La violencia simbólica en las instituciones uniformadas

“Cuídate mucho de hacer llorar a una mujer, pues Dios cuenta todas sus lágrimas. La mujer salió de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisoteada, ni de la cabeza para ser superior, sino del lado para ser igual, debajo del brazo para ser protegida y al lado del corazón para ser amada”. Talmud hebreo

En la época de los años 70 el sociólogo francés Pierre Bourdieu utilizó el término VIOLENCIA AMORTIGUADA o VIOLENCIA SIMBÓLICA para describir una relación social en la que el “dominador” es quien ejerce un modo de violencia indirecta y no necesariamente física en contra de los “dominados”, quienes no la evidencian o son inconscientes de dichas prácticas en su contra, convirtiéndose en “cómplices de la dominación a la que están sometidos”.

Esta descripción de este modo insensible e invisible que se ejerce a través de caminos puramente simbólicos de comunicación y de la intención del conocimiento para causar positivamente daño; se muestra mucho más ostensible en las relaciones de subordinación dentro de las instituciones jerarquizadas o uniformadas; en las que las relaciones desiguales entre mujeres y hombres muestran la problemática estructural a la que Bourdieu denominó “dominación masculina”, transversalizada por lo social, cultural, económico, político, religioso e ideológico. Rita Segato señalo que la violencia simbólica es difícilmente codificable; siendo la más efectiva por ser muy sutil; ya que no siempre se manifiesta físicamente, es por eso que muchos investigadores la denominan violencia moral, porque reproduce desigualdades, cuyas características son:

a) Diseminación masiva
b) Arraigo en la sociedad y las familias,
c) Falta de definiciones o formas de nombrarla.

Absurdamente, la violencia simbólica, al expresarse por medio de mensajes, valores, iconos o signos que transmiten y reproducen relaciones de dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, sentimentales o laborales que se establecen entre los seres humanos y que naturalizan la subordinación de la mujer, son en la mayoría de los casos inferencia de las mismas mujeres uniformadas que a través de la explotación de la apariencia física evitan por ejemplo sanciones disciplinarias, pases, responsabilidades o el cumplimiento de funciones según su perfil profesional.

Las expresiones más visibles de la violencia contra la mujer han sido desde la época antigua labrada en el libro del génesis, creada a partir de una costilla del hombre, expulsada del paraíso por dar de comer a su pareja del fruto prohibido y condenada “ a que con dolor pariría a sus hijos”; que en la época de la modernización se expresa a través del feminicidio o la violencia física en todas sus formas, aunque este fenómeno tenga otras múltiples manifestaciones igualmente dañinas para todas las “EVAS”. Este tipo de violencia, es una manera continua de dañar el pensamiento y accionar de los seres humanos que naturalizan y reproducen el vasallaje y el maltrato, trastocando el concepto de subordinación o jerarquización, consustancial de las instituciones jerarquizadas debido a su adoctrinamiento en materia de sus competencias y atribuciones constitucionales y legales.

VIOLENCIA CONTRA UNIFORMADAS

La violencia en las instituciones uniformadas se expresa principalmente a través de la descalificación intelectual, laboral o personal por parte del género masculino y femenino por igual; un inteligible ejemplo de ello, es cuando en las instituciones uniformadas, observamos que quienes realizan las labores de “servidor” de los escalones superiores en su mayoría son mujeres que están calificadas más allá de servir café o ser parte del protocolo para las ceremonias; estos mecanismos empleados ejercen y refuerzan las desigualdades así como los estereotipos de género que lo único que ponen en evidencia es la “remoción de patrones socioculturales que promueven y sostienen la desigualdad de género y las relaciones de poder sobre las mujeres”.

Lamentablemente la violencia simbólica es transmitida por las variadas formas de socialización que contribuyen a la construcción de la cultura de violencia estructural por parte del Estado, que a su vez se replica en las instituciones uniformadas que se ven materializadas en la verbalización de galimatías que no solo molestan, sino que ultrajan a quienes las oyen y las receptan. Otra forma de violencia simbólica y mediática en las instituciones uniformadas las que son producto de una posición de privilegio del varón –de cierto tipo de varón- frente a otros géneros; que nos induce a analizar, a pensar y reflexionar sobre desigualdades de género partiendo de la noción de la construcción de una masculinidad hegemónica (o dominante), que define cómo debe ser ese “varón”: siempre heterosexual, racional, proveedor y protector; todos estereotipos o representaciones que asignan características y valores a cada género en base a los roles e identidades que socialmente se les han asignado a los hombres y mujeres; todas generalizaciones o distorsiones como un lenguaje machista o la invisibilidad de las minorías como:

“Las mujeres son celosas entre sí”, “Si se quedó con él, es porque le gusta que la maltraten”, “Es celoso porque la quiere mucho”, “Los hombres son “bruscos”. “Los hombres no lloran”, “Las mujeres son sensibles” “Los hombres son sexuales”

Por ello es necesario fortalecer la capacitación en materia de igualdad de género y poner en marcha protocolos y manuales internos que aseguren el pleno conocimiento y aplicación de las leyes nacionales y convenciones internacionales, en todos los niveles de las instituciones o dependencias uniformadas como muestra de la voluntad política y compromiso ético hacia las mujeres uniformadas; pero el compromiso no es solo la redacción de estos instrumentos normativos sino su plena aplicación y ejecución.

RESPONSABILIDAD DE LAS QUE EJERCEN PODER

Para empezar aquí algunas sugerencias a ser consideradas por las mujeres uniformadas en especial aquellas que jerárquicamente están en las instancias de poder no para engalanar u ornar las publicaciones o boletines institucionales; sino para culturizar y zanjar las brechas generacionales dentro del escalón superior y prevenir este tipo de violencia en las filas de las instituciones jerarquizadas:

1. Incluir a los varones como parte del análisis de la violencia de género y de los abordajes de solución de la misma. Su invisibilización limita la posibilidad de pensar en las desigualdades estructurales y en un redimensionamiento de las masculinidades como condición para eliminar la violencia.
2. Revisar urgentemente la presencia y roles de las mujeres uniformadas en su diversidad y la forma de presentarlas en los diferentes espacios, e interesarse en promover cambios en la asignación de funciones y cargos según su grado y perfil profesional.

3. Remover los patrones socioculturales que promueven y sostienen la desigualdad de género y las relaciones de poder.
4. Entender que no hay una única forma para evitar reproducir la violencia contra las mujeres ni los estereotipos de género; sin embargo, si se puede reflexionar sobre la manera en que podemos abordar estas temáticas.

5. Buscar formas de generar y difundir información sin vulnerar a las personas; que implica un desafío constante en la práctica comunicacional con perspectiva de género y de derechos humanos.
6. Pedir asesoramiento a profesionales u organismos especializados en la temática.
7. Promover diversos modelos de mujeres y varones, ya que no existe una única forma de ser mujer o varón.

8. Evitar la representación de la mujer a través de su aspecto físico, discapacidad, enfermedad catastrófica, o situación legal (jefe de familia) como un talante para rehuir a responsabilidades propias de su cargo, función y perfil profesional.
9. Difundir mensajes que fortalezcan y colaboren con la equidad y el tratamiento igualitario de mujeres y varones.

10. Utilizar un lenguaje no sexista e inclusivo.
11. No recurrir al uso de estereotipos, mitos o creencias que impliquen inferioridad o dominación que no es lo mismo que subordinación que resulten degradantes y reductoras.

12.Es ofensivo para la mujer uniformada que se empleen diminutivos o apócopes para nombrarla; ya que es una forma de infantilizarlas y subestimarlas.

Revista Semanal #34