Misterios dolorosos

Autor: Joselyne Cuadros* | RS 59

En una sociedad paternalista como fue (y sigue siendo, en muchos aspectos) la ecuatoriana, la presencia de la mujer en diversos campos laborales es mínima; las que se han destacado han debido romper barreras y saltar obstáculos para lograr sus objetivos.

La habitación de los niños empezó a oscurecer cuando jugaban en el piso a las canicas. Hubo una fuerte campanada y ambos observaron el reloj de péndulo en la pared. 18h30. Hora del rosario. “¡Johana y Julián, al comedor!”, gritó la abuela.

Los mellizos se sentaron en la mesa, uno frente al otro, y la abuela se colocó en la cabecera, formando una suerte de santísima trinidad. Los niños daban vueltas a las pepitas de sus rosarios tratando de descubrir por cuáles iniciar.

El niño miraba a la niña y la niña miraba al niño hasta que ambos lograron ubicarse en la misma cuenta de la abuela.
La casa se encontraba a oscuras y el único atisbo de luz era la vela larga que reposaba en el centro de ellos. “Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre (…)”, dijo la abuela, persignándose. Los niños la imitaron y una ráfaga de viento se abrió paso desde el ventanal, haciendo estremecer sus piernas delgadas y desnudas. Ambos vestían igual, shorts a las rodillas y camisetas llanas.

Primer misterio doloroso: la oración en el huerto.
Un padre nuestro, diez avemarías y una gloria. Johanna y Julián luchaban por no bostezar mientras la abuela rezaba, sumergida en las plegarias a la virgen. Anunciado el segundo misterio doloroso volvió el suceso de cada noche. Se escuchó el primer grito desde el piso de arriba. El niño dio un respingo en la silla y la abuela, que tenía siempre una regla de madera a su lado, le azotó un golpe leve en el dorso de la mano: “Los niños que no se concentran durante la oración se van al infierno… Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros (…)”, murmuró.



Julián cerró los ojos y juntó tan fuertes sus manos que pudo sentir cómo las cuentas del rosario se le incrustaban entre los dedos. Algunos gritos siguieron al primero. El techo temblaba y crujía por pesados pasos que correteaban tras unos más ligeros, de un lado a otro. La niña se esforzó por no abrir los ojos. -¡Johanna!–, ordenó la abuela. La niña respiró profundo y una voz quebrada salió de su boca:



“Ter…, tercer misterio doloroso… la coronación de espinas… Dios te salve María, llena eres de gracia (…)”.
El choque de un objeto de vidrio contra la pared retumbó en las habitaciones. Se repitió en varias ocasiones, como si el demonio intentara acabar con la alacena, la cocina, los jarrones y los espejos del departamento de arriba. La abuela repetía la oración cada vez más alto. Iniciado el cuarto misterio, el bullicio se detuvo de golpe y, de pronto, por primera vez, se escuchó claramente a la mujer pronunciar un nombre. Los niños abrieron los ojos y soltaron el rosario.

La abuela de inmediato dio un golpe a cada uno: “Es el diablo que los distrae, ¡recen, carajo! ¡quiero escucharlos!, Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (…)”. Los retó y les ordenó agarrarse de las manos. Los gritos de auxilio y el llanto del piso de arriba continuaron más fuertes. “Por todas esas almas desobedientes, para que tengas piedad de ellas, Señor, perdones sus pecados y les permitas entrar a tu reino”.

Quinto misterio doloroso: La muerte y crucifixión de Jesús. Padre nuestro que estás en el cielo (…)” –dijo la abuela con los ojos cerrados y la cabeza hacia arriba. Los niños observaron la escena a su alrededor y notaron cómo el rezo del rosario había tomado la forma de un ritual satánico que habían leído en las historias de terror. La virgen no los salvaría y mucho menos a las almas del piso de arriba, entonces tendrían que arder todos juntos en el infierno.

Se soltaron de las manos de la abuela y con los puños golpearon la mesa al unísono, uno frente al otro, una y otra vez al mismo tiempo, puño derecho de Johanna, puño izquierdo de Julián, puño derecho de Julián, puño izquierdo de Johanna, gritando a todo pulmón, enfurecidos: “¡Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo (…)”.
La abuela, encolerizada, intentó agarrar la regla de madera, pero Julián se adelantó, la cogió, la partió en dos y la lanzó contra la pared. El niño tomó a la abuela de la mano izquierda y la niña de la mano derecha, apretaron fuerte sus muñecas y le incrustaron las uñas.

Johanna la miró fijamente: “¡reza, abuela, reza!” y entonces ambos, con las manos que les quedaron libres, tomaron el rosario, voltearon la cruz, clavándola en la mesa y tatuaron la Santísima Trinidad sobre la superficie. La sirena de una ambulancia los interrumpió. Se escuchó a los vecinos del edificio salir a la calle. La abuela se soltó con fuerza de los niños, que no le habían quitado la mirada, se levantó y salió a ver qué sucedía.

Los mellizos también se levantaron y se asomaron a hurtadillas por la ventana. Llegaron los del 911 y Medicina Legal. Las vecinas, aterradas, vieron a los enfermeros llevarse el cuerpo de la joven del piso 2. El agente de Policía habló a gritos y se le escuchó que fue un accidente doméstico.

-Esa muchachita se portaba mal con el marido y miren cómo terminó. El Señor obra de maneras misteriosas–, dijo la abuela y se santiguó.

Los niños, como sincronizados, se alejaron de la ventana, se acercaron a la única vela que alumbraba el departamento y la apagaron de un soplo. En tinieblas, con sus manos temblorosas pero decididas, sosteniendo el crucifijo, se miraron, sonrieron con un rictus desconocido en sus rostros y esperaron a que la abuela regresara a la mesa.

*Joselyne Cuadros (Guayaquil) es abogada corporativa y apasionada de la literatura. Miembro del club de cultura del espacio Palabralab hace cuatro años. Cuenta historias desde muy pequeña, pues a los seis años su abuela cultivó en ella el amor a la lectura. Empezó a escribir a los 13 años. Su sueño fue estudiar Literatura en la universidad. Sin embargo, estudió Derecho. Desde que salió del colegio he tratado de estar al día tomando cursos junto a Palabralab. Entre sus guías ha contado con Adelaida Jaramillo, René López, María Fernanda Ampuero, Ernesto Carrión y, en la actualidad, con Rubén Darío Buitrón.