“Una mujer es como un saquito de té: nunca sabrás lo fuerte que es hasta que la metes en agua caliente” (Eleanor Roosevelt).
Creada por decisión de Dios en el sexto día de la creación, después de Adán para que sea su compañera a partir de una de sus costillas.
Insensata, desobediente y fácil de persuadir, la serpiente la convenció de comer del fruto prohibido; y, esta a su vez se la dio de comer a su compañero. Expulsada del Paraíso, castigada con la muerte y el dolor; mostrada también como “adultera”, en la figura de Helena de Esparta, la más bella de todas las mortales, al escapar con el príncipe troyano París, causa de la mitológica guerra de Troya.
Esta es una de las grandes referencias de la mujer a lo largo de la historia humana, retrato que no ha sido indiferente en el papel que la mujer ha jugado privativamente en las instituciones armadas del Ecuador. La célebre Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, distinguida más por convivir en la alcoba del libertador Simón Bolívar que por sus hazañas como prócer de la independencia hispanoamericana. Ilustres narrativas históricas masculinas como las de las “carishinas”, heroínas anónimas en las luchas independentistas y de la vida republicana del Ecuador; no solo que han sido las predecesoras de la presencia de la mujer en la historia de las Fuerzas Armadas ecuatorianas, sino que han sido y son un símbolo de lo que la expresión de la palabra quichua constriñe “cari-hombre; y, shina-similar”, usada en el Ecuador y en los cuarteles militares para describir a la mujer que le gusta realizar actividades de los hombres.
Probablemente, si preguntamos quién fue la enfermera Nadia Augusta Rosario Palacios, seguramente nadie sabe que fue la primera mujer ecuatoriana que fue dada de alta como soldado en la Fuerza Terrestre el 01 de julio de 1956 y que alcanzó el grado de sargento segundo de sanidad; esta como otras genealogías no han sido siquiera discurridas o penosamente conocidas. Difícilmente los procesos al interior de los cuarteles militares han concebido o han planificado la presencia de mujeres, invisibilizando la maternidad, la lactancia o el estado civil que desconoce la existencia del precepto sociológico “jefe de familia”; factores fisiológicos como exógenos que no deben divergir el derecho de acceder a los diferentes cargos o funciones en observancia con el Reglamento de Carrera Profesional del Personal Militar o con el acceso al derecho de bienestar de personal para asignarle vivienda fiscal; tolerando por ejemplo la subutilización del personal femenino asignado a un campo profesional que no corresponde; y, que en numerosas circunstancias están legitimadas con la anuencia vergonzosa de las mismas damas.
No obstante, el concepto historiográfico titulado como “memoria histórica”, que no es otro que el esfuerzo consciente por encontrar valor y respeto en acontecimientos no vividos directamente; sino transmitidos por otros medios, para ilustrar una memoria viva que marcó un hito en Fuerzas Armadas, fue la graduación en 1999 en la Escuela Superior Militar “Eloy Alfaro” de (07) mujeres: (03) médicas, (02) odontólogas y (01) abogada; así como también el ingreso de las primeras (150) conscriptos mujeres en el año 2018.
Sin embargo, no es menos cierto que las nociones de poder, violencia o dominación han estado desde los albores de la humanidad y no han sido privativos directamente de los hombres hacia las mujeres o viceversa; sino de los seres humanos en general, cuya problemática se ha ido estructurando con la evolución de la sociedad que funciona a través de lenguajes y códigos, así como de criterios cimentados por la religión, la etnicidad, la cultura, la educación, el entorno, las costumbres, las prácticas consuetudinarias e inclusivamente los roles impuestos.
La restricción de derechos en las mujeres en América Latina ha sido influenciada por el denominado “Marianismo”, complemento del “machismo”, influenciado por el mestizaje en la identidad de hombres y mujeres, que surgió de la mezcla violenta entre hombres europeos con mujeres indígenas dentro del contexto de la conquista.
Inexplicablemente no existe el fenómeno de la dominación masculina sin el consentimiento de la femenina, cuyo complejo proceso de dominación afecta a los agentes sin distinción de géneros; y, que en los cuarteles militares se confirma entre superiores y subordinados independientemente de su sexo o género.
La dicotómica tradicional entre la coerción y el auto sometimiento más acervado incuestionablemente en las unidades militares ha sido instituido por mujeres sobre mujeres uniformadas o cónyuges de estos, en ocasiones imperceptibles y en otras inteligibles en el que se tejen confabulaciones que no se contienen, para echar por tierra la honra, la dignidad, el profesionalismo de quienes siembran a pulso; y, no se encomiendan solo a una fisonomía o atributo físico para ejercer una profesión que no ha variado ni el tiempo y en el espacio y cuya concepción cultural dentro de cada sociedad ha sido diseñada por y solo para los hombres, cuyos estereotipos y prácticas atingentes a los papeles designados a los hombres y a las mujeres en la milicia han surgido de un concepto de inferioridad o superioridad de un sexo respecto de otro.
La falta de confianza, los prejuicios arraigados, o la aversión a su rol en la milicia por parte de los hombres y de las mujeres denominada “misoginia” en la ahora sociedad globalizada cuya estructura aún es patriarcal, la seguirán colocando en posiciones subalternas con poca posibilidad en la toma de decisiones, un claro ejemplo de ello fue el ascenso sospechoso de quien es hasta la actualidad la primer general ascendida en la Policía Nacional que alcanzó el comando general cuyo paso fue irritante pero constitucional dentro de lo preceptuado en el artículo 22 numeral 6 que declara la igualdad jurídica de los sexos.