Mi papá y Papá Aucas

EL CONTAGIOSO SUPERHÉROE: Mi papá quedó huérfano de padre cuando era apenas un niño pequeño. No alcanzo a imaginar el calibre de esa ausencia con la que debió crecer, los espacios en blanco que debió llenar con ejemplos distantes, las lecciones de terceros que eligió, los silencios que se llenaron con su propia voz.

Sin embargo, si debo definir a mi papá -como lo hacen todos quienes lo conocen- diré, orgullosa y convencida, que es un hombre íntegro, feliz y con un gran coraje para enfrentar las dificultades. Sí… por muchas razones que se renuevan cada día, mi papá es mi superhéroe y es, además, un hincha del Aucas que ha terminado salpicando los tonos oro y grana en los corazones de sus hijas y nietos.

LAS HISTORIAS DE SU INFANCIA
Hace unos días él me contaba la historia de cómo a sus seis o siete años, en los años cincuenta, se colaba en el Estadio del Arbolito, para ver entrenar a sus ídolos. La emoción que sentía cuando alguno de ellos le respondía al saludo o, incluso, estrechaba su mano: “¡No me lavaba esa mano en toda la semana!” me dice entre risas. Mi papá habla de Gonzalo Lozano, de Walter Pinillos, de Leonel Montoya, de Yogo Armendáriz, de Gonzalo Pozo “Pozito” y se le ilumina la vida.

LA SUPERHEROÍNA DE MI INFANCIA
Por mi parte -y he contado esta anécdota repetidamente- mi superheroína de la infancia no jugaba fútbol. Se trataba de, Lynda Carter, aquella inocente secretaria de anteojos y cola de caballo, que tan pronto reparaba en la presencia de un malhechor, se retiraba el pasador que sujetaba su cabello, extendía los brazos y giraba, giraba, hasta convertirse en La Mujer Maravilla. ¡Eran los años setenta y yo no me perdía ese programa en la televisión!

La fuerza física de la Mujer Maravilla se volvía descomunal, sus brazaletes rojos detenían las balas enemigas, y el lazo dorado que cargaba en la cintura era su arma letal. Con la distancia enorme que existe entre la figura de Lynda Carter y la de esta servidora, quiero confesar que un día yo también descubrí que tenía superpoderes.

HINCHA DEL AUCAS
Soy hincha del Aucas por herencia, hincha de matraca, gorro, cintillo, pito y banderín. Heredera de los dioses del Arbolito. Hincha de empanada con ají y cerveza. Hincha bullanguera y nostálgica al grito de “Aucas, Marañón o la guerra”.
Los Súper Amigos, con quienes suelo acudir al primer llamado de alerta en Chillogallo, tienen un vehículo con borlas en el parabrisas y un zapatito del “junior” colgado del retrovisor. Hinchas que viajan apiñados en buseta, siempre acompañados de toda la familia. Ataviados con los colores de la pasión, de la garra, devotos del “ojalá-que-ahora-sí-se-nos-haga”, sedientos de cola en funda, apasionados hinchas auténticos de un equipo que se lleva en el corazón.

SER AUQUISTA, MI SUPERPODER
Ser auquista es mi orgullo y también mi superpoder. Lo explico:

De lunes a viernes, igual que la ingenua secretaria que oculta la identidad de Lynda Carter, debo utilizar un traje de oficina que me permite confundirme entre la multitud. Eso ha ocasionado que más de un iluso me relacione con uno de los equipos aniñados. Lo cierto es que, en una ocasión, una tubería de mi departamento estalló.

Ante las averías domésticas soy un cero a la izquierda por eso acudí al conserje del edificio. Éste me puso en contacto con su cuñado, un señor sesentón, con mirada triste y bigote ralo. Media hora más tarde, los dos hombres junto al guardia, que se había sumado para ver de cerca el desastre, lanzaban una conclusión apocalíptica. Desorientada pregunté: “¿Y cuánto me va a costar eso?”.

El plomero me miró de pies a cabeza, el guardia soltó un suspiro preocupante, y el conserje le hizo una señal a su cuñado para que mirara a una de las paredes de mi habitación en la que exhibía una de mis armas de Mujer Maravilla, mi banderín oro y grana. Entonces se hizo un tenso silencio y el experto me dijo: “Qués pues, seño, era que me diga que era auquista,”. Dispuesta a actuar con mis brazaletes rojos y mi lazo en caso de algún comentario adverso, escuché aliviada su conclusión: “Para los auquistas hay 50% de descuento”. La tubería fue reparada por un precio módico, otro auquista se ofreció para restituir un par de tomacorrientes quemados, y he notado que desde ese día el guardia ha adoptado un compromiso de seguridad con mi departamento, que supera toda expectativa.


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EL AUCAS ESTÁ EN LA CALLE
El Aucas no está únicamente en la Caldera del Sur, está en la calle, en la gente común que espera con ansia el domingo, para vestirse de superhéroes y alentar al equipo más auténtico del Ecuador.
Yo volteo y escucho a mi papá, que me sigue emocionando con sus historias de Papá Aucas. Y entonces ratifico mi otro superpoder: esa integridad, esa alegría y ese coraje para vivir que él me contagia. Somos invencibles… gracias, papá.
Y gracias, Auquitas, por llenar tantos espacios felices en nuestras vidas.

María Fernanda Heredia