Dra. Zoila E. Bustos Messala | Investigador
“(…) No existe ningún hombre completamente masculino ni ninguna mujer completamente femenina”. (Margaret Fuller)
La identidad para algunos es una ficción que suple una percepción angustiosa de la carencia óntica; sin embargo, el concepto que se tiene de uno mismo se relaciona con ¿Cómo vivimos y sentimos nuestro cuerpo desde la experiencia personal?; y, ¿Cómo lo llevamos al ámbito público?
Considerando que el proceso de adquisición de la identidad se hace por oposición -nosotras versus ellos-; así también las características convencionales de la masculinidad y la feminidad se oponen y se complementan, creando un binarismo de género; que, dicho de otra manera, es la forma individual e interna en la que cada ser vive su género, que podría corresponder o no con el sexo con el que se ha nacido.
Sin embargo, esa sensación que produce en los seres humanos la de ser insuficientes en todos y cada uno de los roles que se ejecuten en la vida; son una fuente de profundo malestar y sentimientos de culpa; por lo que, la llamada crisis de la masculinidad hegemónica se ha ido encajando entre las mujeres desde finales del siglo XX, lo que ha arrojado un panorama complejo; debido a que las identidades del modelo masculino se han ido incorporando mimética y furtivamente, en principio esencialmente en el mundo laboral para posteriormente hacerlo en las relaciones sociales; con el objetivo de alcanzar logros o sencillamente equilibrar el desapego y la deslocalización instituida por los hombres, en cuanto a los sentimientos y emociones.
Este denominado arte de la masculinización aprehendido con los mismos defectos ancestrales de los hombres, descontextualiza lo alcanzado por el movimiento “Me Too” (“Yo También”) iniciado en las redes sociales en el año 2017 para denunciar la agresión sexual y el acoso sexual, a raíz de las acusaciones en contra del productor de cine Harvey Weinstein, utilizada por la activista Tarana Burke y popularizada por la actriz Alyssa Milano para demostrar la naturaleza extendida del comportamiento misógino; así como también por los actores Terry Crews y James Van Der Beek, para contar sus experiencias propias de acoso y abuso sexual; debido a que, no han dejado de ser estereotipos incorporados para intentar balancear la tensión entre lo aprendido o exigido por un “súper yo”; y, un ideal del “yo”.
Ejemplos de “masculinización”
Aunque parezca anecdótico, un síntoma de esa masculinización; por ejemplo, ha sido la ingesta de alcohol a los extremos, que es y ha sido un comportamiento masculino convencional propio de una sociedad patriarcal; sin embargo, en el tiempo actual se ha observado a un amplio grupo de mujeres en el espacio público como en el privado adoptar este modo de masculinidad; lo mismo ha ocurrido con las denominadas despedidas de soltera en las que las jóvenes amigas de la novia festejan del mismo modo zafio e hipersexualizado que los hombres, justificando dicha “celebración” con lo que supone una despedida de la libertad.
La adopción imitativa de “modos masculinos” no solo que confunde los comportamientos que antes eran de exclusivo patrimonio de los hombres; evidencian que en la mujer y en el hombre, el alcohol como un depresor del sistema nervioso central, hace que la actividad cerebral de ambos sea más lenta, que su estado de ánimo cambie, que su comportamiento y capacidad de autocontrol se afecte gravemente, con un acentuado comportamiento agresivo; que se traduce en “a mayor cantidad de ingesta de alcohol, mayor excitabilidad, susceptibilidad y desinhibición”.
La ausencia de reflexividad, en la que el mecanismo de defensa al cual le atribuimos nuestro propios pensamientos, sentimientos, deseos o impulsos inaceptables o incómodos a otra persona denominada proyección defensiva, se remarca con el consumo de alcohol; por lo que, es cimental cuestionar si es acertado concebir una “igualdad” a través de la “imitación” o la “adopción” de las peores costumbres de los seres humanos, sin previamente cuestionarse si merecen la pena asimilarlas.
El “Modelo Tinder”
Otra forma adoptada por algunas mujeres calcada de la masculinidad investigada por la psicóloga española Lola Lòpez Mondèjar denominado “Modelo Tinder”, vinculada con la búsqueda de relaciones sexuales que abandona la afectividad en favor de un sexo sin compromiso que advierte que practicarlo no es sino proporcionar a ambos sexos un tipo de sexualidad coital (instintiva); aseverando que este “modelo” no atenta a las necesidades humanas de ninguno de los dos sexos; ya que reivindican la “igualdad” hombre-mujer en cuanto al tipo de deseo, en la que ambos sexos quieren y pueden gozar de una sexualidad sin afectividad.
Entender la modificación cultural global actual, a través de la “teoría del origen de las especies” de Charles Darwin, en la que las mujeres deben adaptarse aún a costa de negar sus emociones, sus creencias para acomodarse a las exigencias de un marco de relación que no ha tenido en cuenta la especificidad de su género; y, que para muchas de ellas dicha adaptación ha podido ser exitosa; per se, al modelo predominante, aun cuando su reconocimiento continúa siendo intersubjetivo.
Probablemente para algunas mujeres sean cómodos estos “modelos”; por lo que, no es hacedero tampoco, que pueda concebirse como único modelo instituido uno u otro imperativo cultural; aunque este último sea el que haya conquistado el denominado “mercado afectivo-sexual” que ha caracterizado a la pro-modernidad.
Si la identidad sexual se procura a través, de una compleja identificación dinámica que procede de la herencia específica; así como de la presión socio-cultural, se entiende entonces que ambos sexos son propensos a conductas de riesgo; en la actualidad, observamos una mayor tendencia hacia la masculinización universal, expresada cada vez màs frecuente en la ausencia de rasgos adscritos a la feminidad.
Razón por la que, si feminidad y masculinidad son construcciones históricas, que están por encima de una progresiva homologación de conductas y subjetividades, influenciadas pero no determinadas por objeciones morales y éticas de comportamientos masculinizados, diagnostican sobre si sus roles, sus necesidades y expectativas a la hora de encontrarse con el otro deben pasar o no por la ausencia de reflexividad o exculpación; discurriendo que los escollos en la convivencia entre los seres humanos se vuelve sensible cuando sus roles no están bien definidos y se presentan desdibujados o difuminados lo que amplía aún más ese campo minado de los malentendidos.
Erradamente, se ha pretendido construir un puente entre estas dos subjetividades, a partir de una cultura del individualismo, que nos enseña a convivir como sujetos interdependientes; en el que, el engañoso ideal del “perfecto profesional” que predomina en el universo actual, no incluye el esfuerzo por aceptar la realidad del otro.
Contemporáneamente lo que exige el verdadero reconocimiento intersubjetivo actual de la supervivencia junto al ritmo de trabajo, ha dejado amnésica y desmembrada a la humanidad, que ha negado tiempo para el cuidado de los seres humanos; lo que ha entorpecido aún más el encuentro entre hombres y mujeres, a pesar de ubicarnos en una latitud liberal.
Las des-identificaciones y nuevas identificaciones
La des-identificación y las nuevas identificaciones, no tienen una fácil respuesta, como no la tiene ¿qué es ser una mujer? o ¿ser un hombre?; ya que siempre se arranca de las arcaicas teorías esencialistas; y, cuando pensamos en la “identidad de género”, lo hacemos como una “construcción social” aprendida de forma preformativa a través de la reiteración de mensajes y normas prescriptivas y proscriptivas; que se han ido adaptando conforme a las demandas de una identidad masculina de tradición que les “exige” y les “educa” en un titánico esfuerzo por hacer la convivencia más “agradable” y “sintónica”; pero en las que de manera minúscula se las ha podido reconocer como compañeras laborales porque en ellas se contempla la influencia de sus abuelas, madres y hermanas como beneficiosas para los hombres que ahora son.
Por ello, más que hacia una masculinización de las mujeres, se debería caminar hacia una androginia psíquica de ambos géneros donde tanto hombres como mujeres integren el cuidado con la autonomía, la reflexividad con el asertividad y el reconocimiento con el ejemplo; no para ser usadas desde una posición de poder o peor aún para “adaptarse” aún a costa de perder su propia identidad.
Dra. Zoila E. Bustos Messala
Investigador