Huérfanos de villanos

Daniel Márquez Soares

La venganza siempre resulta seductora. Un líder temerario que, de forma viril y resuelta, promete ajustar cuentas con los supuestos culpables de la desgracia suele ser imbatible. En general, muchos de las más influyentes personalidades de la historia política reciente han sido, más que constructores o visionarios, abnegados verdugos contratados tácitamente por la masa para ejecutar su veredicto justiciero e igualar el marcador con el enemigo. Castro, Arafat, Hitler, Perón, Thatcher, Reagan, Lumumba, entre otros, prometían eso: encargarse de ese villano contra el que nadie había tenido la posibilidad o el coraje de batirse.

Ecuador no ha sido la excepción. A lo largo de nuestra historia, nuestros principales líderes han sido el producto del odio al villano del momento: la “masonería”, los “curas”, la “argolla”, los “pipones”, los “pelucones”, la “prensa corrupta”, la “partidocracia”, los “poderes fácticos”, la “robolución” y un amplio etcétera de instituciones y personas, algunas veces reales y otras imaginarias, a quienes hemos responsabilizado de nuestra desgracia.

Esta forma de ascender y de gobernar es fácil y efectiva, pero requiere algo que no siempre existe: un consenso acerca de quién es el villano. En ese sentido, vivimos una época difícil en Ecuador. En los últimos tiempos, siempre hemos tenido claro a quién había que combatir, eliminar o atormentar para poder progresar. Siempre nos hemos equivocado en ello, pero no importaba: estábamos convencidos y al menos nos inyectaba la energía y decisión necesarias para seguir. Pero ahora ya no es así. Nos hemos quedado sin villanos.
¿Quién nos servirá de chivo expiatorio? ¿Quién condensará nuestro frenesí justiciero? Ya no nos queda nadie. Durante los últimos treinta años, la hemos emprendido ya, desde la izquierda y desde la derecha, contra todo posible sospechoso de ser el culpable. Hace veinte años bastaba emprenderla contra burócratas, banqueros y diputados, pero, ¿ahora? Ya no existe un consenso con respecto a quién es el malo.

Por primera vez en mucho tiempo, parece que tendremos, por falta de villanos, unas elecciones sin vengadores y justicieros. Es una oportunidad inmensa que nos permitirá, al menos una vez, pensar el voto con la cabeza fría.

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