Dr. Pedro Velasco Espinosa | [email protected]
«El gozo de Colombia ha llegado a su colmo al recibir en su seno al pueblo de la República que levantó el primero el estandarte de la libertad y de la ley contra la usurpación extranjera. Quito llevará consigo siempre el rasgo más distintivo de su gran desprendimiento y del reconocimiento más perfecto de una política sublime y de un patriotismo acendrado». Simón Bolívar. ()
El 10 de agosto de 1809 y el 2 de agosto de 1810 son fechas cimeras en la Historia Patria. En la primera, el coraje de los quiteños se rebeló rotundamente contra el despotismo de las autoridades de la Audiencia e instituyó un gobierno autónomo. Un año más tarde, el 2 de agosto ese mismo pueblo ofrendó su sangre como pacto solemne con la Libertad.
La epopeya independentista comenzó en la Noche Buena de 1808, en la hacienda Chillo-Compañía del Marqués de Selva Alegre, en la misma heredad que -el 16 de mayo 1822- servirá para dar hospedaje a las tropas del General Sucre en su andadura gloriosa hacia el Pichincha.
Los integrantes de la Junta Suprema, que se formó esa célebre madrugada, serán los mismos que formarán la Junta Soberana, como gobierno autónomo de la Corona, en la madrugada del 10 de agosto, luego de los desvelos y ajetreos patrióticos en las modestas habitaciones de Manuela Cañizares y gracias al férreo coraje de ésta.
De allí su apelativo de “Mujer Fuerte”.
El procerato quiteño será ahogado, aunque pasajeramente, a punta de bayonetas y con la sangre de los propios insurrectos y de cientos de habitantes de la capital de la Audiencia, en el aciago aun luminoso 2 de agosto del año siguiente.
El devenir histórico de la epopeya de los dos agostos es el siguiente:
El 9 de marzo de 1809, por orden del Presidente de la Audiencia, Ruiz de Castilla, son tomados presos los próceres de la Junta Suprema. Los patriotas apresados, que fueron recluidos en el convento de La Merced de Quito, son los siguientes: Juan Pío Montúfar y Larrea, II «Marqués de Selva Alegre», Dr. Juan de Dios Morales, Dr. Manuel Rodríguez de Quiroga, Coronel Juan Salinas y Zenitagoya, José Luis Riofrío (cura de la parroquia de Pintag), Dr. Antonio Ante López, Nicolás de la Peña Maldonado (nieto del Dr. Pedro Vicente Maldonado Palomino), Manuel Angulo, Francisco Javier Ascásubi y Matheu y Dr. Juan Pablo Arenas y Lavayen. La defensa jurídica de los próceres encausados como «reos de Estado», y la suya propia, la asume el Dr. Manuel Rodríguez de Quiroga. Al poco tiempo obtienen su libertad y vuelven a organizar la conspiración. Entre los dos agostos históricos, se suceden varios acontecimientos
El Grito quiteño tuvo eco. El 11 de agosto, la Asamblea de patriotas de Latacunga que, a más de ser episodios de heroicidad y sacrificios, de cruel represión y abnegado patriotismo, demuestran que la Junta quiteña hizo honor a su nombre de Suprema y, por ende, autónoma del poder español defenestrado transitoriamente de la Audiencia de Quito. Reunida a instancias de la Junta Soberana de Quito, respalda el movimiento independentista y nombra como Delegado al Dr. Manuel Arias de la Vega, Cura de San Sebastián.
Este patriota, de notable actuación en los sucesos posteriores, constará en la «Lista de los Insurgentes que deben ser decapitados», elaborada el 19 de noviembre de 1812 por el Presidente de la Real Audiencia, General Toribio Montes. (Irónicamente, Quito honra a este verdugo con su nombre en una de sus calles y, para mayor ludibrio, esa calle hace esquina con la calle Obispo Cuero y Caicedo, una de sus víctimas).
A día seguido, los patriotas de Riobamba, reunidos por iniciativa del Corregidor Javier Montúfar y Larrea (hijo de Juan Pío Montúfar y Larrea, II «Marqués de Selva Alegre», Presidente de la Junta Soberana de Quito, y hermano del prócer Carlos Montúfar y Larrea), respalda a la Junta Soberana de Quito. Ibarra no se queda atrás, y el día 13 su Cabildo, presidido por el Capitán Santiago Ignacio Tobar y Ugarte, respalda a la Junta Soberana de Quito y nombra al Dr. Manuel de Zaldumbide como su Delegado ante la misma. Por igual, el Corregimiento de Otavalo respalda a la Junta Soberana de Quito y nombra al Capitán de Milicias José Sánchez de Orellana y Cabezas como su Delegado ante la misma.
En la Sala Capitular de San Agustín, se lleva a efecto -el 16 de agosto- el Cabildo Abierto en el cual se proclama solemnemente la Junta Soberana de Quito y se toma juramento a sus miembros designados el 10 de Agosto: Presidente, Juan Pío Montúfar y Larrea, II «Marqués de Selva Alegre»; Vicepresidente, el Obispo de Quito, Monseñor José de Cuero y Caicedo; Juan de Dios Morales (Ministro-Secretario de Estado para Negocios Extranjeros y Guerra), Manuel Rodríguez de Quiroga (Ministro-Secretario de Estado para Gracia y Justicia) y Juan Larrea y Guerrero (Ministro-Secretario de Estado para Hacienda); Coronel Juan de Salinas y Zenitagoya y Zenitagoya (Jefe de la Falange de Quito) y Dr. Juan Pablo Arenas y Lavayen (Auditor de Guerra).
Evidente constatar que la Junta quiteña formó un Gobierno totalmente autónomo de la Corona, con los que serán los primeros ministros de Estado de la Historia Patria.
El Coronel Francisco Xavier Calderón Díaz (padre del Capitán Abdón Calderón), y sus seguidores Miguel Fernández de Córdova, Vicente Melo (natural de Santa Fe de Bogotá), Sargento Mariano Pozo, Manuel Rivadeneira (ibarreño), Fernando de Salazar y Piedra, Mariano Sánchez, Juan Antonio Terán (quiteño) y Joaquín Tobar (natural de Popayán), son apresados en Cuenca –el día 24- por haberse sumado al gobierno de la Junta Soberana de Quito.
El 26 de agosto, la Junta Soberana oficia a los virreyes de Santa Fe de Bogotá y Lima y a las demás autoridades coloniales exhortándoles adherirse al movimiento independentista de Quito, así como a nombrar sus respectivas Juntas de Gobierno subordinadas a la Junta de Quito.
No tuvo reposo la Junta Soberana. El 4 de septiembre emite un Manifiesto a los pueblos de América, que en su parte final dice: «Pueblos del Continente Americano: favoreced nuestros santos designios. Reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos unos. Seamos felices y dichosos y conspiremos unánimemente con el único objeto de morir por Dios, por el Rey y por la Patria. Esa es nuestra divisa. Esa será también la gloriosa herencia que dejemos a nuestra posteridad».
Por feliz coincidencia, en medio del fragor revolucionario, el 8 de septiembre nace en Montecristi María de la Natividad Delgado López, madre de quien será el adalid de otra revolución, el General Eloy Alfaro Delgado.
El descalabro para los próceres del 10 de agosto, comienza el 16 de octubre: se libra a orillas del río Guáitara (al sur de la ciudad de Pasto) el primer combate de la Independencia entre las tropas patriotas del Coronel Francisco Javier Ascásubi y Matheu, integradas en buena parte por campesinos y artesanos, y las fuerzas realistas del Coronel Gregorio Angulo, con el triunfo de estas últimas; el Coronel Ascásubi y Matheu es tomado prisionero. Por su lado, Manuel Zambrano al mando de fuerzas patriotas también es derrotado por las realistas en Cumbal. Estas dos derrotas de las tropas de Quito precipitarán la capitulación del 24 de octubre siguiente.
Las acechanzas que empezaban a producirse contra la revolución quiteña, de parte de los virreinatos vecinos, y ante una inminente invasión de fuerzas españolas contra-revolucionarias de los virreinatos del Nuevo Reino de Granada y del Perú, obligan a que los patriotas quiteños para firmar un acta de capitulación con el Conde Ruiz de Castilla, con la condición de que la Junta se mantenga con el título de «Provincial» y de que no hubieran represalias en contra de los patriotas.
El 25 de octubre Ruiz de Castilla reasume como Presidente de la Real Audiencia de Quito y vuelve al Palacio de la Audiencia desde su confinio en Iñaquito. Artero y desleal con sus propios compromisos, el día 27 Ruiz de Castilla cesa en sus funciones a los Secretarios de Estado de la Junta Soberana de Quito.
La masacre del 2 de agosto de 1810 podía vislumbrarse. El 3 de noviembre de 1809, el sanguinario Coronel realista Manuel Arredondo marcha desde Guayaquil hacia Quito para consolidar militarmente la autoridad del Conde Ruiz de Castilla. Arredondo había sido enviado con 400 pardos del Real Lima con órdenes expresas del Virrey del Perú José Fernando de Abascal de reprimir a los patriotas quiteños. Por esta circunstancia, a las tropas de Arredondo se las conoce como “abascalinas”. El 24 del propio mes, llega a Quito Arredondo e inicia la persecución a los patriotas. “El general Manuel Arredondo, un militarzuelo español, altanero pero cobarde, capaz de organizar masacres, pero impotente para oler pólvora.” ()
El 4 de diciembre son hechos prisioneros los patriotas quiteños del 10 de Agosto: Coronel Juan de Salinas y Zenitagoya, Dr. Juan de Dios Morales, Dr. Manuel Rodríguez de Quiroga, Dr. Juan Pablo Arenas, Coronel Francisco Javier Ascásubi y Matheu, Pedro Montúfar y Larrea, Teniente Juan Larrea y Guerrero, Atanasio Olea, Presbítero José Riofrío, Presbítero José Correa, Mariano Villalobos, Vicente Melo, Mariano Castillo, Manuel Cajías, José Vinueza y Francisco Antonio de la Peña Zárate (joven hijo de los próceres y mártires de la Independencia, Nicolás de la Peña Maldonado y Rosa Zárate Ontaneda).
Al día siguiente, Ruiz de Castilla y su secuaz Arredondo inician el proceso criminal contra los patriotas quiteños.
“Cincuenta figuras respetables fueron repartidas en los dos lóbregos edificios vecinos al palacio. Treinta y cuatro artesanos y peones, que meses atrás vistieron uniformes de voluntarios para formar la falange de los insurgentes, fueron también sorprendidos y echados en el pavimento de sus encierros en el tercer cuartel, llamado presidio, y de los muros contiguos al monasterio del Carmen Bajo.
Todo se hizo con destreza y prontitud de gente avezada en esos atropellos, ante el lloro de las familias afectadas y el pasmo de los pocos seres que en esos momentos andaban por las calles principales de la ciudad.” () Ese casi centenar de próceres y 300 habitantes de la ciudad serán masacrados el 2 de agosto venidero.
Paralelamente y lejos de los relámpagos de Quito, el 4 de febrero, el Consejo de Regencia de España e Indias llama a tomar parte en «la representación nacional de las Cortes extraordinarias del Reino» a los diputados de los virreinatos de Nueva España (México), Nueva Granada (del cual forma parte la Real Audiencia y Presidencia de Quito) y Lima. El Dr. José Mejía Lequerica y José María Matheu y Herrera, «Conde de Puñoenrostro» y «Marqués de Maenza» son electos Diputados del Virreinato de Nueva Granada (Presidencia de Quito) ante las Cortes. El Dr. José Joaquín de Olmedo y Maruri es electo Diputado a las Cortes por el Provincia de Guayaquil. (Las Cortes expedirán la Constitución Española de 1812, llamada “La Pepa” por haberse expedido el 19 de marzo, Día de San José).
La Corona española no deseaba un derramamiento de sangre en la Real Audiencia de Quito y para ello, el día 1º. de marzo, parte desde España el Comisionado Regio Coronel Carlos Montúfar y Larrea (hijo de Juan Pío Montúfar y Larrea, “II Marqués de Selva Alegre”), especialmente designado por el Consejo de Regencia de España e Indias para pacificar Quito y unir su jurisdicción bajo la autoridad del Consejo.
Ni bien llegado Montúfar a Bogotá, el 16 de mayo, pide al Virrey de Nueva Granada una orden para que el Conde Ruiz de Castilla suspenda todo procedimiento contra los patriotas quiteños presos, hasta su arribo a Quito. En complicidad con Ruiz de Castilla, el Virrey nada hace y la masacre del 2 de agosto se precipita.
El 10 de julio se produce una asonada popular en Quito en protesta por las noticias difundidas sobre una posible autorización concedida por el Presidente de la Real Audiencia para que saquearan la ciudad las tropas acantonadas en la Plaza.
«A consecuencia de la antedicha asonada, que no pasó de producir un ligero susto en las autoridades, Ruiz de Castilla y Arredondo ordenaron al Capitán Fernando Bassantes victimar a los patriotas recluidos en la prisión al menor indicio de insurrección pública. La sentencia en el juicio no llegó a dictarse por el Virrey, pero la muerte estaba ya decretada.
Al menor pretexto un alevoso y premeditado crimen de gobierno segaría las vidas de los primeros mártires de la historia de América», en palabras del Dr. Carlos de la Torre Reyes, «La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809».
Las hazañas quiteñas, con el título “10 de agosto de 1809” es cantada por pluma maestra de Jorge Enrique Adoum, así:
“Nosotros no tuvimos destino sino esfuerzo. Con nuestro esfuerzo trazamos el destino. /Desde mucho antes. Cuando la batalla acabó con todos los combatientes, / cuando las aguas subieron de nivel, cambiaron de color, / cambiaron de nombre y fue una Laguna de Sangre, / quedó sólo una población de niños que supieron/ recoger la herencia como un guijarro/ y lanzarla después a otros siglos.
Así la primera rebelión trajo la otra, la otra a las demás, porque nosotros/ queríamos ser nosotros mismos/ desde la autoridad hasta la gleba, / sin encomenderos ni virreyes, porque nosotros queríamos/ ser libres, y la rebeldía, una tras otra, / hizo que al probarse el polvo del caído en el combate/ se reconociera al hermano en las cicatrices, / unidos por la sangre y las cenizas/ hasta que llegamos a un día como hoy/ cuando Quito encendió, como un relámpago/ la luz de América toda.
Dr. Pedro Velasco Espinosa
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