Alan Cathey Dávalos | [email protected]
Las reflexiones que realizaré a continuación no pretenden ser políticamente correctas en forma alguna.
El fantasma de la corrección política se ha convertido en una vergonzosa forma de autocensura, originada en un deseo de no ofender a grupos minoritarios, de una amplia variedad, desde étnicos y de género, a los de preferencias sexuales, englobados por lo general en el impersonal denominativo de “colectivos”, que sirven para etiquetar lo que se quiera, desde quienes defienden a alguna variedad de cucaracha en riesgo de extinción y la apadrinan contra el uso del insecticida X, hasta los grupos paramilitares de matones de la dictadura venezolana, motorizados por el régimen, y armados para la represión de los opositores, los “colectivos bolivarianos” una versión tropical de la SS o los camisas negras de hace un siglo.
Este comentario hace referencia al fenómeno absurdo al que se ha llegado, en relación a la “tolerancia” que se exige tengan los estados democráticos occidentales con los migrantes que a ellos llegan, desde casi todo el mundo. Cabe la obvia reflexión de que, si tanta gente, que viene desde tantos lugares, del Magreb, del Africa subsahariana, de las ex colonias francesas, belgas, inglesas, de Oriente Medio desde Siria, Irak o Yemen, o de Afganistán, de Ucrania, de todo el mundo, debe ser porque Europa ha hecho bien muchas cosas, que la han convertido en objeto de deseo para esos migrantes.
Solo a Europa
Ninguno de estos decide irse a Rusia, o a los prósperos estados petroleros del Golfo Pérsico, o Arabia Saudita o Irán, y aún menos a China, hoy por hoy la segunda potencia económica del mundo.
No. Todos pretenden llegar, como sea y al costo que sea, a esa Europa colonialista e imperialista, explotadora malvada, con la que, además, no tienen vínculos de ninguna naturaleza, ni culturales, ni lingüísticos, peor religiosos.
Es sorprendente que, en buena parte de Europa, esa percepción, evidentemente positiva, que la creciente migración revela, es desestimada internamente por sentimientos que parece hasta de culpa o de vergüenza, desconociéndose a sí misma y a los valores y esfuerzos que la han llevado al sitial que ocupa, por sectores académicos empeñados en denigrar su herencia y raíz, en un acto de mala fe histórica inaceptable.
Leyes talibanes
Este comentario tiene su origen en una nota de prensa que informa del endurecimiento de las leyes islámicas a ser aplicadas en uno de los estados islámicos más retrógrados en el mundo, como es Afganistán.
Cierto es que el directo antecedente del gobierno actual del talibán, es un antiguo conocido, pues ya hace 23 años terminó su primera administración, al ser expulsados del poder por la invasión de los Estados Unidos y la OTAN, tras el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre de 2001.
Los talibanes ejercieron el poder en Afganistán, prácticamente desde la retirada soviética, y efectivamente, desde 1993, a excepción del noreste, controlado por la Alianza del Norte de Massoud, que resistió por años a los talibanes, hasta su asesinato, poco antes del ataque del 11 de septiembre.
Desaparecer a la mujer
Además de todas las restricciones bajo las que ya viven las mujeres, en Afganistán y otros sitios, bajo los fundamentalismos de las repúblicas islámicas, que efectivamente las han convertido en una especie de accesorios o muebles domésticos, a semejanza de unas lavadoras o refrigeradoras cuyo propósito es la satisfacción de las necesidades sexuales de sus maridos y amos, y la reproducción, con los niveles de dignidad o de conciencia que ese carácter de accesorio puede tener, o sea ninguno, desde Afganistán, reducto del fundamentalismo talibán sunnita más rígido, aplicado a rajatabla en un país que realizó un viaje en el tiempo, retornando al siglo VII, nos llegan noticias que, aleccionadoramente, nos sacan de esas ideas de que nada podría ser peor, pues esa noción resulta un autoengaño, y las nuevas leyes del régimen demuestran que, con la imaginación y la perversidad suficientes, siempre será posible estar peor, hacer más miserable, más triste y más lúgubre la vida, de la población en general, y de las mujeres en particular.
La risa, subversiva
Se ha prohibido que las mujeres se rían si su volumen puede ser escuchado por hombres que no pertenezcan a su círculo íntimo, padre o hermanos, o su marido. Prohibir la risa es la más perversa expresión de amargura posible, como nos recuerda Humberto Eco en su obra “El nombre de la Rosa”.
Tampoco se permite escuchar la voz de las mujeres, sea directamente o a través de un micrófono, con lo que cantar para que otros puedan disfrutar del canto queda fuera de los límites permitidos.
Una Edith Piaf, una Melba, Joan Báez o la Negra Sosa, limitadas a cantar para si en la ducha porque a algunos clérigos misóginos se les excita la mente por la belleza del canto.
Ya Tagore había escrito que “al que trabaja, Dios lo respeta, pero al que canta, Dios lo ama”. Para ulemas, mullahs y otras yerbas, el canto de una mujer se debe silenciar, como su voz y su risa, pues para ese dios que dicen interpretar, esos regalos deben haber sido un error. Tristes ellos.
Un Dios misógino
Me queda claro que el dios misógino que les inspira semejantes reglas a quienes fungen como sus intérpretes y jueces, es uno más de los lamentables inventos para la dominación y domesticación de las personas.
Que el 25% de la población mundial acepte los mandatos de una religión que es capaz de los desatinos que revisaré a continuación, demuestra otra vez los niveles a los que el fanatismo puede arrastrar a personas que, en principio son capaces de razón, pero renuncian a esta, el más preciado don que un hipotético creador puede dar a sus criaturas, por algún mensaje imaginario enviado a unos sujetos malvados, por una deidad peor que ellos.
Ocultar a la Eva tentadora
El silencio de la mujer no resulta suficiente, y su exclusión se extiende a la vista de ella, un monstruoso pecado que debe evitarse por el uso, en vida, de un sudario que ni para los muertos sería aceptable, una especie de armadura negra, el burka, que cualquier mujer debe llevar a cuestas por el mundo, si por algo sale de su casa, cuyas ventanas no pueden dejar entrever nada hacia adentro de la casa.
Ver los mercados luce poco menos que como un desfile de fundas de basura en camino a un funeral, salvo por los obligados acompañantes masculinos, sin los cuales no pueden salir de sus cuatro paredes, con unas penas durísimas si las contravienen, como una tanda de latigazos si impúdicamente se le llegan a ver los tobillos. El uso de zapatos de taco está prohibido, pues el hombre nunca debe poder escuchar caminar a la mujer.
Sin duda, lo más infame es la prohibición para el estudio, la condena a la ignorancia, como el más deseable estado para la mujer, pues para que sirve que una lavadora o una cocina sepa leer o escribir, pues para eso se las convirtió en el mero accesorio doméstico que hoy son.
El amargo regreso
El trágico destino de cientos de miles, tal vez millones de mujeres afganas, se ha vuelto mucho más amargo, luego de experimentar por 20 años, otra cosmovisión, una que abrió a sus ojos el mundo de las letras, el aprender a leer y escribir, el acceder al colegio o a la Universidad, el valerse por sí mismas, que es sin duda la razón principal para que una cultura, si así se puede llamar a esta barbarie, patriarcal y machista, se empeñe en negarles, para mantenerlas, por un supuesto mandato divino, subyugadas, dominadas, y sumidas en la ignorancia. No importa mucho cual de las varias sectas islámicas dominen, el resultado es siempre el mismo, idéntico, la humillación permanente, la sujeción y la obediencia absolutas. Hemos visto la repetición de esta barbarie en el Irán shiita de los Ayatolas, primos hermanos de los Talibanes, asesinando muchachas con su vil “policía de la moral”, por no colocarse sus velos como ellos creen correcto, como pasó con la joven kurda Masha Amini hace un par de años, y la matanza de cientos de jóvenes que se atrevieron a salir a la calle, sabiendo que se jugaban la vida ante fanáticos, que se saben, además, impunes de cualquier exceso.
De Irak a Nigeria
Recordemos a esos fundamentalistas que se tomaron parte de Irak y de Siria, para fundar su Estado Islámico y retrotraer al siglo VII, en su aspecto más obscuro, al del esclavismo al que sometieron a niñas y mujeres yazidies, al convertirlas en esclavas sexuales de hordas de fanáticos, que se las jugaban poco menos que a los dados. No olvidemos tampoco a los fundamentalistas de Boko Haram, en Nigeria dedicados al secuestro de las muchachas de colegio, para esclavizarlas forzándolas a los “matrimonios” de una noche con quienes las arrancaban de sus familias.
Así que, no quiero ser políticamente correcto, y menos aún tolerante con quienes, a cuenta de unas creencias ancestrales, pretenden ser quienes impongan sus reglas a un mundo que superó, en Occidente al menos, unas visiones que tal vez tuvieran algún sentido, sin que lo dicho sea admisión de nada, en el desierto de Arabia hace 1300 años. Karl Popper, con su famosa paradoja, establece claramente cuál es el límite que una sociedad tolerante, pero democrática, debe establecer, para impedir a los intolerantes aprovecharse de sus reglas, para destruirlas.
Resistir la barbarie
Es indispensable demandar de una cultura construida en torno a valores y principios diferentes, al menos desde que el laicismo pasó a regir las relaciones estado- iglesia, que está a años luz, con todos los defectos que se le puedan achacar, enfrentar y resistir esas vergonzosas prácticas de humillación y de sometimiento que rige en las “Repúblicas” islámicas, la vida de la mujer. No sea que el día de mañana se proclame alguna secta neo azteca, y para demostrar tolerancia veamos por Internet sacrificios humanos en alguna de las pirámides mexicanas. Las sociedades europeas han exhibido unos niveles de tolerancia absurdos respecto de las prácticas y costumbres de los inmigrantes islámicos que han acogido en sus países. Si un francés o un alemán tratara a su esposa como lo hace habitualmente, como parte de su ethos, un musulmán, terminaría preso por varios años. Es inaceptable que se aplique, a cuenta de una muy mal entendida tolerancia, un doble rasero en la sociedad. Si llego a la casa de otra persona, aceptó sus reglas, si quiero permanecer en ella. A ninguna cuenta puede el huésped pretender imponer a quien lo recibe, sus modos de vida y mucho menos sus leyes.
Error inicial
Las graves tensiones que han ido creciendo en Europa tras la llegada cada vez más numerosa de migrantes culturalmente ajenos a la cultura europea, tienen su origen en un error inicial que no estableció límites muy claros para esos migrantes, esto es, el respeto a la misma ley que obliga y ampara a sus ciudadanos, y naturalmente, el aprender el idioma del país que lo recibe, como acto de elemental cortesía. Pretender, como se hace, que los niños nacidos en una tierra que los acoge y alimenta, continúen siendo extraños y extranjeros, que sean adoctrinados para que vean a sus vecinos como enemigos a los que se debe eliminar, en los centros de difusión del odio en que buena parte de las mezquitas y madrasas se han transformado, es algo que no puede ser permitido.
Váyase si no está a gusto
Si el migrante siente que su país de acogida no lo satisface, lo que debe hacer es regresar a sus orígenes, donde seguramente será muy bien recibido, por no haber cedido a las tentaciones de los infieles. En la definición de migrante se debe incluir a todos quienes, a pesar de haber nacido en el país al que sus padres escaparon, huyendo de la miseria o las persecuciones, continúen sintiendo como su patria a esa tierra que muy posiblemente nunca han pisado, y como su cultura, una de la que poco o nada saben. Me mantengo en la incorrección política para exigir a los “colectivos”, o será en este caso a las “colectivas”, feministas y defensoras de la mujer y sus derechos, que alguna vez sean ca capaces de abrir la boca para condenar, no ya abusos e injusticias, sino un sistemático y brutal modelo de humillación y de sumisión al que están sometidas cientos de millones de mujeres en las “Repúblicas islámicas”. Que se sepa, en un medio que suele ser bastante estridente en sus manifestaciones, ni una voz se ha levantado para expresar su indignación por lo que ocurre en esas repúblicas.
¿Serán “criptomusulmanas”?
Ante el silencio, me asalta la duda de que estemos ante unas “criptomusulmanas”, que, ante estas innovaciones jurídicas introducidas por los clérigos talibanes, se hayan sometido a ese tan buscado silencio femenino, a la mordaza espiritual impuesta por los fundamentalistas.
La otra explicación, una de solidaridad en el silencio, se me hace poco probable, ante la florida capacidad de comunicación que habitualmente forma parte de sus plataformas.
La situación a que se ha llegado en Europa en torno a la migración, pero, sobre todo, a la falta de integración de los migrantes a unos principios y valores comunes, ha encendido las alarmas, pues la paciencia y la tolerancia tienen unos límites, que aparentemente han sido ya superados en varios países.
Actos de violencia generada por extremistas islámicos, con el evidente propósito de agudizar las tensiones y generar conflictos, asesinatos y atentados contra ciudadanos, están logrando que la población europea se aproxime a los partidos políticos que proponen medidas muy duras para detener la migración y expulsar a quienes carecen de documentos de ingreso a la UE que sean válidos.
Indignación, lenguaje común
Lo que estamos viendo hoy en Alemania, con el Canciller Scholz anunciando deportaciones masivas de indocumentados, tras los ataques recientes de migrantes islámicos, contra ciudadanos que nada tienen que ver con sus agravios y resentimientos, se habría evitado adoptando otras reglas y otras prácticas con los migrantes.
Hoy vemos como un conflicto de insospechables consecuencias está en curso, ante la realidad de unos ciudadanos europeos indignados ante lo que consideran, con sobrada razón en muchos casos, como la claudicación de los valores que definieron a Europa, y la complicidad de sus elegidos en tal camino.
Alan Cathey Dávalos | [email protected]