Las putas no tienen marido

Autor: Emilia Trujillo León* | Los Cronistas

“El trabajo sexual ha existido en todos los tiempos y en todas las culturas”.

Me pasé dos semanas pensando como acercarme a una mujer en la calle y decirle ¿disculpa, tú eres prostituta? Tenía que seguir los estereotipos comentados por la gente de la ciudad: falda corta, blusas escotadas, de rasgos amazónico o costeños, sandalias altas o plataformas, maquillaje exagerado, nerviosas y agresivas. Algunos periodistas decían que pasan en las esquinas y siempre están molestas cuando la Policía se les acerca. Me imaginaba a mujeres bruscas y poco accesibles.

Un día, mientras avanzaba con esta crónica, un medio de comunicación digital acompañó a la fuerza pública al control y “retiro” de las trabajadoras sexuales. En el video, el periodista, las culpaba de la delincuencia e inseguridad de la ciudad. Hacía énfasis en que echándolas de las calles podrían “espantar a la clientela”. Se les baja el negocio, decía en tono burlón. Repetía frases como: “Están bravísimas, ya por fin se va acabar este problema”.

En las pocas imágenes que pasan por Facebook se observa mujeres corriendo y escondiéndose. “No podemos mostrar su rostro”, decía el mismo presentador. Luego de esto, le escribí a Patricia. Ella vende películas en DVD en el centro de Puyo y ha vivido muy de cerca la situación. Nos reunimos con cuatro trabajadoras sexuales en su local: Dayana, Odalys, Verónica y Jéssica. Son sus nombres artísticos, me dijeron con recelo.
Hace al menos tres años se han presentado una serie de denuncias por dueños de almacenes comerciales. En la Comisaria Municipal y en la Intendencia de Policía las acusan de vender droga y de riñas callejeras. El 9 de enero del 2017, en la administración de la alcaldía de Roberto de la Torre, se creó una ordenanza. El artículo 3 señala que “la prostitución sexual deberá practicarse única y exclusivamente en los lugares que cuentan con la autorización y permisos respectivos para la práctica, dentro de los horarios establecidos”.

Y es en base a este reglamento que las autoridades han realizado operativos de control.
¿Puedo llamarte María si quieres? -le digo a una de ellas. Mejor Dayana -y de inmediato exclama- ¡Nosotros solo queremos llevar comida a nuestra casa!
¿Por qué te dedicas a esto?

Tengo cuatro hijos, soy padre y madre. Me dedico a esta vida hace tres años y con esto les he dado el estudio. Quiero que sean profesionales y no terminen como yo. Dayana vive en Puyo hace seis años y pertenece a una familia de nueve hermanos. Usa pantalón rojo que combina con su mascarilla. Zapatos bajos, blusa blanca y un delineado perfecto en sus cejas. Es de tez morena y tiene el cabello bien cuidado. No tuvo acceso a la educación. Trabajó desde muy joven en restaurantes donde le pagaban entre seis y ocho dólares diarios por la jornada completa.

No me alcanzaba ni para el arriendo y el padre de mis hijos desapareció. Ya estamos cansadas. Ahora vino un policía y me pisó los pies con su bicicleta. ¡Lárgate! ¡Lárgate! Así me dijo. A una compañera, que está embarazada, le botaron gas en la cara.

La Comisaria Municipal encargada, Linda Cando, me explicó que el Municipio ha tratado de regular este tema.
Sabemos que el derecho al trabajo está amparado en la Constitución y nuestro accionar es sancionar a los hostales o residenciales que destinen su actividad económica a alquilar cuartos para la prostitución. La sanción para estos lugares, según el artículo 8 de la ordenanza, es la clausura y la multa de un salario básico. Más abajo se habla de la reinserción laboral para erradicar la prostitución. Pero nadie habla de esto.

Odalys es la más joven, tiene 20 años y un bebé de tres meses. Me cuenta que hace un par de semanas peleó en la calle. No quiere contar las razones, pero las demás suponen que es por algún hombre.

Nunca hemos peleado por clientes, ellos solos nos eligen -aclara una de las chicas-. No he conversado ni cinco minutos con Odalys y prefiere detener la entrevista. Solo una pregunta más -le digo-. ¿Qué edad tienen tus clientes?
Todos son señores mayores -responde con la voz apagada.
¿Más de 40? -Afirma con la cabeza y se va.

Alex le ayuda a su madre en la farmacia. Está cerca del Mercado Mariscal. Un barrio muy cercano al Centro, donde también se ejerce la prostitución en las calles. Cuando le pregunté si conocía a alguna chica que se dedica a la prostitución me dijo que las conoce muy bien y que todas son sus vecis, pero que no tiene mucha confianza.

La verdad, nunca me han faltado el respeto, nos vemos siempre. A mí y a mi mamá no nos sorprende nada, estamos relacionadas con todo tipo de personas -dice.

Nosotras no tenemos drogas, ya nos han revisado un montón de veces y no encuentran nada -empieza Verónica-. Nos culpan porque en este sector viene gente que ni conocemos y venden. En unos carrazos vienen a comprar -ella es alta, blanca y tiene el cabello castaño.

Si las hubiera visto por la calle, jamás creería que son prostitutas.

¿Cuántas son? – Pregunto.
Más o menos treinta. Y todas nos llevamos muy bien. Las peleas no son entre nosotras sino con otras chicas.
¿Has prestado tu servicio a policías o alguna autoridad?

Vienen de todos lados a buscarnos. A veces me río porque muchas mujeres pasan con sus maridos de la mano y nos ven con asco, hasta nos insultan. ¡Putas! Dicen calladito. Claro, ni se imaginan que ellos son los que nos ocupan. En los intervalos de la conversación Dayana es la que más habla, se siente desesperada. Ya eran más de las dos de la tarde y por la persecución de la mañana no tenía ni un dólar para llevar a casa. Dicen que ya nos tienen identificadas como si fuéramos delincuentes, nos sentimos humilladas. Cuenta que no puede salir con sus hijos en un día no laboral, porque los policías la ven y la echan.

¡Lárgate de aquí!, me dicen delante de mis hijos, -habla casi llorando.

La prostitución, además de situarse en la tradición patriarcal que minusvalora los trabajos femeninos, conlleva un estigma que prepara a las mujeres para la exclusión y la violencia, que facilita su explotación y que acalla sus voces.

Les pregunté a todas si tenían pareja y las cuatro lo negaron. Dayana fue violada por un familiar cuando era niña y esa es una de las causas por las que tiene miedo de vivir con un hombre. No quiero que a mi hija le pase lo mismo, mi casa es sagrada. Todas concuerdan en que les han ofrecido sacarlas de esa vida, pero prefieren estar solas.

Al principio todo es color de rosa, luego podemos terminar muertas -dice Verónica.

A veces me voy virgen -ríe Jéssica.
Se refiere a que días como estos: con la pandemia y el control policial, el trabajo es escaso. Ella y las otras treinta chicas cobran diez dólares por ahora. Jessica trabajaba en un nigth club, pero le resulta mejor en la calle.

A esos lugares van muchas extranjeras, operadas y más guapas, así ya no nos ocupan -dice mirándose las uñas medio pintadas. Es pequeña, de contextura ancha, usa un short corto y es la única que trae maquillaje y pintalabios. La puedo ver mejor porque trae la mascarilla como pañuelo.

A todas les pregunté las soluciones que darían para que la gente las deje de acosar. Están de acuerdo en asociarse y reubicarse, pero no han tenido ningún acercamiento con las autoridades. Solo nos acusan de cosas que ni hacemos. Nadie ha venido a preguntar nuestras necesidades, ni una ayuda hemos recibido con esto de la cuarentena. Nosotras tenemos que trabajar, sino, ¿qué comemos?

¿Tienen afiliación al Seguro Social?
No -responden en unísono.
Cuando decido terminar la conversación, una de ellas exclama:
Me olvidé de contarle algo.
Qué? -me lleno de curiosidad.

El gordo ese de la prensa que vino hoy con los policías era cliente en El Candil. Algún rato que me entere que está ahí le tomo una foto.
Sonrío. Arranco una hoja de la libreta que me prestó Patricia y me voy. Por mujeres, por putas y por pobres nunca estarán tranquilas.

Emilia Trujillo León. Nacida y residente en Puyo integrante del grupo Los Cronistas.