Por: MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA
Hace un par de años, un dantesco incendio devastó media cuadra del casco comercial de Esmeraldas, hubo innumerables daños y pérdidas materiales; este siniestro a ojos de una entonces autoridad de la provincia fue visto como “todo un éxito”. A pesar de esta “metedura de pata”, como se suele llamar a este tipo de exabruptos, al poco tiempo obtuvo un cargo de elección popular.
Entiendo perfectamente que nunca terminamos de conocer a la gente y por ello trato de no poner en tela de duda su intelecto o gestión, pero sí me asombra cómo de a poco van sumándose cada vez más personas que no aparentan poseer criterio alguno y son llamadas exitosas.
En estos días navideños he visto algunas participaciones artísticas donde se presentan niños y adolescentes con una mínima preparación y, sin embargo, al finalizar su intervención se las califica de apoteósicas y se les promulga miles de aplausos. Incluso, hay quienes por allí se despotrican criticando la calificación del jurado que me parece tienen la difícil tarea de votar por el menos malo.
Sin querer mezclar las cosas, me referiré a los concursos de belleza, donde no entiendo qué premian, si la mayoría de las candidatas afirman haberse realizado ciertos retoques en aras de destacar o realzar su belleza; y allí me pregunto, si su belleza se debe a un cambio extremo, entonces el premio deberían dárselo al cirujano que logró tal prodigio, porque, incluso, al hacerles la pregunta para conocer su cultura general, terminan siendo el hazmerreír del público y el jurado opta por darle el premio a aquella que más hilaridad provocó con su respuesta.
Podría creerse que me fui de coles a nabos, pero no, en todas estas lamentables historias está presente el poco esfuerzo que la gente realiza por ser mejor, le dedicamos tan poca energía a una u otra actividad, porque sin lugar a dudas al terminar el día siempre existirá un simplón que nos aplauda y nos felicite por el hecho de respirar y caminar al mismo tiempo.