A quién vamos a escuchar? ¿a los políticos? ¿a los pensadores, a los economistas?

Lamentablemente, no estamos listos, hoy seguimos más pendientes de la corrupción, de las emergencias, de la tristeza, y de los pillos idiotizados con temas estériles, que, de reflexionar, investigar, proponer, cuestionar desde el rigor y la verdad, de reinterpretarnos desde como sociedad, esa es nuestra vieja normalidad, y es difícil de escapar de ella.

Sin embargo, las muestras solidarias, el compromiso de muchos y el obligado encuentro con el espejo de la fragilidad me hacen pensar que algo ha comenzado a moverse.

Gabriel Quiñónez Díaz

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