¿Gato encerrado?

Hace unas semanas se produjeron acontecimientos patéticos, de la vida real, cuando varias familias y, progresivamente, cientos y luego miles de colombianos eran expulsados de sus viviendas ubicadas en plena frontera colombo-venezolana, muchas de las cuales se han habían asentado hace años quizás huyendo del conflicto guerrillero que confronta Colombia, y en el cual la violencia, el asesinato, la extorsión y el tráfico de drogas desborda los límites inimaginables, muertes, pobreza, enfermedad y desarraigo.


La razón esgrimida por el vozarrón mandatario venezolano era que dicha población no era más que perteneciente a la guerrilla y que se encontraba acampando para descansar y mantenerse en contacto con los grupos guerrilleros, paramilitares incluidos, asunto que amenazaba la seguridad interna del país norteño.


No obstante, las imágenes de los noticieros visuales y escritos reflejaban un drama humano inclemente cuando niños, viejos y mujeres eran fruto de atropellos, acosos y hasta actos obscenos mientras recogían humildes pertenencias para cruzar un río que más que agua sucia derramaba lágrimas y dolor en sus orillas sacudidas por los pies de desesperados seres humanos buscando seguridad y abrigo en su propio país que antes tuvieron que dejarlo porque tampoco les aseguraba nada para una elemental subsistencia.


La coincidencia de este drama llama la atención, pues brota cuando se acercan las elecciones venezolanas en cuyos pronósticos el régimen dominante aparece en franco descenso, a lo que suma la condena execrable a un dirigente de oposición que se ha convertido en las piedra en el zapato de un gobierno autoritario que tiene sumido a su pueblo en la más grande crisis económica y social que recuerde la historia latinoamericana.


Por ello, la reunión de Quito es un eslabón más del cual el pequeño Maduro sale como un vencedor aplomado, tranquilo, hasta respetuoso y con piel de oveja, porque de lo que se trata es de desviar la atención “defendiendo a su país” cuando la derrota electoral se la siente inminente.

José Albuja Chaves