Me van a ver mal

CARLOS TRUJILLO SIERRA

Eso he oído decir a un sinnúmero de gentes y el más directo: “No hagas olas, te van a ver mal”. Pero esa supuesta advertencia y consejo son precisamente una muestra de una cobardía cómoda e innata, la prueba de que mis balbuceos algún efecto tienen. A pocos o a muchos algo les ha preocupado mis opiniones agoreras. Es absurdo protegerse tras falsas tradiciones o creencias de que no hay remedio para los males arraigados en el pueblo y que debemos esperar al más allá. Pero no hay más allá por ningún lado.

Remontándome 60 o más años, enamorado de los idiomas estudiaba inglés, francés y portugués, y con ello, sin salir del país, conocí y traté con nacionales de otros países (antes de los mochileros). Un norteamericano de ascendencia egipcia me decía que los cánones de arrendamiento en Quito (ciudad de 300 mil habitantes en ese entonces) eran tan altos como Washington D.C., la capital de los Estados Unidos.

El hijo de un agregado a la Embajada de Brasil me decía que en Río de Janeiro (entonces capital de Brasil con tres o cuatro millones de habitantes) el precio de los frijoles (saboreemos la ‘feijoada’), la carne eran más baratos que en Quito. Lo que me preocupaba entonces era el recorrido, dígase el flete de carga, de esos productos: cientos y miles de kilómetros a las grandes ciudades y los 10 minutos de los lugares de producción a los mercados del centro de Quito. ¿Por qué?

Nos dolarizamos y se acabó el alza caprichosa de los precios pero nos impusieron precios de Nueva York, Londres o París. Los estudiantes tienen WiFi y mil aplicaciones pero se quedaron afónicos, los maestros peor, se momificaron y aguantan en silencio como Maestrías que cuestan entre 6 mil y 21 mil dólares, Doctorados por 18 mil dólares mientras en Perú universidades con prestigio cobran 3 mil dólares por Maestría y Doctorados desde 6 mil dólares.

[email protected]

CARLOS TRUJILLO SIERRA

Eso he oído decir a un sinnúmero de gentes y el más directo: “No hagas olas, te van a ver mal”. Pero esa supuesta advertencia y consejo son precisamente una muestra de una cobardía cómoda e innata, la prueba de que mis balbuceos algún efecto tienen. A pocos o a muchos algo les ha preocupado mis opiniones agoreras. Es absurdo protegerse tras falsas tradiciones o creencias de que no hay remedio para los males arraigados en el pueblo y que debemos esperar al más allá. Pero no hay más allá por ningún lado.

Remontándome 60 o más años, enamorado de los idiomas estudiaba inglés, francés y portugués, y con ello, sin salir del país, conocí y traté con nacionales de otros países (antes de los mochileros). Un norteamericano de ascendencia egipcia me decía que los cánones de arrendamiento en Quito (ciudad de 300 mil habitantes en ese entonces) eran tan altos como Washington D.C., la capital de los Estados Unidos.

El hijo de un agregado a la Embajada de Brasil me decía que en Río de Janeiro (entonces capital de Brasil con tres o cuatro millones de habitantes) el precio de los frijoles (saboreemos la ‘feijoada’), la carne eran más baratos que en Quito. Lo que me preocupaba entonces era el recorrido, dígase el flete de carga, de esos productos: cientos y miles de kilómetros a las grandes ciudades y los 10 minutos de los lugares de producción a los mercados del centro de Quito. ¿Por qué?

Nos dolarizamos y se acabó el alza caprichosa de los precios pero nos impusieron precios de Nueva York, Londres o París. Los estudiantes tienen WiFi y mil aplicaciones pero se quedaron afónicos, los maestros peor, se momificaron y aguantan en silencio como Maestrías que cuestan entre 6 mil y 21 mil dólares, Doctorados por 18 mil dólares mientras en Perú universidades con prestigio cobran 3 mil dólares por Maestría y Doctorados desde 6 mil dólares.

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Eso he oído decir a un sinnúmero de gentes y el más directo: “No hagas olas, te van a ver mal”. Pero esa supuesta advertencia y consejo son precisamente una muestra de una cobardía cómoda e innata, la prueba de que mis balbuceos algún efecto tienen. A pocos o a muchos algo les ha preocupado mis opiniones agoreras. Es absurdo protegerse tras falsas tradiciones o creencias de que no hay remedio para los males arraigados en el pueblo y que debemos esperar al más allá. Pero no hay más allá por ningún lado.

Remontándome 60 o más años, enamorado de los idiomas estudiaba inglés, francés y portugués, y con ello, sin salir del país, conocí y traté con nacionales de otros países (antes de los mochileros). Un norteamericano de ascendencia egipcia me decía que los cánones de arrendamiento en Quito (ciudad de 300 mil habitantes en ese entonces) eran tan altos como Washington D.C., la capital de los Estados Unidos.

El hijo de un agregado a la Embajada de Brasil me decía que en Río de Janeiro (entonces capital de Brasil con tres o cuatro millones de habitantes) el precio de los frijoles (saboreemos la ‘feijoada’), la carne eran más baratos que en Quito. Lo que me preocupaba entonces era el recorrido, dígase el flete de carga, de esos productos: cientos y miles de kilómetros a las grandes ciudades y los 10 minutos de los lugares de producción a los mercados del centro de Quito. ¿Por qué?

Nos dolarizamos y se acabó el alza caprichosa de los precios pero nos impusieron precios de Nueva York, Londres o París. Los estudiantes tienen WiFi y mil aplicaciones pero se quedaron afónicos, los maestros peor, se momificaron y aguantan en silencio como Maestrías que cuestan entre 6 mil y 21 mil dólares, Doctorados por 18 mil dólares mientras en Perú universidades con prestigio cobran 3 mil dólares por Maestría y Doctorados desde 6 mil dólares.

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Eso he oído decir a un sinnúmero de gentes y el más directo: “No hagas olas, te van a ver mal”. Pero esa supuesta advertencia y consejo son precisamente una muestra de una cobardía cómoda e innata, la prueba de que mis balbuceos algún efecto tienen. A pocos o a muchos algo les ha preocupado mis opiniones agoreras. Es absurdo protegerse tras falsas tradiciones o creencias de que no hay remedio para los males arraigados en el pueblo y que debemos esperar al más allá. Pero no hay más allá por ningún lado.

Remontándome 60 o más años, enamorado de los idiomas estudiaba inglés, francés y portugués, y con ello, sin salir del país, conocí y traté con nacionales de otros países (antes de los mochileros). Un norteamericano de ascendencia egipcia me decía que los cánones de arrendamiento en Quito (ciudad de 300 mil habitantes en ese entonces) eran tan altos como Washington D.C., la capital de los Estados Unidos.

El hijo de un agregado a la Embajada de Brasil me decía que en Río de Janeiro (entonces capital de Brasil con tres o cuatro millones de habitantes) el precio de los frijoles (saboreemos la ‘feijoada’), la carne eran más baratos que en Quito. Lo que me preocupaba entonces era el recorrido, dígase el flete de carga, de esos productos: cientos y miles de kilómetros a las grandes ciudades y los 10 minutos de los lugares de producción a los mercados del centro de Quito. ¿Por qué?

Nos dolarizamos y se acabó el alza caprichosa de los precios pero nos impusieron precios de Nueva York, Londres o París. Los estudiantes tienen WiFi y mil aplicaciones pero se quedaron afónicos, los maestros peor, se momificaron y aguantan en silencio como Maestrías que cuestan entre 6 mil y 21 mil dólares, Doctorados por 18 mil dólares mientras en Perú universidades con prestigio cobran 3 mil dólares por Maestría y Doctorados desde 6 mil dólares.

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