Estocolmo

CARLOS TRUJILLO SIERRA

“No, Gabrielita, no. No dije esto es el colmo, dije, Estocolmo, el nombre de la ciudad capital de Suecia, puede que en uno de tus viajes hayas pasado por ahí aunque no con mucho interés porque para tiendas de moda elegantes está París”. Para los más chabacanos está Miami. Cuando los secuestros se popularizaron y por los millones de dólares pedidos de rescate hubo el caso de una muchacha hija de un multimillonario, que se enamoró de su secuestrador. No fue la primera ni la única ni última, luego hasta las FARC lo utilizaron. Los estudiosos lo llamaron el ‘Síndrome de Estocolmo’: la víctima se enamora de su verdugo.

Para nosotros fue una psicosis colectiva y reacia a cualquier ayuda inteligente. Enamorados de unos ojos verdes venenosos muchos y muchísimas aceptaron de buen grado el infamante “aunque pegue, marido es”. Se sintieron felices de ser usados como alfombra, aprendieron a gozar con el dolor ajeno, renunciaron a pensar y se convirtieron en altoparlantes chirriantes, mecánicos y sin voluntad.

Fue tan completo el lavado cerebral, que sin pudor alguno se desnudaron públicamente mostrando sus vergüenzas al ejecutar planes y tácticas criminales y aprovechar el momento más oportuno para destruir las pruebas de su rapacería inagotable saqueando y quemando el edificio de la Contraloría General del Estado. Pensaron desaparecer las huellas indelebles del ansia de poder y dinero de la revolución bolivariana con su socialismo del siglo XXI.

Se desnudaron aún más -reflejando la ignorancia intrínseca de sus priostes al hacer quemar- solo en Quito dicen cinco mil árboles, bancas y muros de piedra de siglos de existencia. Cantando a la Pacha Mama la pisotearon como los cascos de los caballos de Atila. Volvieron a la mentalidad de la horda y al escape de cárceles y sanatorios medievales. Consuelo: No pudieron destruirnos ni volver al poder.

[email protected]

CARLOS TRUJILLO SIERRA

“No, Gabrielita, no. No dije esto es el colmo, dije, Estocolmo, el nombre de la ciudad capital de Suecia, puede que en uno de tus viajes hayas pasado por ahí aunque no con mucho interés porque para tiendas de moda elegantes está París”. Para los más chabacanos está Miami. Cuando los secuestros se popularizaron y por los millones de dólares pedidos de rescate hubo el caso de una muchacha hija de un multimillonario, que se enamoró de su secuestrador. No fue la primera ni la única ni última, luego hasta las FARC lo utilizaron. Los estudiosos lo llamaron el ‘Síndrome de Estocolmo’: la víctima se enamora de su verdugo.

Para nosotros fue una psicosis colectiva y reacia a cualquier ayuda inteligente. Enamorados de unos ojos verdes venenosos muchos y muchísimas aceptaron de buen grado el infamante “aunque pegue, marido es”. Se sintieron felices de ser usados como alfombra, aprendieron a gozar con el dolor ajeno, renunciaron a pensar y se convirtieron en altoparlantes chirriantes, mecánicos y sin voluntad.

Fue tan completo el lavado cerebral, que sin pudor alguno se desnudaron públicamente mostrando sus vergüenzas al ejecutar planes y tácticas criminales y aprovechar el momento más oportuno para destruir las pruebas de su rapacería inagotable saqueando y quemando el edificio de la Contraloría General del Estado. Pensaron desaparecer las huellas indelebles del ansia de poder y dinero de la revolución bolivariana con su socialismo del siglo XXI.

Se desnudaron aún más -reflejando la ignorancia intrínseca de sus priostes al hacer quemar- solo en Quito dicen cinco mil árboles, bancas y muros de piedra de siglos de existencia. Cantando a la Pacha Mama la pisotearon como los cascos de los caballos de Atila. Volvieron a la mentalidad de la horda y al escape de cárceles y sanatorios medievales. Consuelo: No pudieron destruirnos ni volver al poder.

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“No, Gabrielita, no. No dije esto es el colmo, dije, Estocolmo, el nombre de la ciudad capital de Suecia, puede que en uno de tus viajes hayas pasado por ahí aunque no con mucho interés porque para tiendas de moda elegantes está París”. Para los más chabacanos está Miami. Cuando los secuestros se popularizaron y por los millones de dólares pedidos de rescate hubo el caso de una muchacha hija de un multimillonario, que se enamoró de su secuestrador. No fue la primera ni la única ni última, luego hasta las FARC lo utilizaron. Los estudiosos lo llamaron el ‘Síndrome de Estocolmo’: la víctima se enamora de su verdugo.

Para nosotros fue una psicosis colectiva y reacia a cualquier ayuda inteligente. Enamorados de unos ojos verdes venenosos muchos y muchísimas aceptaron de buen grado el infamante “aunque pegue, marido es”. Se sintieron felices de ser usados como alfombra, aprendieron a gozar con el dolor ajeno, renunciaron a pensar y se convirtieron en altoparlantes chirriantes, mecánicos y sin voluntad.

Fue tan completo el lavado cerebral, que sin pudor alguno se desnudaron públicamente mostrando sus vergüenzas al ejecutar planes y tácticas criminales y aprovechar el momento más oportuno para destruir las pruebas de su rapacería inagotable saqueando y quemando el edificio de la Contraloría General del Estado. Pensaron desaparecer las huellas indelebles del ansia de poder y dinero de la revolución bolivariana con su socialismo del siglo XXI.

Se desnudaron aún más -reflejando la ignorancia intrínseca de sus priostes al hacer quemar- solo en Quito dicen cinco mil árboles, bancas y muros de piedra de siglos de existencia. Cantando a la Pacha Mama la pisotearon como los cascos de los caballos de Atila. Volvieron a la mentalidad de la horda y al escape de cárceles y sanatorios medievales. Consuelo: No pudieron destruirnos ni volver al poder.

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“No, Gabrielita, no. No dije esto es el colmo, dije, Estocolmo, el nombre de la ciudad capital de Suecia, puede que en uno de tus viajes hayas pasado por ahí aunque no con mucho interés porque para tiendas de moda elegantes está París”. Para los más chabacanos está Miami. Cuando los secuestros se popularizaron y por los millones de dólares pedidos de rescate hubo el caso de una muchacha hija de un multimillonario, que se enamoró de su secuestrador. No fue la primera ni la única ni última, luego hasta las FARC lo utilizaron. Los estudiosos lo llamaron el ‘Síndrome de Estocolmo’: la víctima se enamora de su verdugo.

Para nosotros fue una psicosis colectiva y reacia a cualquier ayuda inteligente. Enamorados de unos ojos verdes venenosos muchos y muchísimas aceptaron de buen grado el infamante “aunque pegue, marido es”. Se sintieron felices de ser usados como alfombra, aprendieron a gozar con el dolor ajeno, renunciaron a pensar y se convirtieron en altoparlantes chirriantes, mecánicos y sin voluntad.

Fue tan completo el lavado cerebral, que sin pudor alguno se desnudaron públicamente mostrando sus vergüenzas al ejecutar planes y tácticas criminales y aprovechar el momento más oportuno para destruir las pruebas de su rapacería inagotable saqueando y quemando el edificio de la Contraloría General del Estado. Pensaron desaparecer las huellas indelebles del ansia de poder y dinero de la revolución bolivariana con su socialismo del siglo XXI.

Se desnudaron aún más -reflejando la ignorancia intrínseca de sus priostes al hacer quemar- solo en Quito dicen cinco mil árboles, bancas y muros de piedra de siglos de existencia. Cantando a la Pacha Mama la pisotearon como los cascos de los caballos de Atila. Volvieron a la mentalidad de la horda y al escape de cárceles y sanatorios medievales. Consuelo: No pudieron destruirnos ni volver al poder.

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